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Lo anterior probablemente requiera de algunas precisiones que ofrecemos en lo que sigue. Para empezar, haremos notar que por Ganímedes no hacemos referencia a Ganimedes, el troyano que fue raptado y llevado al Olimpo por Zeus según la mitología griega, sino al satélite joviano que fue descubierto 1610 por Galileo Galilei. Cuando en ese año Galileo apuntó su telescopio hacia Júpiter descubrió cuatro puntos luminosos orbitando al planeta –supo esto último porque los puntos cambiaban de posición de un día para otro alrededor de Júpiter–. Uno de esos puntos era Ganímedes; los otros tres correspondían a los también satélites jovianos Io, Europa y Calisto. De los cuatro satélites descubiertos por Galileo, Ganímedes es el más grande. De hecho, Ganímedes es el satélite más grande del Sistema Solar, con un volumen incluso superior al de Mercurio.
Haremos notar, igualmente, que Ganímedes es un mundo inhóspito en el que no podríamos sobrevivir sin medios artificiales. Aun así, es posible que comparta con nuestro planeta una de las características que lo distinguen: las condiciones para el desarrollo de la vida tal como la conocemos.
Ganímedes fue tema del cuento corto publicado por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov en 1940 que lleva por título “Navidad en Ganímedes”. Dicho cuento versa sobre la explotación minera de este satélite por una compañía privada que utilizaba a los nativos ganimedeanos, llamados “astruces” –debido a que por su aspecto recordaban a los avestruces–, como mano de obra semi-esclava. La compañía durante el relato está experimentando problemas pues uno de los mineros habló con los astruces acerca de Santa Claus y éstos, que poseían un cierto grado de inteligencia que incluso les permitía mal hablar el inglés, se negaban a trabajar a menos que los visitara Santa Claus en Navidad llevándoles regalos.
Los mineros pudieron arreglar el problema disfrazando de Santa Claus a aquel que había cometido la indiscreción de hablarles de la Navidad a los astruces. Hicieron, además, uso de un viejo trineo de madera que había sido llevado a Ganímedes mucho tiempo atrás cuando se pensaba que su superficie estaba cubierta de nieve, y de ocho animales nativos que vagamente recordaban a los renos.
El problema aparentemente había sido resuelto, después de dificultades considerables para doblegar y amarrar al trineo a los supuestos renos, hasta que los mineros se dieron cuenta de que el año ganimediano –el tiempo que el satélite tarda en completar una órbita alrededor de Júpiter– es de sólo 7 días y que los astruces esperaban que Santa Claus los visitara con esta periodicidad.
Las condiciones en la superficie de Ganímedes no son, por supuesto, adecuadas para que existan astruces o renos nativos ni tampoco para que los humanos podamos sobrevivir con apenas una máscara y un tanque de oxígeno como ocurre en el relato de Asimov. Por un lado, si bien aparentemente existe una atmósfera de oxígeno en Ganímedes, ésta es demasiado tenue. Por otro lado, dado que Júpiter está unas cinco veces más lejos del Sol que nuestro planeta, la radiación solar que recibe Ganímedes es muy débil y, de manera consecuente, la temperatura de su superficie es extremadamente baja, tanto que puede alcanzar los menos 180 grados centígrados. De este modo, el cuento de Asimov –que no es, por supuesto, sino un relato humorístico– no tiene sustento físico. Pone de manifiesto, no obstante, que Ganímedes es un mundo extraño en el que las navidades tendrían que celebrarse con una frecuencia inusitada.
Y, sin embargo, a pesar de sus diferencias con la Tierra, de acuerdo con el trabajo de Saur y colaboradores citado al principio de este artículo, Ganímedes tiene bajo una gruesa capa de hielo superficial un océano de agua salada que en volumen es mayor que toda el agua existente en la Tierra. Basan esta conclusión en el comportamiento de las auroras ganimedianas –similares a las auroras boreales que ocurren en nuestro planeta–, que están influenciadas por la rotación de Júpiter. Un estudio por medio del telescopio espacial Hubble de los cambios que experimentan estas auroras en la medida en que rota Júpiter, muestra que debe existir un vasto océano de agua salada con una profundidad de 100 kilómetros bajo la superficie helada de Ganímedes
En forma coincidente con la comprobación de la existencia de un océano de agua salada en Ganímedes, un artículo publicado esta semana en la revista “Nature” llega a la conclusión que también en Encélado, el satélite de Saturno, hay un océano subterráneo en el que, de manera sorprendente, las temperaturas pueden alcanzar los 90 grados centígrados.
Así, tenemos que, de manera inesperada, dos mundos helados y lejanos tienen mayores probabilidades de mantener alguna forma de vida que la que tiene nuestro vecino Marte, aparentemente más parecido a la Tierra –al menos en las imágenes que nos han llegado desde su superficie–, pero extremadamente seco y con seguridad desolado. ¿Qué forma de vida existirá en Ganímedes en caso de que la hubiera? No lo sabremos hasta que lleguemos allá, pero probablemente no encontraríamos ni astruces ni remedos de renos.
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San Luis Potosí
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