Hogar, dulce hogar

Aprendiendo matemáticas



Para aquellos estudiantes que tengan problemas con su curso de matemáticas y estén preocupados por su próximo examen, un grupo de investigadores de la Universidad de Oxford en Inglaterra les ofrece una solución: la estimulación de una región particular de su cerebro por medio de ligeros choques eléctricos. Con este tratamiento lograrán incrementar su capacidad para la realización de cálculos matemáticos y obtendrán una mejor calificación en el examen. Esto al menos de acuerdo con los resultados de un estudio llevado a cabo por dicho grupo de investigación, encabezado por Albert Snowball, y publicado esta semana en la revista “Current Biology”.

La relación entre la electricidad y la materia viva fue descubierta a finales de siglo XVIII por el físico y médico Luigi Galvani al tocar accidentalmente con un bisturí una pata de rana que colgaba de un gancho y observar que ésta se contraía. Galvani postuló de este experimento que los músculos de la pata se accionaban por el efecto de la “electricidad animal” que era intrínseca a la materia viva, y que era conducida por los nervios hacia los músculos. Si bien no todo mundo estuvo de acuerdo con esta interpretación –entre ellos Alessandro Volta, inventor de la pila voltaica que hoy tanto usamos– la electricidad quedó para muchos como la fuerza generadora de la vida.

Esto parece ser lo que Mary Shelley tenía en mente cuando publicó en 1818 la novela Frankenstein, la cual versa sobre Víctor Frankenstein y sus desventuras. Este personaje, cuando adolescente, vivió obsesionado con los textos alquimistas y con la búsqueda del “elixir de la vida”. A pesar de su entusiasmo inicial, estos textos pronto empezaron a desilusionarlo y los abandonó de manera definitiva cuando ingresó a la Universidad de Ingolstadt. No sucedió lo mismo, sin embargo, con su obsesión por la búsqueda de la fuente de la vida.

Así, con los conocimientos adquiridos y sus propias investigaciones, creó en Ingolstadt un monstruo de dos metros y medio de alto uniendo pedazos de cadáveres. Shelley no detalla el procedimiento que Frankenstein siguió para dar vida a su creación, pero se piensa que involucró el uso de la electricidad, pues en una escena de la novela el protagonista queda muy impresionado cuando fue testigo de un rayo que cayó sobre un roble destruyéndolo por completo. A partir de ese momento se interesó en los fenómenos eléctricos y decidió abandonar los textos alquimistas.

Si bien el concepto de la electricidad como la fuerza generadora de vida con el tiempo cayó en descrédito, los estudios sobre los efectos que la electricidad tiene sobre los seres vivos tomaron fuerza. A esto mucho contribuyó Giovanni Aldini, nieto de Luigi Galvani y fogoso defensor de sus ideas. Aldani llevó a cabo estudios sobre la estimulación muscular por medio de corrientes eléctricas. Llevó igualmente a cabo demostraciones públicas que incluyeron el uso de la electricidad para provocar el movimiento de cadáveres de criminales ejecutados que recibieron mucha publicidad. En estas condiciones, no es difícil entender que Mary Shelley hubiera concebido a la electricidad como un medio de animar a su monstruo.

Además de sus experimentos con criminales, Aldini se interesó en las aplicaciones terapéuticas de la electricidad y la usó para curar desórdenes mentales. Estos estudios originaron las terapias de choques eléctricos empleadas en la actualidad para el mismo propósito–y que no dejan de ser controvertidas, entre otras cosas, por sus efectos secundarios.

La técnica empleada en los estudios reportados por Snowball y colaboradores en “Current Biology” es llamada “Estimulación inter-craneal por ruido aleatorio” y tiene también su origen –en último término– en los estudios de Aldini. Las corrientes eléctricas empleadas son, sin embargo, muy pequeñas, de tal manera que la técnica no es traumática en absoluto.

Los estudios, que duraron cinco días, fueron llevados a cabo con 25 estudiantes de la Universidad de Oxford, los cuales fueron divididos en dos grupos. A un grupo de le aplicó la técnica de estimulación inter-craneal, mientras que al otro solamente se le simuló su aplicación. Al final, se les plantearon pruebas aritméticas de dos clases: pruebas de memorización de operaciones aritméticas tales como 4x8=32 y pruebas que demandan resolver una serie de pasos como 32-17+5=20. Se evaluó el número de respuestas correctas y velocidad con que se alcanzaron.

El estudio encontró que los estudiantes que habían recibido una estimulación cerebral obtuvieron mejores marcas en ambos tipos de pruebas. Además, en pruebas realizadas seis meses después, sin una estimulación adicional, encontraron que aquellos estudiantes que habían recibido el estímulo superaban al otro grupo en la prueba que involucraba operaciones de varios pasos. En la prueba de memorización, en contraste, no se observó una diferencia.

De acuerdo con Roi Cohen Kadosh, uno de los autores del artículo de referencia, citado por la revista “Scientific American”, “si se demuestra que la estimulación inter-craneal es segura y resulta efectiva para grupos más grandes de alumnos, la técnica podría modificar las formas tradicionales de estudio. Algunos dirán que aquellos que son malos en matemáticas seguirán igual. Este pudiera no ser el caso”.

El tiempo nos dará la respuesta. Lo que sí es seguro es que aun empleando técnicas sofisticadas de aprendizaje, los estudiantes dependerán en gran medida de su esfuerzo personal para obtener mejores calificaciones en matemáticas.

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