El primer laboratorio científico de la historia

Los cavernarios y la igualdad de género



De acuerdo con una fantasía recurrente en el siglo pasado, los hombres de las cavernas tenían la costumbre de golpear a sus mujeres con un garrote y arrastrarlas por los cabellos hasta la cueva en la que habitaban. Todo esto teniendo como marco un paisaje de abundante vegetación, humeantes volcanes en la lejanía, y gigantescos dinosaurios con aletas dorsales, largas colas o afiliados dientes.

¿Qué tan cercana o lejana es esta fantasía de lo que realmente fue el mundo que habitaron nuestros antecesores? En lo que se refiere a que hayamos coincidido en el tiempo con los dinosaurios no hay nada más alejado de la verdad, pues éstos desaparecieron de la faz de la Tierra hace 65 millones de años, cuando en el planeta no había todavía ni el menor rastro del Homo sapiens. Con respecto a la cueva que servía de habitación, la especie no tiene visos de ser cierta si consideramos que los cavernarios habrían sido nómadas, cazadores-recolectores, que no habitaban en un lugar fijo –visto así, el llamarlos cavernarios es en cierto modo incorrecto–. En cuanto a lo del garrotazo y tirón de cabellos como método de seducción, un artículo aparecido esta semana en la revista “Science” arroja una sombra de duda sobre su veracidad. Dicho artículo fue publicado por un grupo de investigadores del University College London encabezado por Mark Dyble.

Si bien posiblemente nadie creería que de manera generalizada y cotidiana los cavernarios maltrataban a sus mujeres con golpes que podrían matarlas –lo que hubiera llevado a una escasez de mujeres y, por tanto, de nuevos nacimientos–, la fantasía del troglodita medio vestido con pieles arrastrando a una mujer por los cabellos refleja un estereotipo según el cual los hombres primitivos eran violentos y machistas. Según Dyble y colaboradores, sin embargo, antes de la aparición de la agricultura y el sedentarismo, en las sociedades primitivas existía igualdad entre sexos, de modo que este estereotipo sería incorrecto.

Los investigadores británicos llegaron a sus conclusiones después de estudiar a dos grupos modernos de cazadores-recolectores, los Palanan Agta de las Filipinas y los Mbendjele del Congo en África Central, al igual que a un grupo de agricultores, los Paranan, que son vecinos de los Agta. Un objetivo de la investigación fue el de determinar el grado de consanguinidad que existe entre los miembros de estos grupos, los cuales están formados aproximadamente por veinte individuos.

Según Dyble y colaboradores, se sabe que los integrantes de un grupo social tienen la tendencia a admitir como nuevos miembros a personas con las que están emparentados. En los hechos, sin embargo, y en una aparente paradoja, los grupos incluyen también integrantes sin ningún lazo de sangre con sus compañeros. En consonancia con esto, Dyble y colaboradores encuentran que en los grupos de cazadores-recolectores estudiados un 14% de integrantes no están emparentados con los demás miembros del grupo.

Los investigadores resuelven la paradoja notando que en los grupos de cazadores-recolectores la decisión de admitir a un nuevo miembro la pueden tomar tanto hombres como mujeres, lo cual aumenta la cantidad de personas no consanguíneas que podrían ser admitidas. Esto eventualmente lleva a la incorporación al grupo de miembros sin relación de parentesco aumentando así su heterogeneidad. La aparente paradoja es, de este modo, el resultado natural de la igualdad entre sexos en el momento de decidir la admisión de nuevos miembros al grupo social.

En contraste con los grupos de cazadores-recolectores, entre los grupos de agricultores estudiados el porcentaje de integrantes sin ninguna relación de parentesco con los demás miembros es de sólo el 4%; esto, como reflejo de una mayor desigualdad entre hombres y mujeres en el momento de decidir la admisión de un nuevo miembro.

Dyble y colaboradores asumen que la igualdad entre sexos observada en los grupos nómadas de cazadores-recolectores estudiados era la norma entre los grupos primitivos y sugieren que dicha igualdad jugó un papel fundamental en el desarrollo social de la humanidad. En particular, al fomentar el desarrollo de grupos heterogéneos, la igualdad sexual promovió el contacto y la cooperación entre individuos más allá de las fronteras de la consanguinidad, así como el intercambio y perpetuación de las innovaciones tecnológicas.

Si hemos de atender a las conclusiones de Dyble y colaboradores, la igualdad entre sexos no es un invento reciente. Lejos de esto, habría estado vigente en el pasado entre nuestros ancestros cazadores-recolectores, perdiéndose después por alguna razón. Las caricaturas de cavernarios armados con un garrote arrastrando a una mujer por los cabellos, además de lamentables, serían entonces solo eso: caricaturas sin mayor conexión con la realidad.

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