Hogar, dulce hogar

Luces en la noche



No han pasado todavía doscientos años desde que tuvimos acceso por vez primera a la luz eléctrica. Antes de eso, para iluminar las noches recurrimos a fogatas o antorchas y, con el transcurrir del tiempo y evolucionar la tecnología, a lámparas de aceite o de gas. Aun en este último caso, sin embargo, los niveles de iluminación que podían alcanzarse eran relativamente bajos, en comparación con los que es posible obtener con la luz eléctrica.

De este modo, dado que nuestra especie evolucionó durante cientos de miles de años sin luz artificial, cabe preguntarse cómo nos afecta el hecho de que ahora estemos rodeados en las horas nocturnas de todo tipo de luz eléctrica que, ciertamente, acorta la noche cuando se supone que debemos dormir.

Una tesis sorprendente en este sentido es la de Roger Ekrich, profesor de historia en el Instituto Politécnico de Virginia en los Estados Unidos, quien afirma que los últimos doscientos años cambiaron radicalmente nuestros hábitos de sueño. Actualmente se asume que debemos dormir ocho horas diarias de manera continua. De acuerdo con Ekrich, en contraste, antes de la Revolución Industrial lo usual era dividir el sueño en dos periodos. Las personas iban a la cama un par de horas después de anochecer y dormían por unas cuatro horas. A esto seguía un periodo de vigilia de una a dos horas y un segundo periodo de sueño de cuatro horas.

Ekrich llegó a esta concusión mediante la consulta de numerosos documentos de todo tipo en los que se hace referencia a un primer y un segundo periodos de sueño. Durante la vigilia entre estos dos periodos, sin bien la mayor parte de la gente permanecía en cama, algunos la aprovechaban para ir al baño o bien para meditar u orar, e incluso para visitar a los vecinos. Se afirmaba también que el periodo de vigilia era el más propicio para que las parejas concibieran un hijo.

Según Ekrich, las referencias al sueño segmentado se vuelven más escasas hacia el final del siglo XVII, presumiblemente porque empezó a haber más vida nocturna, sobre todo entre aquellos con los recursos económicos suficientes para adquirir medios de iluminación. Con la aparición de la luz eléctrica la vida nocturna se extendió hacia todos los segmentos de población, y con esto empezaron a cambiar nuestros hábitos de sueño hasta llegar a la época actual, cuando dormir diariamente ocho horas continuas se considera normal.

¿Está en nuestra naturaleza dormir de manera segmentada en dos periodos separados por una o dos horas de vigilia en la madrugada como aventura Ekrich, de modo que dormir ocho horas continuas es una práctica artificialmente adquirida? Aunque esto último no es aceptado de manera generalizada por los especialistas, existe evidencia científica que lo apoya. En 1992, el siquiatra Thomas Wehr llevó a cabo un experimento con un grupo de voluntarios a los que sujetó a periodos de 14 horas de oscuridad durante un mes, permitiéndoles dormir cuanto quisieran. Wehr encontró que, después de una fase de transición, los voluntarios terminaron durmiendo ocho diarias divididas en dos periodos, separados por una o dos horas de vigilia.

Las aplicaciones de la luz artificial, por otro lado, no se limitan a la iluminación espacial sino que se extienden, por ejemplo, a las pantallas de las tabletas electrónicas, cuyo uso está, igualmente, cada vez más extendido. En este último caso, cabe preguntarse sobre los efectos que estos dispositivos electrónicos tienen sobre nuestra salud y en este respecto, un artículo publicado la presente semana en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” describe los resultados de un estudio llevado a cabo para determinar el efecto que el uso de una tableta electrónica antes de dormir tiene sobre la calidad del sueño.

La investigación fue encabezada por Anne-Marie Chang del Brigham Women´s Hospital en Boston, Estados Unidos, y durante la misma se estudió el efecto que sobre el sueño tiene leer, por cuatro horas antes de dormir, un libro electrónico en una iPad en comparación con uno impreso en papel. Los investigadores encontraron que leer un libro electrónico reduce la somnolencia antes de dormir y la incrementa al día siguiente; esto en comparación con el libro impreso. Encontraron, igualmente, que leer en un iPad reduce los niveles de melatonina –una hormona que juega un papel en la inducción del sueño– y retrasa el ritmo circadiano por más de una hora.

La luz artificial tal como la conocemos se inició con la lámpara incandescente de Edison en el último cuarto del siglo XIX y ha ido evolucionando de manera continua desde entonces hasta llegar a las actuales lámparas LED de luz blanca, cuyo uso para iluminar tanto espacios interiores como exteriores está cada vez más extendido. Una característica de los dispositivos LED es su alta eficiencia, lo cual presumiblemente incrementará los niveles de iluminación nocturna y con esto los posibles riesgos de salud.

De confirmarse los efectos adversos de la iluminación artificial sobre nuestros hábitos de sueño y potencialmente sobre nuestra salud –se le ha asociado, aunque de manera no conclusiva, a un incremento en el riesgo de desarrollar cáncer de pecho, lo mismo que otras enfermedades– habremos comprobado que en cuanto a la luz artificial se refiere, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre.

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