El primer laboratorio científico de la historia

Un problema previsible



Uno de los pilares de la ciencia actual es la llamada “revisión por pares”, mediante la cual un artículo sometido para su publicación a una revista especializada es enviado por el editor de la misma a uno o varios árbitros para evaluar su calidad científica. Sobre la base del reporte o reportes recibidos, el editor decide aceptar o rechazar el artículo en cuestión.

No siempre ha sido así, sin embargo. Un ejemplo al respecto son los tres artículos –de una enorme relevancia científica– publicados por Albert Einstein en el año 1905 en la revista “Annalen der Physik” –los llamados artículos del “Annus mirabilis”–. Estos artículos –entre los que incluye aquel en el que Einstein da a conocer su famosa teoría de la relatividad– fueron aceptados para su publicación por Max Planck –el editor de la revista– sin recurrir a revisores externos.

No obstante, con la explosión y especialización del conocimiento científico –y en consecuencia del número de artículos publicados– que tuvo lugar a lo largo del siglo XX, los editores de las revistas científicas debieron recurrir a expertos en el tema del artículo en consideración, a fin de decidir su aceptación o rechazo. Este procedimiento, que en principio debería asegurar que dicho artículo representara un avance científico, en el peor de los casos contribuye a evitar la proliferación de artículos de escaso o cuestionable valor.

A pesar de sus virtudes, sin embargo, el sistema de evaluación por pares tiene también sus defectos. Así, dado que de manera inevitable involucra elementos de subjetividad por parte de editores y revisores, ha dado lugar al rechazo de artículos en los que se describen resultados de investigaciones que posteriormente han resultado de gran relevancia. En un artículo publicado en el año 2009 en la revista “Scientometrics” por Juan Miguel Campanario de la Universidad de Alcalá, en España, se hace un recuento de los problemas que futuros premios Nobel han tenido para publicar los resultados del trabajo por el cual fueron posteriormente premiados. Estas dificultades han abarcado desde el sortear las opiniones de los revisores contrarias a que el artículo sea publicado, hasta el rechazo del mismo por el editor de la revista.

Este problema, no obstante, parece menor en comparación con el que se ha suscitado por la aparición de la red internet con todas las nuevas posibilidades de comunicación que ofrece. En efecto, en el número de esta semana de la revista “Science” se incluye una serie de artículos en los que se discute el problema que representa la proliferación en años recientes de las llamadas revistas de investigación de acceso libre. Estas revistas, que tienen un formato electrónico, pueden ser consultadas de manera gratuita través de internet.

Las revistas de investigación tradicionales son editadas en algunos casos por sociedades científicas y en otros por empresas privadas. El costo de operación de estas revistas es comúnmente cubierto mediante la venta de suscripciones a universidades y centros de investigación. Las revistas de acceso libre, en contraste, operan cobrando una cuota al autor o autores del artículo a publicar –típicamente, entre 1,000 y 2,000 dólares por artículo–, situación que, según “Science”, ha llevado a la aparición de revistas científicas más preocupadas en el negocio de cobrar cuotas a sus autores que en asegurar que lo que les aceptan publicar cumpla con un mínimo de calidad.

“Science” llega a esta conclusión mediante un experimento realizado por John Bohannon de la Universidad Harvard con un numeroso grupo de revistas de acceso libre, algunas publicadas por casas editoriales privadas de reconocido prestigio. El propósito del experimento fue el de averiguar qué tan rigurosos son sus estándares para aceptar publicar un artículo científico. Para este propósito escribió un artículo en el que se describían las supuestas propiedades anticancerígenas de una cierta planta y lo envió a 306 revistas. Según Bohannon, el artículo tenía tantas fallas que cualquier especialista competente podía fácilmente detectarlas y recomendar que no se publicara. El artículo en cuestión fue, sin embargo, aceptado para publicación en 157 revistas, siendo rechazado solamente en 98. De las 49 restantes no se obtuvo una respuesta.

Según Bohannon, de los 255 artículos que fueron aceptados o rechazados, el 60% no mostró signos de que haya experimentado un proceso de revisión por pares. También, de los 106 que parecen haber pasado por esta revisión, el 70% fueron aceptados.

Ante la oportunidad que brindan los nuevos medios de comunicación electrónica, no es sorprendente que surgieran y estén surgiendo multitud de empresas editoriales con poca ética profesional que publican, por una cuota, artículos científicos que falsamente afirman pasan por un proceso riguroso de revisión por pares. Esto, ciertamente, es alarmante. Más lo es, sin embargo, que, de acuerdo con los hallazgos de Bohannon, empresas editoriales privadas con prestigio en el campo de las publicaciones científicas hayan igualmente aceptado publicar el artículo con resultados ficticios.

Algunas suscripciones de revistas exitosas editadas por empresas privadas han alcanzado precios estratosféricos –en algunos casos hasta 20,000 dólares por año–. Esto limita la difusión de los resultados de investigación y por consecuencia dificulta el avance científico. En este contexto, la opción que ofrecen las revistas de acceso libre resulta atractiva.

Siempre y cuando que, por supuesto, las investigaciones que ahí se publiquen no sean ficticias.

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