El primer laboratorio científico de la historia

Realidad versus ficción



En su novela de 1912 “El mundo perdido”, Arthur Conan Doyle describe una expedición a una meseta perdida en la selva amazónica por un grupo de exploradores que incluye a científicos, reporteros y simples aventureros. La meseta en cuestión está bordeada por altas paredes, escarpadas e inaccesibles a tal grado que la han aislado del mundo por cientos de millones de años, posibilitando la supervivencia de animales hace mucho tiempo extinguidos. Entre estos animales se incluyen a pterodáctilos e iguanodontes. Los exploradores se encontraron incluso con un grupo primitivo de hombres-mono que les hacen la guerra.

“El mundo perdido” es, por supuesto, una obra de ficción. Una obra muy a tono con la época en que fue escrita –poco más de cincuenta años después de que Charles Darwin publicara “El origen de la especies”–, pero que posiblemente nadie tomaría como algo más que una mera ficción. De manera sorprendente, sin embargo, un descubrimiento paleontológico llevado a cabo en 2003 en una isla de Indonesia hace realidad en cierta medida lo imaginado por Conan Doyle.

En efecto, en septiembre de 2003 un grupo de investigadores de Australia e Indonesia descubrió a unos seis metros de profundidad en la cueva de Liang Bua en la isla indonesia de Flores, un esqueleto casi completo de un individuo que en vida habría tenido alrededor de un metro de altura. La antigüedad de los restos fue originalmente fechada en 18,000 años y posteriormente extendida hasta 65,000-90,000 años. Por su corta estatura, los paleontólogos originalmente pensaron que estaban ante el esqueleto de un niño. Pronto, sin embargo, les fue claro que se trataba de un individuo adulto de pequeñas dimensiones, con un volumen cerebral que apenas alcanzaba los 400 centímetros cúbicos, que es casi un cuarto del volumen de un cerebro humano moderno.

Los investigadores habían así sacado a la luz a un humano diminuto, que vivió en una época relativamente reciente y cuyo origen por el momento constituyó un absoluto misterio. Habida cuenta, además, que después del descubrimiento original se dieron otros similares en la misma isla de Flores, demostrando que dicha isla estuvo hasta hace unos 50,000 años habitada por una raza humana diminuta.

Por otro lado, en paralelo con la búsqueda de respuestas satisfactorias al misterio de la isla de Flores, y para beneficio de las relaciones públicas, los investigadores bautizaron –de manera acertada– al grupo humano recién descubierto con el mote de “Hobbit”.

¿Cómo llegó el “Hobbit” a la isla de Flores? Esta pregunta ha generado mucha controversia entre los especialistas y se han ofrecido explicaciones contradictorias sobre su origen. Estas explicaciones toman en cuenta el hecho que la isla de Flores ha estado aislada en forma total o relativa a lo largo de los últimos dos millones de años.

En estas condiciones de aislamiento, algunos especialistas consideran que el “Hobbit” es en realidad anatómicamente un humano moderno afectado por algún desorden genético. En la misma línea de argumentación, al estar una población humana moderna aislada con recursos limitados, habría evolucionado hacía un tamaño diminuto.

Otros investigadores consideran que los “Hobbit” son descendientes del “Hombre de Java” que llegó desde África al este de Asia hace unos 1.8 millones de años. Como el Hombre de Java era más alto y tenía una cerebro considerablemente más grande que los “Hobbit”, éstos últimos tendrían que haber evolucionado hacia tamaños más pequeños por un efecto de aislamiento insular. No se han encontrado, sin embargo, fósiles del Hombre de Java en la isla de Flores, lo que no apoya esta hipótesis.

Una tercera hipótesis sobre el origen del los “Hobbit” asume que éstos son descendientes de una especie todavía más antigua que la del Hombre de Java. Esta hipótesis es apoyada por un estudio publicado esta semana en la revista “Journal of Human Evolution” por un grupo internacional de investigadores encabezado por Debbie Argue de la Universidad Nacional de Australia.

Argue y colaboradores llegan a esta conclusión después de estudiar y comparar 133 fósiles de cráneos, mandíbulas y dientes de un gran número de especies que vivieron a lo largo de los últimos tres millones de años. De este estudio se desprende que los “Hobbit”, con un 100% de seguridad, no son hombres modernos con un patología genética. Igualmente, se desprende, con un 99% de seguridad, que los “Hobbit” no están directamente relacionados con el Hombre de Java. Por el contrario, los investigadores llegan a la conclusión que los “Hobbit” pudieron haberse originado en África hace más de 1.75 millones de años y posteriormente emigrado hasta la isla de Flores.

Así, de acuerdo con Argue y colaboradores, los “Hobbit” hasta antes de su desaparición hace 50,000 años pudieron haber sido una reliquia con casi dos millones de años de antigüedad. Una reliquia con la que nuestros ancestros convivieron. De hecho, la extinción de los “Hobbit” coincide en tiempo con la expansión de nuestra especie en el este de Asia.

El descubrimiento de la raza de los “Hobbits”, que sobrevivieron en aislamiento hasta tiempos recientes es sin duda fascinante. Y, ciertamente, nos muestra que algunas veces la realidad supera a la ficción.

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