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España, por su parte y como sabemos, envió a Cristóbal Colón a encontrar una ruta a las Indias Orientales viajando hacia el oeste. Cosa que no logró, descubriendo en cambio el Continente Americano, lo que, por supuesto, resultó de más impacto, no solamente para España sino para el resto del mundo.
Las especias fueron una de las mercancías asiáticas de más valor para los europeos. De hecho, hay quien considera que fueron la principal motivación para los viajes de exploración de portugueses y españoles al final del siglo XV, que dieron como resultado las nuevas rutas intercontinentales de comercio. Y que llevaron al descubrimiento del Nuevo Mundo, acontecimiento que cambió la faz del planeta y el curso que seguiría en los siguientes siglos –y como bono extra, por si algo faltara, al descubrimiento del chile y de la vainilla, especias que eran desconocidas en Europa y que posteriormente se diseminaron por todo el mundo.
¿Por qué hemos sido tan adictos al consumo de condimentos que no tienen valor nutricional por sí solos y solamente modifican el sabor de los alimentos? Se ha aducido que las especies tienen una acción antimicrobiana y que en tiempos pasados se usaron para preservar los alimentos. También que contribuyeron a enmascarar el mal sabor de los mismos por efecto de su putrefacción o fermentación. O bien, que los hemos usado simplemente porque nos gusta su sabor, explicación que, a falta de más evidencia objetiva, resultaría ser la mejor por ser la más simple.
Si bien no es claro por qué usamos las especias, lo que sí sabemos es que los hemos empleado por mucho tiempo. Al menos por seis mil años, como concluye un artículo aparecido el pasado miércoles en la revista “PLOS ONE”, publicado por un grupo de investigadores encabezados por Hayley Saul de la Universidad de York en el Reino Unido.
Dicho artículo se refiere a un estudio de restos minerales de comida preservados en peroles prehistóricos encontrados en la región del Báltico occidental. De acuerdo con Saul y colaboradores, dichos restos, con una antigüedad entre 5750 y 6100 años, corresponden a semillas de hierba de ajo (“Alliaria Petiolata”). Estas semillas tienen un fuerte sabor y poco valor nutritivo, lo cual, aunado a que se encontraron en mayor cantidad dentro de los peroles que fuera de ellos y al lado de restos de animales terrestres y marinos, permite concluir a los a investigadores que fueron añadidos de manera deliberada para condimentar la comida.
Los autores del artículo de referencia hacen notar que, al menos en uno de los casos estudiados, la costumbre de condimentar los alimentos precedió a la introducción de la agricultura en esa región de Europa. Esto pone a prueba la noción de que los cazadores-recolectores ingerían plantas solamente como fuente de energía.
La vida en la región del Báltico hace 6000 años para la población nómada tiene que haber sido dura. Y, sin embargo, de acuerdo con Saul y colaboradores, los cazadores-recolectores que habitaron esta parte de Europa hace miles de años tuvieron el tiempo y la disposición suficientes para tomarse el trabajo de condimentar su comida, por más que esto no les fuera indispensable para sobrevivir. El gusto por las especies que contribuyó a cambiar al mundo de manera tan radical hace 500 años tendría entonces raíces profundas y nos vendría de mucho tiempo atrás.
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