El primer laboratorio científico de la historia

A propósito del futbol



La copa mundial de futbol finalizada hace una semana –que resultó más ajetreada que de costumbre– tuvo un promedio de 2.67 goles anotados por partido, cifra que es significativamente más alta que la de Sudáfrica 2010, cuando se marcaron un promedio de 2.27 goles en cada encuentro. Para encontrar un porcentaje similar hay que retroceder 16 años hasta Francia 1998. Si consideramos solamente los partidos de la fase de octavos de final en adelante, sin embargo, el promedio de goles cae drásticamente a sólo 2.19 goles por encuentro, que es menor que el promedio global de Sudáfrica 2010.

Aun más, si eliminamos los 8 goles del juego entre Alemania y Brasil, cuyo resultado fue claramente anómalo, este último promedio cae hasta 1.8. Como consecuencia de esta sequía de goles, 12 de los 16 partidos posteriores a la fase de grupos, incluyendo el partido final, se resolvieron por una diferencia de un solo gol o bien por tandas de penales. En esta fase, sin contar los juegos en los que Brasil falló de manera sorprendente, los equipos estuvieron en general muy equilibrados y en buena medida se anularon mutuamente.

En la definición del ganador y el paso a la siguiente ronda el azar jugó entonces un papel importante, y esto vale también para el partido final que cualquiera de los dos contendientes pudo ganar. Los partidos cerrados se dieron incluso entre equipos que nominalmente tienen niveles futbolísticos dispares, y aquí destaca lo hecho por Costa Rica, que demostró que las brechas futbolísticas entre países se están cerrando.

Así, resulta que muchas veces el equipo que gana un partido de futbol no es necesariamente el que tiene a los mejores jugadores, sino el que corre con la mejor suerte.

¿Es injusto el futbol con los contendientes? Un blog publicado la semana pasada por John Tierney en la sección de ciencia del periódico New York Times analiza esta cuestión. Ciertamente el futbol es injusto, pero no necesariamente más que otros deportes, en particular, aquellos que se practican en los Estados Unidos. La razón radica en que en ese país existen mecanismos para dar un mayor equilibrio en la calidad de los equipos que compiten en una determinada liga, de modo que los partidos tienden ser equilibrados y cerrados. Esto da al azar un papel importante en la definición del ganador.

En el caso del futbol a nivel mundial, si bien se están ciertamente cerrado las brechas de calidad futbolística entre países, éstas siguen existiendo, como lo muestra el hecho que los cuatro semifinalistas del presente campeonato hayan sido países que tradicionalmente juegan papeles protagónicos en este tipo de competencias. Consecuentemente, el azar tiene en el futbol un papel relativamente menor –aunque no nulo– en la definición de un partido –no sería el caso, por supuesto, si los dos equipos que se enfrentan se equilibran en calidad, como sucedió en el partido final Argentina-Alemania del pasado domingo.

Un partido de futbol equilibrado en el que los dos contendientes se anulen puede resultar tedioso. Al mismo tiempo, ya que los partidos espectaculares con muchos goles sólo se dan por excepción, se podría pensar que el futbol no constituye un espectáculo de masas. Lejos de esto, el futbol tiene un gran atractivo entre la población de muchos países –entre ellos el nuestro, como bien nos consta– y podríamos preguntarnos en qué radica este atractivo.

Ciertamente no, al menos no de manera preponderante, en las virtudes del futbol como espectáculo. Por el contrario, posiblemente el futbol nos resulte atractivo en gran medida por la perspectiva de ver ganar a nuestro equipo, sea este la selección nacional o algún otro del campeonato local. El espectáculo futbolístico pasaría así a un segundo plano.

De este modo, a pesar del soporífero partido de semifinales entre Argentina y Holanda, los argentinos llegaron en masa a Río de Janeiro para atestiguar la posible coronación de Argentina como campeón mundial, pagando en algunos casos, según los medios de comunicación, tarifas aéreas al triple de su precio normal.

Para que un partido de futbol nos resulte más atractivo debe, entonces, existir una probabilidad razonable de que nuestro equipo salga triunfador. En el peor de los casos, si el encuentro fuera entre un David y un Goliath, los seguidores de David deben tener una esperanza –así sea leve– de que cuando menos le harán difícil la vida al gigante.

Tenemos así una situación paradójica. Según Stefan Szymanski de la Universidad de Michigan, citado por Tierney en el artículo referido, si se hicieran más grandes las porterías para que haya un mayor número de goles se harían más acusadas las diferencias de calidad futbolística entre países y, de manera consecuente, se disminuiría el papel que el azar tiene en la definición de un partido.

Una disminución del papel que el azar juega en la definición de un partido impactaría negativamente al negocio del futbol. En particular, en México se haría más difícil que cada cuatro años nos vendieran el espejismo de que podemos jugar un papel protagónico en la copa mundial, e incluso ganar la copa. Así, tendremos que resignarnos a que los partidos de futbol espectaculares y con muchos goles sólo se den por excepción.

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