El primer laboratorio científico de la historia

Un tema para especular



Si el novelista norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849) se hubiera tardado un siglo en nacer, probablemente habría escrito su cuento corto “Los asesinatos de la calle Morgue” de manera diferente –asumiendo, por supuesto, que efectivamente se hubiera dado a la tarea de escribirlo–. Como sabemos, este cuento gira en torno al misterioso asesinato de dos mujeres –madre e hija– en una habitación del cuarto piso de una casa de la calle Morgue en Paris. Los asesinatos fueron llevados a cabo con una violencia tal que el cuerpo de la hija fue encontrado metido boca abajo en el tiro de la chimenea.

Todo el asunto constituía un misterio, pues a pesar de los numerosos testigos que se reunieron en la entrada de la casa al escuchar los gritos de las víctimas y subieron rápidamente las escaleras hasta el cuarto piso, una vez que la puerta fue forzada, el asesino desapareció sin ser visto. Esto a pesar de que, en apariencia, el atacante tendría que haber bajado por las escaleras con lo que se habría necesariamente cruzado con aquellos que subían.

El misterio fue resuelto por C. Auguste Dupin empleando métodos de investigación similares a los que caracterizaron a Sherlock Holmes años más tarde. Resultó que los asesinatos fueron cometidos por un orangután llevado a Paris desde Borneo por un marinero y del cual había escapado. Dado que estos animales están adaptados para vivir la mayor parte de tiempo en los árboles, el orangután no tuvo problema en escalar por la cadena de un pararrayos hasta la altura de la ventana de la habitación en el cuarto piso y desde ahí saltar al interior de la misma. El escape después de cometer los asesinatos lo realizó por la misma vía, sin que los vecinos se percataran.

“Los asesinatos de la calle Morgue” fue publicada por Poe en 1841, medio siglo antes de que Juan Vucetich en Argentina usara por primera vez las huellas digitales –que son únicas para cada persona– para resolver un caso criminal. Dado que el orangután de Poe estranguló a una de las víctimas, sus huellas digitales debieron haber quedado impresas en el cuello de la mujer. De un examen de dichas huellas habría sido claro que el asesino no era humano. Así, las capacidades de análisis de Dupin hubieran sido menos críticas para resolver el caso.

Si en vez de un siglo Poe se hubiera demorado 150 años en nacer, se habría enterado que cada individuo puede ser también identificado por su código genético, que igualmente es único. De este modo, aun si la información que proporcionaron las huellas digitales del orangután no hubiera sido suficientemente precisa, a partir de un análisis del ADN de los mechones de pelo que una de las víctimas le arrancó al agresor en el forcejeo, hubiera quedado fuera de toda duda la naturaleza no humana del mismo.

Supongamos ahora un retraso aun mayor en el nacimiento de Poe, que habría ocurrido hace apenas unos pocos años. Asumamos, además, que “Los asesinatos de la calle Morgue” serán publicados en, digamos, el año 2030 y que Poe hará uso de las técnicas forenses disponibles dentro de dos décadas. ¿Cuáles serán estas técnicas? Por supuesto, esto no lo podemos saber con certeza, pero un artículo publicado esta semana en la revista Plos One por un grupo de investigadores encabezado por Renato Zenobi de la Escuela Técnica Federal de Zurich, nos da una pista –sin bien no muy firme.

Según Zenobi y colaboradores, además del genoma y de las huellas digitales, un individuo puede ser identificado por los compuestos químicos contenidos en el aire que exhala. Esta conclusión fue alcanzada mediante un experimento en el que se analizó químicamente el aire exhalado por un grupo de voluntarios a lo largo de nueve días. Los investigadores encontraron que la composición química del aliento era particular a cada individuo. Para ser precisos, la composición del aire exhalado cambia durante el día; para cada persona, no obstante, se encuentra un conjunto de compuestos químicos que es siempre el mismo y que constituye su huella de aliento.

El que el aliento constituya una marca que permita identificar a una persona –al igual que el genoma y las huellas digitales– es algo que tendrá que probarse y en esta dirección el artículo de Zenobi y colaboradores nos da sólo una primera indicación.

De hecho, estos investigadores no mencionan a la identificación de personas como una posible aplicación de su descubrimiento. Al respecto, su interés se centra en el desarrollo de una técnica de diagnóstico médico, complementaria a los análisis de sangre y orina que se practican en la actualidad. Es decir, si la huella de aliento de una persona sana varía en un determinado momento, este hecho puede ser indicativo de que algo anda mal.

Tendrán que venir más investigaciones para demostrar si en verdad el aliento de una persona es único. Esto, no obstante, no nos impide especular sobre cómo un hipotético Edgar Allan Poe habría escrito “Los asesinatos de la calle Morgue” en el año 2030. ¿Habría sido descubierto el orangután asesino por el fétido aliento con el que impregnó el aire de la habitación testigo de sus crímenes?

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