Hogar, dulce hogar

Productividad prehispánica



¿Qué características tienen en común la antigua Tenochtitlán y la actual Ciudad de México? Es posible que no muchas, si bien algunas habrá. La más obvia, por supuesto, es que Tenochtitlán ocupó un espacio que es actualmente parte de la Ciudad de México y en este sentido aquella es un antecedente de esta última. Una característica común adicional es que tanto Tenochtitlán como la Ciudad de México se cuentan entre las ciudades más grandes del mundo en el que les tocó desarrollarse.

Por otro lado, en términos absolutos la Ciudad de México es una ciudad de proporciones gigantescas que no guarda ninguna proporción con Tenochtitlán, ni en población ni en superficie urbana. Tecnológicamente también existe una gran diferencia entre ambas ciudades. Así, por ejemplo, mientras que en la Ciudad de México existe en la actualidad un sistema masivo de transporte público movido por energía eléctrica, en la antigua Tenochtitlán el transporte se hacía por medio de canoas y canales de agua.

Pueden citarse muchas otras diferencias entre Tenochtitlán y la actual Ciudad de México, diferencias de orden tecnológico, social, económico, político o cultural. De hecho, se puede argüir que es un sinsentido intentar compararlas, pues son ciudades que pertenecen a dos mundos distintos –separados, además, por cinco siglos–, por más que una sea el antecedente de la otra.

Y no obstante lo anterior, un artículo aparecido esta semana en la revista “Science Advances”, publicado por la “American Association for the Advancement of Science”, arguye que, al menos en un aspecto –la productividad–, los habitantes de la Ciudad de México se comportan de manera similar a como lo hacían sus antecesores de Tenochtitlán. El artículo fue publicado por un grupo de investigadores de universidades de los Estados Unidos, encabezados por Scott Ortman de la Universidad de Colorado y del Instituto de Santa Fe, Nuevo México.

En realidad lo que arguyen Ortman y colaboradores es más general y se aplicaría a todos los conglomerados urbanos del pasado y del presente. Según estos investigadores, la productividad de una ciudad puede ser descrita por una misma ley matemática, según la cual dicha productividad aumenta en la media que se incrementa el tamaño de la ciudad. Esta característica sería producto del tipo de interacción que establecen los habitantes de una ciudad y resultaría en gran medida independiente de las circunstancias particulares propias de cada núcleo urbano, incluyendo la época histórica en que se desarrolla.

Ortman y colaboradores llegaron a esta conclusión a partir de un estudio de la productividad de diferentes poblaciones prehispánicas alrededor de Tenochtitlán. Dado que las posesiones de los habitantes de estas poblaciones desaparecieron hace ya largo tiempo, los investigadores tomaron como una medida de dicha productividad al volumen en metros cúbicos de edificios públicos construidos en un año, así como al tamaño de las casas habitación. Encontraron que la productividad en las poblaciones prehispánicas aumentaba con el tamaño de los conglomerados urbanos de la misma manera a como los hace la productividad urbana contemporánea.

Esto es, ciertamente, de llamar la atención y en este respecto afirma Ortman: “Para mí, la idea que los mismos procesos que generaron un lugar como la ciudad de Nueva York estuvieron operando en pequeñas poblaciones en otras partes del mundo en la antigüedad resulta sorprendente”

Además, el que la productividad de una ciudad en la antigüedad dependa sólo de su tamaño tiene consecuencias interesantes para entender la relación entre la organización social y la productividad. Así, como apunta Ortman: “Nosotros crecimos alimentados por la idea que gracias al capitalismo, la industrialización y la democracia, el mundo moderno es radicalmente diferente del mundo en el pasado. Lo que encontramos aquí es que las fuerzas que determinan los patrones socioeconómicos en las ciudades modernas les preceden”.

Tendríamos así que la productividad de la cual depende el bienestar relativo de una población urbana depende de su tamaño. El bienestar absoluto, no obstante, dependerá de otros factores. Así, si bien la ciudad de Nueva York y la Ciudad de México clasifican ambas en el grupo de las ciudades más grandes del mundo, sus productividades respectivas son claramente muy diferentes. Y esto, si hemos de creerle a Ortman y colaboradores, es independiente del grado de capitalismo, industrialización o democracia del país.

En este respecto, cabe preguntarse por el nivel medio de vida en Tenochtitlán –sin tomar en cuenta a los prisioneros destinados a ser sacrificados en el Templo Mayor–. ¿Cómo se compara con el nivel medio de vida en la actual Ciudad de México? ¿Ganó o perdió la ciudad con la conquista española?

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