El primer laboratorio científico de la historia

Ni tanto que queme al santo



¿Cuánto tiempo hace que vio por última vez a la Vía Láctea? A menos que haya viajado recientemente al campo, es posible que hayan transcurrido varios años desde que tuviera la oportunidad. En posible incluso que en las nuevas generaciones encontremospersonas que nunca hanvistola Vía Láctea y las miles de estrellas que pueden observarse a simple vista en una noche oscura. Y todo esto por efecto de la creciente contaminación por luz eléctrica artificial en los centros urbanos,que hace cada vez más difícil observar los detalles del firmamento.

Estamos de este modo rápidamente perdiendo consciencia del mundo que nos rodea, lo que contrastacon las épocas anteriores a la expansión de la luz eléctrica, cuando las noches eran oscuras y el firmamento y sus estrellas eran parte de la vida diaria.

Al respecto, un grupo internacional de investigadores, encabezado por Fabio Falchi del Instituto de Ciencias y Tecnología sobre Contaminación Lumínica enThiene, Italia, publicó el pasado 10 de junio en la revista “ScienceAdvances” un atlas sobre la contaminación lumínica a nivel global. De acuerdo con este artículo, aproximadamente el 83% de la población del mundo, y más del 99% de las población de los Estados Unidos y Europa, vive en áreas contaminadas por luz.Se encuentra también que la Vía Láctea está oculta para un tercio de la población del mundo, lo mismo que para el 60% por ciento de los europeos y el 80% de los norteamericanos.

Falchi y colaboradores ofrecen también información detallada por países. Así, el país más contaminado lumínicamente es Singapur,seguido, en ese orden,por Kuwait, Catar, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita.En el otro extremo, dieciocho de los veinte países menos contaminados se localizan en África; el primer lugar lo ocupa Chad, seguido de la República Central Africana y Madagascar.

Con respecto a nuestro país, si bien no se encuentra en el grupo de los veinte países más contaminados lumínicamente, un vistazo a los mapas de distribución de luz incluidos en el artículo de referencia muestra áreas de gran luminosidad. La más intensa, por supuesto, corresponde al área metropolitana de la Ciudad de México, con Puebla y Cuernavaca como satélites. Destacan, igualmente, Guadalajara y Monterrey-Saltillo, lo mismo que La Laguna. En el centro del país destacan el Bajío-Querétaro, Aguascalientes y San Luis Potosí.

Sabemos que la contaminación lumínica es sólo una de las tantas emergencias globales que sufre nuestro planeta. La contaminación atmosférica por la emisión de gases de invernadero es otra, al igual que la contaminación de los océanos por materiales no biodegradables, la congestión de la vecindad espacial de la Tierra por satélites artificiales, o la contaminación de la estratósfera por compuestos químicos que destruyen la capa de ozono que protege a la Tierra de la radiación ultravioleta del sol, por mencionar algunas. Dichas contaminaciones, que tienen un rango global, son en último término producto de la revolución industrial ocurrida dos siglos atrás y han ocurrido en un tiempo extremadamente corto; corto en comparación con otros tiempos característicos de nuestro paso por el planeta.

En efecto, el periodo de tiempo –medido en miles de años– que ha transcurrido desde la invención de la agricultura es una muy pequeña fracción del tiempo –medido en cientos de miles de años– que le tomó a nuestra especie evolucionar hasta su estado actual a partir de nuestro ancestro inmediato –común con la especie neandertal–. Y si comparamos el tiempo que nos tomó evolucionar como especie con el que nos bastó para contaminar de diferentes maneras al planeta –medido en cientos de años–, el contraste resulta ser todavía más grande.

Como lo apunta el paleontólogo Stephen JayGould en el ensayo “Sombras de Lamarck”, incluido en su libro “El pulgar del panda”, los rápidos tiempos característicos de nuestra evolución cultural –con todas su consecuencias positivas y negativas, incluida la rápida contaminación del planeta– son un reflejo de que dicha evolución tiene una naturaleza lamarckiana.

Jean-BaptisteLamarck explicaba la evolución postulando que las especies desarrollan nuevas características físicas como una manera de adaptarse al medio en el que se viven, mismas que heredan a su descendencia. La evolución lamarckiana resulta de este modo un proceso muy eficiente, capaz de producir cambios sustanciales en un tiempo corto.

La evolución culturalsigue la regla de Lamarck. Un desarrollo científico o tecnológico, por ejemplo, puede ser heredado a una siguiente generación por algún medio oral o escrito. El desarrollo heredado puede a su vez ser modificado y trasmitido a la siguiente generación, evolucionando de este modo de manera eficiente. El mecanismo de selección natural postulado por Darwin –que es el mayormente aceptado para las especies animales– esen contraste poco eficiente en el corto plazo y necesita de periodos de tiempo largos para producir cambios sustanciales.

El corto tiempo en el que hemos generado cambios mayores en el planeta, en comparación con el tiempo que nos ha tomado evolucionar como especie, puede ser entonces entendido en términos de las diferencias entre los modelos de Lamarck y Darwin. Lo que, por supuesto, de poco consuelo nos sirve. En particular, más nos valdría poner un freno a la contaminación lumínica antes de que se nos olvide que el cielo tiene estrellas.

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