El primer laboratorio científico de la historia

Selección innatural



Como sabemos, el primer viaje de Cristóbal Colón a nuestro continente tuvo una duración de poco más de dos meses. Hoy en día un viaje similar en un avión jet comercial puede ser llevado a cabo en un tiempo que se mide en horas. Este contraste de tiempos puede ser visto desde diferentes puntos de vista. Uno de estos es el de la cantidad de energía por pasajero necesaria para cada medio de transporte, la cual es sustancialmente más grande para un avión a reacción que para un barco de vela. Así, empleando medios de transporte modernos podemos desplazarnos más rápido que hace cinco siglos, pero a un costo energético considerablemente mayor.

Desde la época en que éramos cazadores recolectores hace unos diez mil años el consumo promedio de energía per cápita se ha incrementado casi cien veces. El incremento ha sido gradual pero se ha acelerado en los últimos 200 años a partir de la Revolución industrial. Y esto ha sido mediante la explotación de los combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas natural.

Por otro lado, en la primera mitad del siglo XX se llevaron a cabo descubrimientos fundamentales sobre la naturaleza de las estructura del átomo, lo que puso de manifiesto la enorme cantidad de energía almacenada en el interior del mismo. Con el conocimiento adquirido, científicos e ingenieros idearon maneras de liberar esta energía, ya sea de manera incontrolada –como en una bomba atómica– o de forma controlada por medio de reactores nucleares.

Dada la enorme magnitud de la energía almacenada en el interior de los átomos, resultaba natural pensar que en la energía nuclear estaba el futuro energético del mundo. Con el transcurrir de los años, sin embargo, esta energía no tuvo el desarrollo que hubiera podido pensarse. Así, si bien hay países que obtienen su energía eléctrica mayoritariamente de la energía nuclear –notablemente Francia, con el 75% de su consumo total– la energía nuclear juega un papel relativamente menor en comparación con los combustibles fósiles y a nivel global solamente de 13% de la energía eléctrica que consume el mundo es de origen nuclear.

Un problema con la energía del átomo es que su explotación genera productos radiactivos altamente tóxicos. Tres accidentes nucleares de gran magnitud nos recuerdan los peligros de la energía nuclear: los accidentes de “Three Mile Island”, ocurrido en Pensilvania, Estados Unidos, en 1979, de Chernobil, Ucrania en 1986, y de Fukushima, Japón, en 2011. El accidente de Chernobil, como resultado del cual explotó la vasija del reactor, dispersó material radiactivo sobre todo el continente europeo y obligó a la evacuación de más de cien mil personas del área alrededor de la central nuclear. El gobierno soviético estableció una zona de exclusión de 30 kilómetros de radio alrededor del sitio del reactor, la cual está fuertemente contaminada, y que se ha mantenido hasta la actualidad.

Se sabe que la radiación de alta energía producida por la desintegración de materiales radiactivos puede producir daños a nivel celular que pueden llevar al desarrollo de cánceres, a la alteración del material genético, e incluso a la muerte de las células mismas, y se han llevado a cabo estudios del efecto de la contaminación radiactiva en Chernobil sobre las especies que viven en el área, que se ha convertido en un laboratorio involuntario para este tipo de estudios.

Uno de estos estudios fue realizado por un grupo de investigadores de Europa, los Estados Unidos y Japón, encabezado por Ismael Galván del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, el cual fue publicado en línea el pasado mes de abril en la revista “Functional Ecology”.

El estudio fue llevado a cabo con varias especies de aves, tanto dentro como fuera de la zona de exclusión, y arrojó un resultado sorprendente: encontró que aves que viven en zonas altamente contaminadas parecen haberse adaptado a los efectos de la radiación. Esto, por una especie de “selección innatural”, según uno de los autores de estudio. Los investigadores encontraron también un efecto inverso entre el daño genético y el nivel de contaminación, de modo que aves que viven en zonas menos contaminadas están peor adaptadas que aquellas que habitan zonas con más contaminación.

No todos los especialistas, sin embargo, están de acuerdo con las conclusiones de Galván y colaboradores. En particular, un experto afirma que es difícil demostrar que la radiación en la zona de exclusión pueda haber tenido en efecto apreciable sobre las aves estudiadas.

En todo caso, sean o no sean acertadas las conclusiones del artículo en cuestión, la energía nuclear no pierde su carácter de alta peligrosidad, incompatible con la vida, y no es un sustituto viable para los combustibles fósiles. Aun si algunos organismos fueran capaces de adaptarse a niveles de radiactividad más allá de los propios del mundo natural. Por un proceso de selección que no es de este mundo.

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