Hogar, dulce hogar

Viajes de fantasía



En una artículo publicado el pasado 1 de mayo en la revista “Science Advances” por un grupo de investigadores encabezados por Vipan Parihar de la Universidad de California en Irvine, se reporta que ratones sujetos a radiaciones de alta energía, tales como aquellas a las que estarían expuestos futuros astronautas en un viaje interplanetario, muestran daños en el sistema nervioso central, al igual que una reducción de sus habilidades cognitivas. Esto último sería especialmente crítico para la tripulación de una nave espacial que tendría que tomar decisiones autónomas en situaciones no previstas, lo cual requeriría de toda su capacidad intelectual; sin dejar de considerar, por supuesto, que un daño al sistema nervioso central dejaría a los astronautas con secuelas de por vida.

Los resultados del estudio de Parihar y colaboradores añaden un obstáculo más a la realización de un viaje tripulado a Marte en un futuro cercano; en particular, a la misión que ha planteado la NASA para el año 2035, por no mencionar el proyecto “Mars One” de una compañía privada holandesa, que pretende colonizar a Marte en la próxima década.

El sistema solar es un lugar peligroso, lleno de radiaciones de alta energía provenientes tanto del espacio profundo –rayos cósmicos–, como del Sol. Estas radiaciones son incompatibles con la vida, y si en la Tierra ésta ha prosperado, lo ha sido por la protección que le brinda la atmósfera, que absorbe las radiaciones, al igual que el campo magnético que rodea a nuestro planeta, que las desvía. Ya que ninguna de estas protecciones estaría disponible en el curso de un viaje a Marte, una nave espacial tripulada deberá contar con un blindaje anti-radiación adecuado.

Blindar una nave espacial, sin embargo, implica añadirle peso, lo que a su vez incrementa el costo de lanzarla al espacio. En este respecto, hay que notar que en la actualidad, según la NASA, el costo para colocar un objeto en órbita es de unos 10,000 dólares por kilogramo. Y, por supuesto, para hacerlo llegar a Marte dicho costo es todavía mayor. Esto refleja la gran cantidad de energía que hay que proporcionar a un objeto para que abandone nuestro planeta.

Para que así suceda, es necesario acelerarlo hacia arriba hasta que alcance una velocidad tal que contrarreste la fuerza de atracción de la Tierra. Esto, sin embargo, no es fácil de lograr. Como bien sabemos, si lanzamos una piedra hacia arriba, ésta eventualmente regresara al suelo después de haber alcanzado una cierta altura. Esta altura será mayor en cuanto mayor sea la velocidad que imprimimos inicialmente a la piedra, y en este punto cabe preguntarse de qué tamaño tendría que ser dicha velocidad para que la piedra ya no regrese al suelo. La respuesta la sabe –o la debería de saber– todo estudiante que haya aprobado un curso de física elemental: la velocidad mínima para escapar a la fuerza de gravedad de nuestro planeta es de aproximadamente 40,000 kilómetros por hora.

Esta velocidad es extraordinariamente grande en comparación con las velocidades a las que estamos acostumbrados. En particular, es claro que ni remotamente podríamos lanzar con el brazo una piedra hacia arriba con la suficiente fuerza para que escapara de la Tierra. Es más, ni Nolan Ryan, el pitcher de grandes ligas famoso por su bola rápida, lo hubiera podido hacer, aun en sus mejores tiempos, pues apenas era capaz de lanzar la pelota a unos modestos 160 kilómetros por hora –si bien lo hacía de manera regular.

En la práctica, para poner en órbita un objeto, o bien para enviarlo hasta otro planeta, más que darle un solo impulso inicial se le acelera por medio de cohetes a lo largo de un cierto tiempo, hasta que alcance la velocidad necesaria para escapar a la gravedad terrestre. El alto costo para poner un objeto en órbita está asociado al volumen de combustible de cohete necesario para vencer la atracción de la Tierra, el cual crece, por supuesto, con el peso de dicho objeto.

Los críticos de los planes de la NASA para realizar una misión tripulada a Marte en cosa de dos décadas señalan que el problema que representan la radiaciones de alta energía a las que estarían expuestos los astronautas en un viaje de ida y vuelta, cuya duración se mediría en años, no está resuelto por el alto costo que implica blindar a la nave espacial en contra de dichas radiaciones. Las mismas, además de su bien conocido potencial cancerígeno, pueden producir daños neurológicos a la tripulación, si hemos de atender a los resultados de la investigación de Parihar y colaboradores.

Por lo anterior y por otros factores, el espacio es, ciertamente, un lugar peligroso e incompatible con la vida. Mucho más peligroso y fuera de nuestro alcance de lo que pudiéramos quizá pensar en primera instancia en función de los avances tecnológicos que han posibilitado misiones tripuladas a la Luna –que, en realidad, está en la vecindad de la Tierra en comparación con Marte–, así como el envío de robots controlados a distancia a la superficie marciana. En este contexto, es posible que, al menos en las próximas décadas, los viajes tripulados interplanetarios no serán sino fantasías, en el mejor de los casos en el campo de la ciencia ficción.

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