El primer laboratorio científico de la historia

Un final feliz



Cuando la noche del 7 de enero de 1610 Galileo apuntó su telescopio hacia Júpiter, descubrió cerca del planeta tres pequeños puntos luminosos que inicialmente pensó eran estrellas. No tardó mucho en convencerse, sin embargo, que los tres puntos luminosos –cuatro, como después averiguó– eran satélites que giraban alrededor de Júpiter, de manera similar a como los planetas giran alrededor del Sol.

Galileo dirigió también su telescopio hacia Saturno, que es después de Júpiter el segundo planeta más grande del Sistema Solar. Si bien el brillo de Saturno es relativamente pequeño por su lejanía y no es especialmente llamativo a simple vista, es el planeta más espectacular del Sistema Solar por estar rodeado de anillos. Desafortunadamente para Galileo, su telescopio –avanzado para la época pero con un poder de resolución muy pobre según estándares actuales–, no le permitió identificar a los anillos de Saturno como tales y sólo los vio como dos protuberancias colocadas en lados opuestos del planeta.

Mejores telescopios produjeron imágenes más claras y en 1655 el astrónomo holandés Christiaan Huygens describió a lo anillos de Saturno como un disco delgado y plano que rodea al planeta. El astrónomo italiano-francés Giovanni Cassini, por su lado, descubrió que este disco está dividido en dos anillos concéntricos por una brecha oscura conocida como la división de Cassini. Hoy sabemos que los anillos que rodean a Saturno tienen una estructura muy complicada, con múltiples anillos planos concéntricos que reflejan la luz del Sol en grados diversos.

El conocimiento que tenemos de Saturno proviene tanto de observaciones hechas desde la Tierra como de las naves interplanetarias que se han enviado a explorarlo. La última de ellas es la nave Cassini –nombrada en honor a Giovanni Cassini–, lanzada por la NASA y la Agencia Espacial Europea y que acaba de terminar su misión de 20 años en el espacio el pasado 15 de septiembre.

La nave Cassini partió con rumbo a Saturno en octubre de 1997 y después de un viaje de siete años arribó a su destino. Una vez ahí entró en órbita alrededor de Saturno para empezar la exploración del planeta y sus alrededores, la cual se prolongó por trece años. Dicha exploración produjo, entre otras muchas cosas, imágenes espectaculares de los anillos de Saturno vistos desde diferentes perspectivas, que sólo son posibles con una cámara fotográfica colocada en la inmediaciones del planeta. La nave envió, igualmente, imágenes con gran detalle de la capa gaseosa exterior de Saturno, incluyendo la curiosa formación hexagonal localizada en su polo norte y que gira sobre sí misma cada once horas.

Dedicó la nave Cassini también tiempo a la exploración de los satélites de Saturno y encontró, por ejemplo, que en Encélado, el sexto satélite más grande, existe un océano de agua líquida de 10 kilómetros de profundidad debajo de una capa superficie de hielo de 30-40 kilómetros de espesor. Este descubrimiento coloca a Encélado como uno de los posibles lugares en el Sistema Solar que albergue vida microbiana.

A bordo de la nave Cassini viajó la sonda Huygens –nombrada en honor a Christiaan Huygens– que fue lanzada hacia la superficie de Titán –el mayor satélite de Saturno–. Después de un descenso de dos horas y media a través de la atmósfera de Titán, la sonda Hyugens, frenando su velocidad con un paracaídas, logró posarse suavemente sobre la superficie del satélite desde donde trasmitió imágenes por más de una hora.

Todo, sin embargo, tiene un principio y un final, y el pasado día 15 de septiembre, después de agotar todo su combustible, la nave Cassini fue lanzada en caída libre hacia Saturno, desintegrándose por el rozamiento con la atmósfera del planeta. Según la NASA, esta maniobra tuvo el propósito de eliminar la posibilidad de contaminar Encélado o Titán con microbios terrestres y así preservarlos prístinos para futuras investigaciones sobre el origen de la vida. Terminó así una de las exploraciones espaciales más exitosas, que, de acuerdo a la NASA, produjo una enorme cantidad de datos científicos cuyo análisis tomará un buen número de años.

Hace apenas cuatro siglos que Galileo apuntó su telescopio al cielo y descubrió que Júpiter es un sistema solar en miniatura con satélites girando a su alrededor. Esto, por supuesto, sabemos que es correcto. De hecho, contribuyó decisivamente a cambiar nuestra concepción antropocéntrica del mundo, pues demostró que no todo tiene necesariamente que girar alrededor de la Tierra.

Apuntó Galileo también su telescopio hacia Saturno y en esta ocasión no tuvo tanta suerte, pues no pudo apreciar al planeta en toda su espectacularidad. La tecnología de su tiempo no se lo permitió. En ese sentido, después de ver las espectaculares imágenes enviadas por Cassini desde Saturno, podemos sentirnos afortunados por haber nacido cuatro siglos después.

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