El primer laboratorio científico de la historia

Creaturas de fantasía



En tiempos antiguos, en Europa se creía que en tierras remotas existían monstruos humanoides con características físicas fantásticas. Un ejemplo de esto nos lo da el escritor romano Plinio el Viejo, quien en el primer siglo de nuestra era en su Historia Natural escribe que, según el historiador griego Ctesias, en la India “existe una raza de seres humanos, quienes son conocidos como Monocoli, los cuales tienen una sola pierna pero son capaces de saltar con asombrosa agilidad. Estas mismas gentes son también llamados sciapodos, porque tienen el hábito de acostarse de espaldas durante las horas de calor extremo, y protegerse del sol con la sombra del pie.”

Los sciapodos no son los únicos monstruos de la India descritos por Plinio el Viejo. A estos se unen humanos con cabeza de perro, o bien con los pies volteados hacia atrás y ocho dedos en cada pie. Incluye también a humanos con un agujero por nariz y pies flexibles como una serpiente. Igualmente, en el extremo de la India localiza a una raza de hombres que no tienen boca y que subsisten solamente de los olores que inhalan.

Plinio el Viejo pudo escribir acerca de estas creaturas fantásticas con una cierta credibilidad por la lejanía de Roma de las tierras en las que supuestamente habitaban. En los tiempos actuales, en los que es posible viajar a cualquier lugar del mundo en menos de 24 horas, es más difícil creer que tales engendros pudieran existir en algún lugar del planeta.

O casi en ningún lugar, si hemos de atender a leyendas como la del hombre de las nieves o yeti que habitaría en las montañas Himalaya. Como sabemos, el hombre de las nieves sería una creatura bípeda que camina ligeramente agachada, con una altura mayor a la típica humana y con el cuerpo cubierto de pelo.

Quienes defienden su existencia, no obstante, muestran típicamente sólo evidencias indirectas, tal como huellas de pisadas en la nieve que aparentemente no pueden ser asociadas a ningún animal conocido. Otras veces muestran filmaciones en donde se ve al hombre de las nieves a lo lejos y de manera fugaz, y no una evidencia sólida como la presentación de un espécimen de hombre de las nieves, vivo o muerto.

Las evidencias que apoyan la existencia del hombre del yeti son entonces fundamentalmente anecdóticas y no resultado de una investigación formal. Para subsanar esto último, un grupo de investigadores de universidades y centros de investigación de Europa y los Estados Unidos, encabezados por Bryan Sykes de la Universidad de Oxford en el Reino Unido, llevaron a cabo un estudio genético con una serie de fragmentos de pelo atribuidos al yeti y a otros primates anómalos, incluyendo al llamado pie grande que ha sido avistado en los Estados Unidos y al almasty del Asia Central. El estudio fue publicado este mes en la revista “Proceedings of the Royal Society B”.

Para llevar a cabo el estudio, los investigadores solicitaron muestras de pelo a museos y a colecciones particulares en diferentes partes del mundo. Recibieron un total de 57 muestras, una de las cuales resultó ser una fibra vegetal y otra una fibra de vidrio. Después de una primera revisión escogieron 37 muestras, las cuales fueron sometidas a un análisis genético para determinar su procedencia. Solamente en 30 de los casos estudiados se pudo determinar esta procedencia, que en ningún caso correspondió a una especie desconocida. En todos los casos, excepto uno cuyo análisis genético demostró que se trataba de una muestra de pelo humano, los fragmentos de pelo correspondieron a una especie animal conocida, incluyendo osos negros, osos pardos, caballos, vacas, mapaches, e incluso un puercoespín, entre otros animales.

El animal al que corresponde cada fragmento, además, habita en el lugar en el que fue encontrado dicho fragmento. Esto es cierto en todos los casos excepto para dos muestras encontradas en el Himalaya en los que la información genética coincide con la de un fósil de oso polar que vivió hace 40,000 años –más no a la de un oso polar actual–. Para explicar este hallazgo, Sykes y colaboradores sugieren que los animales a los cuales pertenecen los fragmentos son una variante del oso polar que no había sido descubierta hasta ahora, o bien un híbrido de oso polar con oso pardo. Esto podría ayudar a explicar, según los investigadores, el origen de la leyenda del yeti, que no correspondería de este modo a un primate desconocido, sino una variante de oso polar no reconocida hasta ahora.

El estudio de Sykes y colaboradores prueba que ninguno de los casos estudiados corresponde a los de un primate desconocido y da una indicación de la fragilidad de las evidencias ofrecidas en favor de su existencia. No prueba, sin embargo, que el yeti o el pie grande no existan. Pudieran existir, pero hasta ahora no hay pruebas sólidas que apoyen esta posibilidad.

Como tampoco hay pruebas de que los sciapodos existan o hayan existido en tiempos de Plinio el Viejo, si bien no podamos negarlo categóricamente.

Y, sin embargo, hay que reconocer que, dado el caso, con seguridad apostaríamos doble contra sencillo a que nadie, así buscara por mar, cielo y tierra, podría alguna vez descubrir a un sciapodo recostado bajo los rayos del sol haciéndose sombra con el pie.

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