El primer laboratorio científico de la historia

A propósito de los viajes de exploración



No podríamos quizá esperar que quien se apreste a realizar un viaje al planeta Júpiter tenga una preocupación demasiado grande por la comida que llevará para la travesía. Ciertamente, no porque considere que la comida es superflua –a menos que tenga la intención de suicidarse o de viajar en estado de hibernación, como en la famosa película de Stanley Kubrick de los años sesentas–, sino porque con seguridad tendrá la mente ocupada en un sin número de otros asuntos, propios de un viaje a un lugar tan lejano e inhóspito.

Viajar a Júpiter no es una empresa sencilla. De hecho, no se avizora que lo hagamos en las próximas décadas, pues está muy por encima de nuestras capacidades tecnológicas y económicas actuales –además de que no tenemos una motivación real para hacerlo–. Hay quien se preocupa, sin embargo, por los alimentos que consumirán los astronautas del futuro en viajes de larga duración, alimentos que se pretende no sean demasiado diferentes a los que acostumbramos en nuestro planeta. Esto, con el objeto de disminuir la presión sicológica sobre los viajeros espaciales, ya de por sí muy grande.

Un ejemplo de lo anterior es el artículo publicado la semana que hoy termina en la revista “Food Research International” por investigadores químicos de la Universidad Aristóteles de Tesalónica en Grecia. En dicho artículo se reportan los resultados de un estudio, financiado por la agencia espacial europea, llevado a cabo para determinar el efecto que una fuerza de gravedad mayor a la terrestre –como la de Júpiter– tendría sobre la preparación de papas fritas.

Se sabe que el grado de dorado de una papa depende del calor que es transportado por convección desde el fondo de la freidora a la superficie de la papa. La convección es el fenómeno por medio del cual un volumen de líquido caliente en el fondo de un recipiente experimenta una fuerza de flotación y sube a la superficie desplazando a otro volumen similar del líquido a menor temperatura– como cuando calentamos agua en la estufa–. La fuerza de flotación que produce la convección, por otro lado, depende de la fuerza de gravedad, de modo que la convección será más grande en la medida que ésta última aumente.

En pocas palabras, podríamos esperar que en la superficie de Júpiter se puedan preparar papas fritas más crujientes, como lo señala la revista “Science” en su último número al comentar el artículo de los investigadores griegos.

Si bien los viajes de exploración espacial son cualitativamente diferentes a los viajes de exploración de los siglos XV y XVI que llevaron a la colonización europea del mundo, es interesante hacer una comparación entre los alimentos de los viajeros en ambos casos. Como sabemos, el interés de España en encontrar una ruta por el oeste a las indias orientales llevó primero a Cristóbal Colón a “descubrir” el Nuevo Mundo y años después a la circunnavegación del globo terrestre por una expedición que inició en 1519 Fernando de Magallanes y finalizó Sebastián Elcano tres años después. Con el transcurrir de los siglos, los viajes de exploración iniciados por españoles y portugueses llevaron a prácticamente todos los rincones de la superficie terrestre. En comparación, los resultados de los viajes espaciales han sido modestos y el único destino extraterrestre que ha alcanzado un viaje tripulado es la Luna.

Esto último por supuesto, es resultado de las dificultades técnicas que presentan los viajes espaciales, que han demandado de grandes desarrollos tecnológicos en muchos campos. En este contexto, no es sorprendente que la comida de los astronautas sea igualmente foco de una atención detallada; mucho mayor que la que en su momento se le dio a los alimentos que consumieron los marinos exploradores hace cinco siglos.

Uno de los relatores del viaje de circunnavegación de Magallanes y Elcano fue Antonio Pigafetta. Después de salir del estrecho de Magallanes y penetrar en el Océano Pacífico, Pigafetta relata en su diario: “El miércoles 28 de noviembre de 1520 salimos de dicho estrecho y entramos en el mar pacífico en donde permanecimos por tres meses y 20 días sin llevar alimentos frescos, y solamente comimos galletas reducidas a un polvo lleno de larvas y apestando por la suciedad que las ratas habían hecho cuando se comieron las galletas buenas, y bebíamos agua que era amarillenta y apestosa. También comimos cuero de buey....que era muy duro y que tuvimos que poner cuatro o cinco días en el mar y después en las brasas…..Además de todas las calamidades anteriores, el infortunio que mencionaré fue el peor, éste fue que las encías superiores e inferiores de la mayor parte de nuestros hombres se hincharon tanto que no pudieron comer, y sufrieron tanto que 19 murieron”.

Como ahora sabemos, las encías de los marineros se hincharon por causa del escorbuto, que a su vez es causado por una falta de vitamina C en la alimentación.

El cuidado que los exploradores marinos hace cinco siglos ponían en su alimentación fue evidentemente muy diferente del que gozarán los futuros exploradores del sistema solar, quienes es posible que incluso disfruten de mejores papas fritas en compensación por todas las molestias del viaje. En el caso, por supuesto, de que los viajes interplanetarios sean algún día factibles.

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