El primer laboratorio científico de la historia

Dudas razonables



Un artículo publicado en días pasados por el diario británico “The Guardian” habla de la contaminación del aire en el Reino Unido y de cómo ésta provoca más muertes en ese país que las que ocasiona en Suecia, los Estados Unidos y México –si bien por escaso margen en este último caso–. El texto está ilustrado por una fotografía de una estatua de la reina Victoria a la que le fue colocada una máscara anti-gas.

El artículo de “The Guardian” hace referencia a estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de 2017 sobre el número de muertes provocadas por la contaminación atmosférica. Suecia es el país que tiene los mejores números en este respecto con 0,4 muertes por cada 100,000 habitantes. Las cifras correspondientes para los Estados Unidos y México son 12.1 y 23.5, en forma respectiva, en comparación con 25.7 para el Reino Unido.

Como sabemos, la contaminación del aire en los centros urbanos es en buena medida producto de la revolución industrial iniciada en Inglaterra a finales del siglo XVIII. De hecho, como lo relata un artículo alojado en el sitio del Servicio Meteorológico Nacional británico (Met Office), recién despuntó el siglo XIX cuando ya empezaron a sentirse los efectos de la revolución industrial en el aire de la ciudad de Londres. Así, en diciembre de 1813 esa ciudad se cubrió por varios días con una capa de un smog con olor a alquitrán, tan densa que según testigos no podía verse de un lado a otro de la calle. Emergencias atmosféricas similares –con un aumento significativo en la tasa de mortalidad– se repitieron en Londres en diciembre de 1873, enero de 1880, febrero de 1882, diciembre de 1891, diciembre de 1892 y noviembre de 1948.

El peor episodio de contaminación del aire londinense, sin embargo, se dio entre el 5 y el 9 de diciembre de 1952. En ese periodo se produjo un fenómeno meteorológico de inversión de temperatura del aire que no permitió que se disiparan los contaminantes emitidos a lo largo del día, acumulándose de manera progresiva. Durante este evento, conocido como “El gran smog”, se emitieron diariamente a la atmósfera 1,000 toneladas de partículas de humo, 2,000 toneladas de dióxido de carbono, 140 toneladas de ácido clorhídrico, y 370 toneladas de dióxido de azufre que se convirtieron en 800 toneladas de ácido sulfúrico. El smog que esto generó era tan denso que hubo áreas de Londres en las que no habría sido posible verse los pies. El episodio causó entre 4,000 y 12,000 muertos, fundamentalmente niños y personas mayores.

En la actualidad sabemos de la severa contaminación del aire de Beijín, producto de la rápida industrialización que se ha dado en China, al igual que de las contingencias ambientales en la Ciudad de México, generadas tanto por la emisión de contaminantes por automóviles e industrias, como por las condiciones geográficas particulares del Valle de México.

La pregunta es si el crecimiento económico lleva aparejado de manera inevitable un incremento proporcional en el número de muertes asociadas a la contaminación del aire. Un vistazo a las estadísticas de la OMS citadas anteriormente nos muestra que esto no es necesariamente el caso, pues, sin ser una regla general, el índice de muertes por polución atmosférica tiende a ser menor en aquellos países llamados avanzados. Tenemos de este modo que si bien por sí sola una mayor actividad económica tiende a producir una mayor contaminación del aire, al mismo tiempo los países más avanzados tienen mejores herramientas tecnológicas y organización social y política para logran moderar dicho aumento.

En efecto, las estadísticas de la OMS nos muestran que mientras que los centros urbanos de Alemania, Gran Bretaña y Francia –las economías más grandes de Europa Occidental–, tienen densidades promedio de partículas suspendidas en el aire inferiores a 15 microgramos por metro cúbico, las densidades equivalentes para otros países europeos como Rumanía, la República Checa y Polonia sobrepasan los 20 puntos. De hecho, la densidad de partículas suspendidas en la atmósfera de las ciudades polacas dobla a la de las ciudades británicas.

En cuanto al índice de mortalidad por la contaminación del aire, las estadísticas de la OMS nos muestran igualmente que tiende a ser menor en países avanzados que en países con economías emergentes, lo cual no es sorprendente. Así, un buen número de países de Europa Occidental tienen índices de mortalidad por contaminación atmosférica inferiores a 20 decesos por cada 100,000 habitantes, mientras que en Indonesia y Turquía –cuyas economías se encuentran entre las 20 más grandes del mundo– dicho índice sobrepasa los 50 puntos.

Una excepción al respecto es Alemania, cuyo índice de mortalidad se eleva por arriba de los 30 puntos. Otra excepción es la Gran Bretaña que, como se mencionó anteriormente, tiene un índice de 25 puntos, a pesar de tener niveles de contaminación atmosférica relativamente bajos.

Las estadísticas de la OMS son ilustrativas y nos muestran que el progreso económico no necesariamente tiene que resultar en un desastre medioambiental. Son, por otro lado, sin duda imperfectas y existe la posibilidad de que subestimen la contaminación del aire en las economías emergentes que no cuenten con estadísticas suficientemente detalladas al respecto. Cabe preguntarse, por ejemplo, en qué grado los números reportados por la OMS para México reflejan lo que sucede en nuestra ciudad, para la cual existe muy poca información sobre contaminación atmosférica.

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