El primer laboratorio científico de la historia

Novedades educativas



El finado director de cine Stanley Kubrick filmó en al año 1968 “2001: Odisea del espacio”, película que trata de una misión tripulada, ultra secreta, al planeta Júpiter. Dicha misión está a cargo de cinco astronautas, dos pilotos y tres que viajan en estado de hibernación a bordo de la nave espacial “Discovery One”. El control automático de dicha nave es llevado a cabo por “Hal”, una computadora de última generación, tan poderosa que podía razonar e incluso dialogar con los pilotos. Durante el viaje Hal se rebela y mata a cuatro de los astronautas, antes de morir al ser desconectada por el astronauta sobreviviente.

“2001: Odisea del espacio” fue filmada en una época en la que los viajes espaciales eran una novedad. Hay que recordar que en esos momentos -1961–, hacía menos de una década que el soviético Yuri Gagarin se había convertido en el primer astronauta de la historia. Fue, además, una película que estableció un patrón de calidad en cuanto a efectos especiales en el cine, mismos que fueron diseñados con apego a las leyes de la física.

En cuanto a la tecnología del futuro, Kubrick supuso que en el año 2001 serían posibles tanto los viajes tripulados interplanetarios como las computadoras inteligentes, y en ambos casos sus expectativas fueron, ahora lo sabemos, demasiado optimistas; aunque más cercanas a la realidad en el segundo caso. Por lo demás, el desarrollo tecnológico de las últimas décadas ha sido espectacular, y en algunos casos ha superado la visión del desarrollo futuro que Kubrick y sus contemporáneos tenían en los años sesentas.

Así, si bien es cierto que las computadoras no han logrado alcanzar la inteligencia de Hal, sí se han hecho cada vez más complejas e inteligentes, al grado que son capaces de competir exitosamente al más alto nivel como ajedrecistas, lo mismo que ganar concursos por televisión de gran sofisticación. Por otro lado, la tecnología ha seguido caminos de desarrollo que hubieran sido difíciles de predecir en la década de los sesenta. Pensemos, por ejemplo, en las computadoras personales, que contrastan en costo y tamaño con Hal que era todo menos un objeto personal. Menos aún podía haberse anticipado el desarrollo de la red Internet, de los teléfonos inteligentes y de las redes sociales, que le permiten mantener comunicación a distancia en forma permanente e instantánea a un grupo de personas.

La tecnología es, ciertamente, un elemento que es cada vez más parte integrante de la vida moderna y en este contexto la manera como se están educando a las nuevas generaciones está bajo presión para que cambie.

Un artículo publicado esta semana en la revista “Science” por investigadores de la Michigan State University (MSU), encabezados por Melanie Cooper, aborda este tema. El argumento central de Cooper y colaboradores es que la educación en Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés) debe tener como finalidad capacitar al estudiante en el uso de los conocimientos adquiridos a lo largo de su formación, en lugar de meramente buscar que el estudiante memorice conocimientos en campos cuya interconexión no alcanza a comprender. De acuerdo con Cooper: “Queremos que los estudiantes desarrollen una comprensión profunda de ideas centrales sobre las que puedan construir y puedan poner en uso, no solamente hechos que puedan regurgitar”.

Se deben, de este modo, definir tópicos centrales de estudio –para los dos primeros años de los programas de licenciatura– que el estudiante abordará a profundidad. Entre los tópicos que mencionan Cooper y colaboradores –definidos a través de discusiones interdisciplinarias en MSU– se encuentran: “evolución” en biología, “estructura y propiedades” en química”, y “las interacciones causan cambios en el movimiento” en física. Consideran igualmente el tópico “energía”, que abarca varios campos y que debe ser tratado de manera unificada en todos ellos.

Según Cooper y colaboradores, la evaluación de los estudiantes debe hacerse no solamente sobre la base de sus conocimientos, sino también en base a como emplean dichos conocimientos. Como resultado de su entrenamiento, el estudiante debe ser capaz de resolver problemas a partir de los conocimientos adquiridos y empleando el método científico.

Hace más de doscientos años Francisco de Goya pintó un pequeño cuadro al que puso por título “La letra con sangre entra”. Dicho cuadro, que habría sido pintado por Goya como una crítica a los métodos educativos de su época, muestra a un niño con los pantalones bajados e inclinado hacia delante a punto de ser azotado con un látigo por su maestro. Si hemos de creerle a Goya, la efectividad pedagógica de prácticas como la que retrató en su cuadro –que habrían sido comunes en la época– era sumamente baja. Esto, a pesar de que los propósitos de la educación hace dos siglos eran limitados, mayormente a la memorización de textos y de hechos.

En la actualidad, si bien el adagio “La letra con sangre entra” ya no se toma tan a pecho, la educación universitaria, de acuerdo con Cooper y colaboradores, sigue teniendo una componente de memorización propia del pasado y poco acorde con la época y el previsible futuro inmediato. Que si bien puede quedarse corto en expectativas, puede igualmente reservarnos sorpresas tecnológicas.

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