Hogar, dulce hogar

Noches cálidas e intranquilas



Como sabemos –excepciones aparte– empleamos las horas de la noche primordialmente para dormir. Para dormir, además, de seis a ocho horas de un solo tirón. Estamos tan acostumbrados a esta rutina que resulta sorprendente enterarnos que ésta no es una práctica generalizada en todas las culturas, y que, de hecho, no lo fue en la cultura occidental –de la que somos herederos en buena medida– sino hasta hace relativamente poco tiempo.

En efecto, como lo ha documentado Roger Ekirch del Instituto Politécnico de Virginia, la costumbre de dormir en una sola etapa surgió en el siglo XIX y coincidió con la revolución industrial y con la expansión de la iluminación nocturna. Con anterioridad durante la noche se acostumbraba dormir en dos etapas separadas por un intervalo de algunas horas; intervalo que se empleaba de las más diversas maneras, incluyendo la de levantarse de la cama a platicar con los vecinos.

En realidad, pensándolo mejor, quizá el dormir en dos o más etapas no sea algo tan sorprendente a fin de cuentas, sino en cierto modo una consecuencia natural del surgimiento de la iluminación nocturna. Antes de ésta, la oscuridad de la noche restringía muchas actividades e ir a la cama temprano podría haber sido una opción a falta de otras mejores. Las horas de oscuridad, sin embargo, son más que las horas necesarias de sueño y de esto resulta inevitable que la noche tenga horas de vigilia.

Ekirch especula que parte de los problemas de insomnio que hoy en día padece buena parte de la población, que depende del uso de pastillas para dormir, pueda ser debida al cambio de régimen de sueño de dos etapas –que sería el natural y que prevaleció hasta hace un par de siglos– al régimen de una etapa que hoy acostumbramos.

Si bien no es claro si con respecto a esto último Ekirch está en lo cierto, existe la posibilidad de que en los años por venir la calidad del sueño empeore por efecto del calentamiento global que generará noches más cálidas –todavía más de las que ha generado hasta ahora–. Esto al menos de acuerdo con un artículo publicado en la revista “Science Advances” por un grupo de investigadores de instituciones norteamericanas encabezado por Nick Obradovich de la Universidad de Harvard.

Obradovich y colaboradores hacen notar que cuando el cuerpo se prepara para iniciar el periodo de sueño disminuye su temperatura, misma que se recupera nuevamente al final del mismo. De este modo, en caso de que una alta temperatura ambiente interfiera con la regulación de la temperatura corporal, se alterará el ciclo sueño-vigila y se deteriorará la calidad del sueño.

En su investigación, Obradovich y colaboradores buscaron primeramente establecer que, efectivamente, existe una correlación entre la temperatura ambiente y la calidad del sueño. Para esto emplearon los datos de una encuesta llevada a cabo por el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos entre 2002 y 2011 a cerca de tres cuartos de millón de personas. A los participantes se les hizo la pregunta: “¿En los pasados 30 días, cuántos días sintió que no tuvo suficiente sueño y descanso nocturno?” Seguido de esto se consultaron datos climatológicos de temperatura ambiente en la fecha y lugar que correspondió a cada respuesta. Los investigadores encontraron que el número de noches con sueño inquieto se relacionó en forma directa con la desviación de temperatura ambiente con respecto a su valor promedio normal. De manera específica, un incremento de un grado centígrado en dicha desviación produjo 3 noches adicionales de mal sueño cada mes, por cada 100 personas.

Obradovich y colaboradores encuentran, además, que este efecto fue más marcado en los meses de verano y entre las personas de más de 65 años. Encuentran, igualmente, un mayor efecto entre aquellos cuyo salario no rebasa los 50,000 dólares anuales en comparación con aquellos de mayores ingresos. Esto último posiblemente refleje el costo que implica mantener un sistema de aire acondicionado adecuado.

En el futuro, cuando se anticipan noches más cálidas por el cambio climático, podríamos anticipar más noches sin dormir. Así, tomando en cuenta los incrementos de temperatura que se predicen para los años 2050 y 2099 el número de noches con sueño intranquilo por mes se incrementarían en 6 y 14, de manera respectiva.

Sin embargo, no pretenden Obradovich y colaboradores ser precisos al respecto, pues reconocen que bien pudiera ser que en el futuro, entre otros avances tecnológicos, se desarrollen medios de control de temperatura ambiental más ampliamente asequibles.

No tenemos, ciertamente, una bola de cristal para predecir lo que sucederá en el futuro. El pasado en cambio nos ofrece más certidumbres. En particular, nos enseña que la revolución industrial, al lado de todos los beneficios que nos ha acarreado, nos ha dado de la misma manera noches más cálidas e intranquilas.

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