El primer laboratorio científico de la historia

¿Diferencias cuantitativas?



El 13 de septiembre de 2007, a raíz de la muerte de Alex, el loro famoso por su inteligencia, el periódico británico “TheGuardian” publicó: “América está de luto. Alex, el loro gris africano que era más inteligente que el promedio de los presidentes norteamericanos, ha muerto a la relativamente tierna edad de 31 años. Alex podía contar hasta seis, identificar colores, entender conceptos tales como más grande y más pequeño, y tenía un vocabulario de 150 palabras. Para sus seguidores, Alex era una prueba de que la frase “cerebro de pájaro” debe ser suprimida del diccionario”.

Alex fue adquirido en 1977 en una tienda de mascotas por Irene Pepperberg, quien en esos momentos era estudiante doctoral en “Harvard University” y posteriormente profesora de sicología de “BrandeisUniversity” en Waltham, Massachusetts. Durante treinta años Pepperberg entrenó al lorocon los resultados notables mencionados en la nota de “TheGuardian”. Ciertamente, lo que podía hacer Alex era extraordinario y sin duda contribuyó a erosionar la imagenque se tenía de los animales como meros autómatas cuyo comportamiento es el resultado de instintos heredados y estímulos externos, lejos de la capacidad de raciocinio que sería exclusiva de nuestra especie.

El caso de Alex no es, por otro lado, el único que ha hecho patente la inteligencia de ciertas especies animales. Hace dos semanas, por ejemplo, la revista “Science” publicóun artículo en el que se reportan experimentos llevados a cabo por un grupo internacional de investigadores con diferentes especies degrandes simios –bonobos, chimpancés y orangutanes– que indican que estosprimates tienen consciencia de sí mismos y son capaces de comprender lo que piensan otros individuos. Pueden incluso tener claro que otros están equivocados, de ser éste el caso.

Durante los experimentos, los primates participantes –uno a la vez– observaron a través de un monitor de televisión cómo un individuo con un disfraz de King Kong “atacaba” a uno de los investigadores para después esconderse bajo uno de dos montones de heno. El individuo atacado, que pudo ver el lugar en el que se ocultó su atacante, salió momentáneamente de escena y regresó con una vara para tomar desquite, dirigiéndose hacia el montón de heno en el que pudo ver se escondió su atacante. En una segunda versión de la representación, el atacante sale de su escondite y desaparece de escena mientras el investigador atacado está ausente y no se percata de ello. Al regresar a escena se dirige hacia la pila de heno en el que supone se encuentra su atacante.

Para evaluar la reacción de los primates, los investigadores grabaron el movimiento de sus ojos durante las representaciones y determinaron el lugar hacia donde dirigían la vista. Este lugar resultó ser en ambos casos la pila de heno en la que el atacado creía que se ocultaba su agresor. Los primates sabían así lo que pensaba el atacado. Y sabían también que en ocasiones sus creencias eran erróneas.

Entre los humanos y las demás especies animales superiores no existiría entonces una diferencia cualitativa sino sólo cuantitativa en cuanto a capacidades cognitivas. Dada la relación en términos de la evolución de la especies que pueblan la Tierra, por lo demás, esto no debería ser sorprendente.

Un artículo publicado esta semana en la revista “Nature” por un grupo de arqueólogos de universidades en Gran Bretaña y Brasil encabezados por Tomos Proffitt de “Oxford University” nos da otra indicación –en una dirección diferente– de nuestra relación cercana como especie con otras en la faz de la Tierra. Proffitt y colaboradores estudiaron el comportamiento delos monos capuchinos en el parque nacional de Sierra de Capivara en el nordeste brasileño. De manera específica, estudiaron la práctica que tienen los monos capuchinos de golpear dos piedras, una contra la otra, hasta fracturarlas.

Si bien dicha práctica por sí misma podría no ser algo extraordinario, en el caso de los monos capuchinos ésta resulta en la generación de fragmentos de piedra muy afilados que son sorprendentemente similares a los encontrados en sitios arqueológicos pertenecientes a los primeros humanos con una antigüedad de dos millones de años.

La fabricación de herramientas de piedra ha sido considerada como distintiva de la evolución de la inteligencia humana. Los hallazgos de Proffitt y colaboradores, sin embargo, demuestran que dichas herramientas pueden ser fabricadas empleando cerebros considerablemente más pequeños que el humano lo que, según los expertos, llevaría a reinterpretar el papel que la fabricación de herramientas tuvo en el desarrollo de nuestra especie.Hay que señalar, no obstante, que mientras que hay evidencias de que los primeros humanos dieron uso a sus herramientas de piedra, los monos capuchinos no parecen comprender su utilidad y una vez fabricadas las dejan de lado.

En la medida en que se acumulan las evidencias científicas se fortalece la idea según la cual –al margen de que somos la especie dominante en la Tierra– nuestras diferencias con otras especies estarían más en lo cuantitativo que en lo cualitativo. Y no solamente con especies de las que nos separan millones de años de evolución, sino también con los loros grises africanos de los que hemos estado aislados por 300 millones de años.

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