Hogar, dulce hogar

Mensajes distantes



¿Cómo vivirán nuestros descendientes dentro de 100 años? ¿Cómo lo harán en el año 3000 de nuestra era? ¿Vivirán en ciudades en el fondo del océano protegidas por un domo de cristal? ¿Habrán logrado superar la gravedad terrestre y habitarán en otros planetas? O bien, en un escenario propio de los tiempos de la Guerra Fría, como resultado de una guerra nuclear de proporciones globales ¿Habrá colapsado la civilización y nuestros descendientes vivirán en un estado primitivo de desarrollo social?

Por alguna razón no determinada, a muchos de nosotros nos gusta soltar la imaginación y hacernos preguntas de este tipo. Preguntas que son, sin embargo, ociosas, pues no hay manera de responderlas con un grado de precisión razonable, dado que entre nuestras capacidades no está la de predecir el futuro. De este modo, las proyecciones y visiones del futuro quedan, en el mejor de los casos, en el ámbito de la ciencia ficción.

Nuestro interés en la relación presente-futuro se da también en otro sentido. De manera específica, con las llamadas cápsulas del tiempo en las que se guardan objetos característicos de una época. La pretensión es que, en un futuro más o menos lejano, quienes abran la cápsula reciban un mensaje directo de una época pasada.

El pasado mes de diciembre los medios de comunicación nos hicieron saber del hallazgo de una cápsula del tiempo oculta en una piedra de las paredes del capitolio de la ciudad de Boston. La cápsula –una caja de aleación de cobre de unos veinte centímetros de largo, 15 de ancho y 4 de alto– fue enterrada en 1795 por Paul Revere y Samuel Adams, dos de los héroes de la independencia norteamericana. Fue descubierta en el verano de 2014 por mediciones de radar durante un proyecto de mantenimiento del edificio por una fuga de agua.

Con 220 años de antigüedad, la cápsula del tiempo enterrada en las paredes del capitolio de Boston es la de mayor antigüedad que se ha encontrado en los Estados Unidos. No ha estado oculta, sin embargo, por tanto tiempo, pues fue desenterrada en 1855 durante una operación de mantenimiento del edificio. En esa ocasión, después de limpiar los objetos que contenía, la cápsula fue nuevamente enterrada en el mismo lugar, añadiendo algunos objetos de la época.

Después de trabajar por todo un día, Pam Hatchsfield del Museo de Bellas Artes de Boston, logró liberar la caja de la piedra que la aprisionaba. Con el objeto de explorar su contenido, la caja fue sujeta a análisis con rayos X. La apertura de la cápsula del tiempo fue llevada a cabo por Hatchsfield de manera teatral el pasado día 6 de enero durante una rueda de prensa. Entre otros, se encontró que contenía los siguientes objetos: monedas de oro y plata fechadas entre 1652 y 1855, una placa de plata que se piensa fue grabada por Paul Revere, una medalla de cobre con la imagen de George Washington, algunos periódicos y tarjetas de presentación.

Al igual que en 1855, en esta ocasión se piensa regresar la cápsula a su lugar en la pared del capitolio. No se ha decidido, sin embargo, si a su contenido se le añadirán objetos contemporáneos.

La colocación de cápsulas de tiempo es una práctica muy extendida, Existe incluso una Sociedad Internacional de Cápsulas del Tiempo, con sede en la Universidad Oglethorpe, Atlanta, Estados Unidos, que, entre otras cosas, pretende llevar un inventario de cápsulas en el mundo con el objeto de mantener visible su rastro a lo largo de los años. De acuerdo con esta sociedad hay unas 10,000 cápsulas de tiempo repartidas en el planeta.

Las cápsulas de tiempo pretenden enviar mensajes hacia el futuro desde una determinada época. El mensaje posiblemente esté contenido, tanto en los objetos dentro de la cápsula, como en la intención manifiesta de aquellos que enviaron dichos objetos hacia el futuro. El mensaje enviado, no obstante, depende de la colección de objetos contenidos en la cápsula y hay quien arguye que estos objetos no serán por lo común de gran utilidad para los arqueólogos del futuro.

En particular, en el caso de la cápsula del tiempo de capitolio de Boston habría que esperar la opinión de los expertos en cuanto a cómo puede su descubrimiento contribuir a entender la historia de los Estados Unidos doscientos años atrás –más allá de lo que le ha servido al Museo de Bellas Artes de Boston para hacerse algo de publicidad.

De un modo o de otro, lo que sí no se puede negar es que, encontrarse con un mensaje que nos es enviado –con plena intención– directamente desde el pasado, es algo que no deja de ser fascinante.

Comentarios