El primer laboratorio científico de la historia

Mare incognitum



Si bien las cifras y estimados del porcentaje de la población que teme volar en avión varían grandemente según la fuente, ciertamente el fenómeno existe y hay quienes se resisten, algunos más que otros, a abordar un avión. Y en cierto modo les asiste la razón –dejando de lado los casos patológicos–, pues la evolución, que nos ha moldeado a lo largo de decenas de millones de años, no tomó en cuenta la aparición de los aviones. Es decir, la posibilidad de que en algún momento futuro tuviésemos que viajar sentados en una silla a diez mil metros de altura encerrados en un tubo metálico con alas. El viajar en avión es así ajeno a nuestra naturaleza de animales de tierra firme.

Dada esta circunstancia, la percepción de peligro al viajar en avión sobre el océano sería doble, pues tampoco estamos particularmente bien adaptados para sobrevivir en el agua; tomando en cuenta, además, que el océano es un lugar desconocido y atemorizador, con profundidades que pueden llegar a varios kilómetros. Así, mientras que ante una emergencia un avión volando sobre tierra firme puede intentar un aterrizaje forzado, esto no lo puede hacer en medio del océano.

Como no lo hubiera podido hacer –en caso de haberlo intentado– el vuelo de MH370 de Malasya Airlines que se asume se estrelló en el Océano Índico sur al quedarse sin combustible. Como sabemos, el vuelo MH370 despegó del aeropuerto de Kuala Lumpur con rumbo a Pekin el 8 de marzo de 2014. Poco después del despegue, sin embargo, de manera inexplicable cambió bruscamente de rumbo y enfiló hacia el sur, presumiblemente estrellándose en el mar abierto en un punto al sur-oeste de la ciudad australiana de Perth.

Con el fin de localizar los restos del vuelo MH370, el gobierno australiano llevó a cabo una operación de búsqueda en el fondo del océano a lo largo de una franja con un ancho de 75 a 160 kilómetros y una longitud de 2,500 kilómetros, en la que se sospechaba se había desplomado la aeronave. La profundidad del océano en el área explorada oscila ente los 635 y los 6300 metros y, dado que a esas profundidades no llega la luz solar, la exploración se llevó a cabo por medio de ondas de sonido. Así, se enviaron desde barcos especializados haces de ondas sonoras dirigidas hacia el lecho marino, captando su eco después de reflejarse en el fondo del mar. Se busco de este modo delinear la topografía del fondo del océano y, de tener suerte, dar con el fuselaje del avión siniestrado. No se tuvo éxito y al cabo de casi tres años se abandonó la búsqueda.

Como un subproducto de la misma, sin embargo, se obtuvieron imágenes de una superficie de lecho marino de casi 300,000 kilómetros cuadrados de extensión, con una resolución sin precedente para esa región del Océano Índico. Esto lo comenta un grupo de científicos de instituciones en Australia encabezados por Kim Picard de la agencia gubernamental australiana “Geoscience Australia”, en un artículo publicado en la revista “EOS Earth and Space Science News” al inicio de este mes.

De acuerdo con Picard y colaboradores, mientras que las imágenes previas de la región explorada –obtenidas de manera indirecta– tenían una resolución de 5 kilómetros cuadrados –un cuadrado de poco más de dos kilómetros de lado–, en las nuevas imágenes es posible distinguir áreas apenas un poco más grandes que un campo de futbol. Esto permitió descubrir la existencia en el fondo del Océano Índico de volcanes con una altura de 1,500 metros y abismos de más de 5,000 metros de profundidad. De este modo, la tragedia del vuelo MH370, todavía no aclarada, ha generado un mayor conocimiento del fondo del océano, de cuya topografía a nivel global tenemos menos conocimiento que de las topografías de Marte, Venus y la Luna que conocemos con una resolución de 100 metros.

De hecho, de acuerdo a un artículo publicado en la revista “EOS Earth and Space Science News” este mes de marzo por un grupo encabezado por Walter Smith de la “National Oceanic and Atmospheric Administration”, existen mapas topográficos del fondo de los océanos con la suficiente resolución para apenas un 8% del área total.

Todo lo anterior para mayor consternación de los aéreo fóbicos a los que les aterroriza volar sobre el mar. Habida cuenta, además, que, de acuerdo con Smith y colaboradores, un 60% de la distancia total que cubren las rutas aéreas comerciales corresponde a regiones del océano para los cuales no hay mapas topográficos. Así, en forma frecuente, lo viajeros transcontinentales vuelan sobre “mare incognitum”. Aun hoy, después de cinco siglos de exploraciones.

Llevar a cabo un programa de exploración del fondo de los océanos para conocerlos al detalle, como lo proponen Smith y colaboradores en su artículo, sería sin duda de una gran trascendencia científica. Habría que conceder, no obstante, que para los pasajeros cuyo avión se estrella, poco importa que lo haga contra la tierra o contra el mar. Y que, en este último caso, tampoco importa si el impacto es justo arriba de un volcán o de un abismo submarino.

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