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Misterios y sorpresas



El 16 de octubre de 1846, en un anfiteatro del Hospital General de Massachusetts en Boston, se dio la primera demostración pública de una operación quirúrgica empleando anestesia general. En esa ocasión, el cirujano John Collins Warren, profesor de la Escuela de Medicina de Harvard, asistido en calidad de anestesista por el dentista William Morton, removió un tumor congénito del cuello de un paciente de nombre Gilbert Abbott. Para preparar al paciente para la operación, Morton le hizo inhalar éter empleando un dispositivo de vidrio que él mismo había diseñado. La operación fue un éxito, y si bien no fue la primera que se llevó a cabo empleando anestesia general, sí fue ampliamente publicitada y marcó la irrupción de los anestésicos en el campo de la cirugía.

El éter, por lo demás, no fue la única sustancia que en el siglo XIX se probó como anestésico; otras que lo fueron también son el cloroformo y el óxido nitroso. Este último –que es conocido como “gas hilarante” por la risa que provoca entre quienes lo inhalan– fue empleado en 1864 por un grupo de dentistas en Nueva York para extraer sin dolor –y sin risa– tres mil novecientas veintinueve piezas dentales en el curso de tres semanas. El cloroformo, por su lado, le fue administrado a la reina Victoria para aliviar los dolores del parto de sus dos últimos hijos.

Con el tiempo, la ciencia de los anestésicos se hizo cada vez más sofisticada desarrollándose un gran número de sustancias de la más diversa índole para aliviar el dolor en las operaciones quirúrgicas. No obstante, aun hoy en día, a más de 150 años de la demostración de Warren y Morton y cuando los horrores de las operaciones quirúrgicas sin anestesia nos parecen algo lejano, los especialistas no se ponen de acuerdo sobre cuáles son los mecanismos responsables del accionar de los anestésicos sobre el sistema nervioso.

Un interesante artículo aparecido el pasado mes de diciembre en la revista “Annals of Botany”, pretende arrojar luz con relación a esto último. Dicho artículo fue publicado por un equipo de investigadores de Alemania, Japón, República Checa e Italia, encabezado por Ken Yokawa de la Universidad de Bonn. En el mismo, se reportan los resultados de una investigación llevada a cabo para estudiar el efecto de algunas sustancias empleadas como anestésicos en el comportamiento de ciertas plantas, entre las que se encuentran la venus atrapamoscas y la mimosa sensitiva.

Como sabemos, la venus atrapamoscas es una planta carnívora que atrapa a sus presas vivas por medio de una trampa colocada al final de cada una de sus hojas. Dicha trampa consiste de dos lóbulos que se cierran –como una concha de almeja– atrapando al insecto posado sobre su superficie. La trampa se acciona cuando la presa toca al menos dos de los tres pelos sensibles al tacto que se encuentran sobre uno de los lóbulos. La mimosa sensitiva, por su lado, cierra sus hojas en repuesta al contacto con un objeto extraño.

Para llevar a cabo su investigación, Yokawa y colaboradores adquirieron las plantas escogidas en un vivero local. Inicialmente, las plantas respondieron a los estímulos como se esperaba. En el caso de la mimosa sensitiva, sus hojas se cerraron al tocarlas ligeramente con un pincel, mientras que la venus atrapamoscas accionó sus trampas de insectos después de tocar dos o tres de sus pelos sensitivos con una aguja. Enseguida, colocaron a las plantas por una hora dentro de una cámara de vidrio, juntamente con un recipiente conteniendo una cierta cantidad de éter. En contraste con las pruebas iniciales, después de la exposición por una hora a la atmósfera con éter ambas plantas dejaron de responder por completo a los estímulos. Siete horas después de remover la mimosa sensitiva de la cámara de vidrio recuperó su respuesta, mientras que la venus atrapamoscas fue más rápida y sólo necesito de quince minutos para hacerlo.

Yokawa y colaboradores midieron también el efecto que el éter tiene sobre la actividad eléctrica de las células de los pelos sensitivos de la venus atrapamoscas. Para provocar una reacción de la planta, dichas células deben generar un impulso eléctrico, mismo que los investigadores encontraron es inhibido por el anestésico.

Las plantas de este modo reaccionan a los anestésicos de manera similar a como lo hacen los miembros del reino animal, los humanos incluidos. En este respecto, los reinos animal y vegetal no estaríamos demasiado alejados y de esto emerge una pregunta: sabemos que los anestésicos nos pueden sumir en un estado en el que perdemos la consciencia y del que regresamos cuando pasa su efecto ¿Sucede lo mismo con las plantas? Es decir, ¿tienen las plantas consciencia de sí mismas la cual pierden cuando se les anestesia? Yokawa y colaboradores no nos dicen nada al respecto y todo queda, desafortunadamente, en mera especulación.

Por el contrario, según Yokawa y colaboradores, lo que sus resultados sí indican es que, dada la similitud de las respuestas de plantas y animales a los anestésicos, las plantas constituyen sujetos de estudio muy convenientes –entre otras cosas porque no pueden correr– para desvelar los misterios sobre los mecanismos de acción de los anestésicos en humanos. Algo que seguramente sería sorprendente para los pioneros de la anestesia en el siglo XIX.

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