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En la actualidad, si bien ya no hay tierras por descubrir, existe un territorio inhabitado, específicamente el continente antártico, que tiene una extensión territorial siete veces la de nuestro país, el cual es reclamado por varias naciones. Entre éstas se encuentran Argentina y Chile que, por su relativa cercanía a la Antártida, podrían de algún modo justificar su reclamo. En otros casos, incluyendo a la Gran Bretaña, Francia y Noruega, situados a más de 15,000 kilómetros de distancia del continente antártico, dicho reclamo es más difícil de justificar.
Como quiera que sea, la Antártida está dividida políticamente por líneas rectas que corren de norte a sur, de manera similar a la líneadel Tratado de Tordesillas,y quemarcan los territorios–en algunos casos traslapados– reclamados por los diferentes países. Notamos,por otro lado, que las rectas divisorias se juntan en el polo sur, ya que el mismo está situado en el centro del continente. Así, el mapa político de la Antártida simula un enorme pastel dividido en rebanadas triangulares; si bien no todas del mismo tamaño.
En la actualidad la explotación de los recursos de la Antártidaestá prohibida por un tratado internacional yposiblemente así se mantenga. Esto, sin embargo,en la medida en quela explotación de este continente sea económicamente inviable por lo riguroso del clima –el 98% de su territorio está cubierto de hielo– y las dificultades para el transporte de los productos de dicha explotación.
Por lo demás, la explotación de los recursos naturales se está moviendo hacia lugares aún más inhóspitos que la Antártida. En efecto, un tema que está tomado cada vez más fuerza es el de la explotación de los recursos minerales de los asteroides. Esto, quizá, no tanto para traerlos a la Tierra sinopara emplearlos en órbita en la construcción de, por ejemplo, estaciones solares para dotar de energía a nuestro planeta.
En este respecto, sin embargo, han surgido preguntas. ¿A quién pertenecen los asteroides? ¿Es legal su explotación? Según el Tratado sobre el espacio ultraterrestrefirmado por 103 países: “El espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes, no podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía uso u ocupación, ni de ninguna otra manera”. No habría de esta manera líneas de Tordesillas que pudieran establecer derechos soberanos sobre un asteroide o grupo de asteroides.
Esto último, no obstante, ha sido puesto en jaque por la ley conocida como “SpaceAct” firmada por el presidente Obama el pasado mes de diciembre, la cual prevé que todo material encontrado en un asteroide por un ciudadano de los Estados Unidos o un empresa de ese país le pertenece. Todo esto dentro del impulso que el gobierno estadounidense está dando a la exploración privada del espacio.
La “SpaceAct” ha sido considerada por algunos expertos como una ley que viola el Tratado sobre el espacio ultraterrestre que considera que los recursos en el espacio son patrimonio de la humanidad. Si bien dicho tratado habla sobre “apropiación nacional” de los recursos ultraterrestres y no menciona una posible apropiación privada de los mismos, esto es así porque en la época en que fue redactado –los años sesenta– no se consideraba como posibilidad que una empresa privada pudiera enviar naves al espacio. Una interpretación de la ley en el sentido de que los particulares no están impedidos de poseer un pedazo del espacio –como sí lo están las naciones– no deja de ser forzada.
Una evidencia ilustrativa al respecto nos la daen su página de Internet la compañía “DeepSpace Industries”, una de los dos empresas interesadas en la explotación de asteroides. Según esta compañía: “Bajo la nueva ley los ciudadanos estadounidenses tienen el derecho de retener los materiales extraídos de los asteroides y cuerpos celestiales pero no el derecho de poseer al asteroide o cuerpo celestial. De la misma manera que los pescadores tienen derecho a retener los peces que agarran pero no tienen derechos de propiedad sobre el mar”.
Como justificación para sus actividades espaciales “DeepSpace Industries” afirma que éstas impulsarán el crecimiento económico mundial y darán origen a tecnologías avanzadas, aun desconocidas, que beneficiarán a toda la humanidad.
Las tecnologías que estarán involucradas en la explotación de los cuerpos celestiales serán, sin duda de una gran sofisticación. Mucho más grande que la de aquellas que usaron los españoles y portugueses para la conquista y explotación de los recursos del continente americano; o de las que se emplearían en la Antártida si se dieran las condiciones adecuadas. En contraste, las justificaciones para usar tecnologías de manera ventajosa no han cambiado tanto.
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