El primer laboratorio científico de la historia

Hay de prácticas a prácticas



Suponga que un habitante de la Europa medieval realiza un viaje hasta la segunda mitad del siglo XIX, –por medio, quizá, de la máquina del tiempo de H. G. Wells– y ahí se entera que el 23 de septiembre de 1846 el astrónomo alemán Johann Galle descubrió un octavo planeta después de seguir las indicaciones del matemático francés Urban Le Verrier sobre su posible ubicación en el cielo. Las predicciones de Le Verrier se basaron en las perturbaciones observadas en el planeta Urano que sugerían la presencia de un planeta más allá de su órbita.

Ante estos resultados, sin duda nuestro viajero del pasado estaría convencido que tanto Galle como Le Verrier eran magos: Galle por usar un instrumento–el telescopio– que le permitía ver cosas invisibles y Le Verrier por su poder de predicción. Dicho convencimiento no habría sido sorprendente, pues el telescopio no se inventó sino hasta finales el siglo XVI y la teoría de gravitación de Isaac Newton, en la que Le Verrier basó su predicción, no fue ideada por Newton sino hasta el siglo XVII; esto es, varios siglos después de la época de la que procedía nuestro supuesto visitante.

En la actualidad el telescopio ya no sorprende y de hecho es posible adquirir uno de estos instrumentos aun en un centro comercial. El poder de predicción del que hizo gala Le Verrier, por el contrario, resulta pasmoso aun hoy en día. El astrónomo francés Francisco Arago comentó que Le Verrier –que era su colaborador– “había descubierto un nuevo planeta con la punta de su pluma” y esto, que en su momento resultó asombroso, lo sigue siendo 150 años después.

No obstante su éxito, sin embargo, no pensamos que Le Verrier fuera un mago. Al menos no una persona con poderes de adivinación o poderes ocultos que puedan alterar el curso de los fenómenos naturales y colocar a voluntad a un cuerpo celeste en una posición dada del cielo. De hecho, sin bien no es una creencia generalizada, ahora pensamos que no hay manera de alterar dicho curso ni de ver más allá de lo que nuestros cinco sentidos nos revelan.

Por lo demás, tal parece que Le Verrier, aun con su evidente dominio de la teoría de la gravitación de Newton, necesitó de una cierta dosis de suerte para predecir la existencia del octavo planeta del Sistema Solar, que ahora conocemos como Neptuno. No tuvo esta misma suerte cuando, animado por su éxito anterior, en conjunto con Arago predijo la existencia de un nuevo planeta entre el Sol y Mercurio que explicaría las perturbaciones observadas en la órbita de este último. Esta hipótesis, sin embargo, se desechó cuando se descubrió que la teoría de la gravitación de Newton no es adecuada para describir con precisión la órbita de Mercurio.

De la misma manera, tampoco han tenido suerte las predicciones de la existencia de un noveno planeta más allá de la órbita de Neptuno. En efecto, a principios del siglo XX el astrónomo aficionado Percival Lowell predijo dicha existencia basado en perturbaciones observadas en la órbita de Urano que no podían ser explicadas únicamente por la influencia de Neptuno –en contraposición con la hipótesis de Le Verrier– y se dio a la tarea de encontrarlo. Infructuosamente, sin embargo. No obstante, después de su muerte el astrónomo Clyde Tombaugh prosiguió con la búsqueda del noveno planeta, ahora sí con éxito, al descubrir en 1930 a Plutón. Con el tiempo, sin embargo, quedó claro que Plutón es demasiado pequeño para ser el planeta predicho por Lowell. De hecho, Plutón fue degradado en 2006 por la Unión Astronómica Internacional a la categoría de planeta enano.

Si bien hasta ahora no se ha probado la existencia de un noveno planeta en el Sistema Solar, algunos astrónomos están convencidos de su existencia. No basados en perturbaciones de la órbita de Urano que se descubrió en realidad no existen, sino en las perturbaciones de las órbitas de algunos planetoides más allá de la órbita de Neptuno. Con relación a esto, un artículo publicado en la revista “Monthly Notices of the Royal Astronomical Society: Letters” el pasado 27 de junio por astrónomos de la Universidad Complutense de Madrid, presenta nuevas pruebas en favor de la existencia de un noveno planeta.

Las conclusiones de los astrónomos de la Universidad Complutense se basaron en un estudio de 28 cuerpos celestes con órbitas muy excéntricas, que los mantienen a una distancia promedio al Sol de 150 unidades astronómicas –una unidad astronómica es la distancia que hay entre el Sol y nuestro planeta–, y encontraron que se agrupan de una manera tal que puede se explicada asumiendo la existencia de un noveno planeta situado a unas 300-400 unidades astronómicas del Sol.

Las historias del descubrimiento del octavo planeta y de la búsqueda infructuosa del noveno, nos ilustra sobre algunas características del método científico. Por un lado nos demuestra que este método es extremadamente poderoso, al grado de posibilitar el descubrimiento “con la punta de la pluma”, de un planeta invisible a simple vista. Por otro lado, nos ilustra también que un descubrimiento científico depende, no solamente de lo preciso de una determinada teoría, sino que también requiere de una cierta dosis de suerte.

En balance, sin embargo, la utilidad y el poder predictivo del método científico está años luz por delante de cualquier práctica mágica o supersticiosa que, en contraste, poco han demostrado a lo largo de miles de años.

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