El primer laboratorio científico de la historia

Sin espacio para discriminar



En su libro “Rosalind Franklin: la dama oscura del ADN”, la escritora norteamericana Brenda Maddox hace mención a la atmósfera sexista que prevalecía en el “King`s College” de Londres en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Al respecto, hace notar que, por ejemplo, en dicha institución existían dos comedores, uno exclusivamente para hombres y el otro para uso mixto.

Si bien, según Maddox, la asistencia al comedor para hombres no era necesariamente algo habitual entre todos los profesores e investigadores de la Universidad, la historia de Rosalind Franklin, quién fungió como investigadora del “Kings´s College” por dos años, es entendida por algunos en un contexto de discriminación profesional hacia el sexo femenino; discriminación que, por lo demás, en esa época no era exclusiva del “King´s College”.

Rosalind Franklin nació en Londres, Inglaterra, en 1920 y se educó como fisicoquímica en la Universidad de Cambridge. En 1951, después de una estancia de investigación en París, durante la cual se especializó en el uso de los rayos X para el estudio de los materiales, se incorporó al “King´s College” en donde llevó a cabo investigaciones que tenían el propósito de dilucidar la estructura molecular del ADN. Su trabajo de investigación con rayos X fue clave para que Francis Crick y James Watson, entonces en la Universidad de Cambridge, concluyeran que la molécula de ADN tiene la forma de una doble hélice.

La historia del descubrimiento de la estructura del ADN ha estado envuelta en controversia pues la contribución de Franklin no fue reconocida en su momento de manera justa. De acuerdo con dicha historia, el descubrimiento de la estructura del ADN se basó en una fotografía de rayos X tomada por Franklin de la molécula de ADN. Violando una norma ética básica, Maurice Wilkins, compañero de trabajo de Franklin en “King`s College”, mostró dicha fotografía a Crick y Watson quienes inmediatamente comprendieron su importancia. Lo hizo, sin embargo, antes de que la fotografía se hiciera pública y sin el consentimiento de Rosalind, con quién no congeniaba.

Por el descubrimiento de la doble hélice de la molécula de ADN, Cricks, Watson y Wilkins recibieron el premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1962. Ciertamente, si bien Rosalind Franklin no podría haber sido beneficiaria de dicho premio pues para la fecha hacía cuatro años que había muerto víctima de cáncer de ovario, el episodio ha sido considerado por algunos como un ejemplo de discriminación de género en el campo de la ciencia.

De hecho, en 1968 James Watson publicó el libro “La doble hélice”, en la que da una versión personal de los acontecimientos que llevaron al descubrimiento de la estructura del ADN y en donde se refiere a Franklin de forma poco elogiosa y sexista. Como respuesta, han aparecido libros, incluyendo el de Brenda Maddox, que tratan de equilibrar puntos de vista sobre Rosalind Franklin, como persona y como científica.

Los prejuicios sexistas sobre el tipo de ocupación propio de la mujeres, por supuesto, no se han limitado a la actividad científica ni a una época en particular. Así, durante la época victoriana –de la cual Rosalind Franklin no estuvo muy alejada en el tiempo– a las mujeres en buena medida se les limitaba a un papel de esposas y de alguna manera la reina Victoria, primero como esposa y luego como viuda, ponía el ejemplo.

Con respecto a las actividades desarrolladas por las mujeres a lo largo de la historia, cabe mencionar un artículo aparecido esta semana en la revista “Science Advances”, publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Alison Macintosh de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido. En dicho artículo se reportan los resultados de una investigación llevada a cabo con húmeros –hueso superior del brazo– de 94 mujeres que vivieron a lo largo del periodo que va de 5,300 años a.C. a 850 años d.C., que cubre desde el Neolítico hasta la Edad media.

El objetivo del estudio fue averiguar cómo la aparición de la agricultura y el sedentarismo modificó el grosor del húmero por el cambio en el tipo de actividad y como dicho grosos se compara con el de mujeres contemporáneas, tanto atletas del equipo de remo de la Universidad de Cambridge, como de otros atletas de alto rendimiento y de personas sedentarias con actividad normal.

Encontraron Macintosh y colaboradores que los húmeros de mujeres que vivieron entre 5,300 años a.C. y 100 años d.C. tenían húmeros más gruesos que las mujeres contemporáneas, aun en el caso de las remeras de alto rendimiento. Posteriormente, el grosor del húmero empezó a disminuir hasta que en la Edad media alcanzó un tamaño equivalente al actual.

Esto es un indicativo de que, con el advenimiento de la agricultura las mujeres desarrollaron una actividad intensiva que involucraba una gran fuerza en los brazos, posiblemente la molienda de granos por medio de un metate de piedra. En la medida en que progresó la tecnología de los molinos, la intensidad de esta actividad disminuyó y con esto el grosor del hueso superior del brazo.

Lo anterior muestra que en tiempos remotos las mujeres desarrollaron actividades que requirieron de una gran fuerza muscular, lo que, en cierta medida se contrapone con la concepción victoriana del papel de la mujer en la sociedad. Actividades que son, además, complemento de la actividad intelectual ejemplificada por Rosalind Franklin, igualmente opuesta a las ideas victorianas. No hay espacio, pues, para la discriminación por género.

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