El primer laboratorio científico de la historia

Un giro inesperado



Si bien la cirugía plástica reconstructiva se ha practicado desde tiempos muy remotos, la cirugía cosmética, empleada para modificar la apariencia de una parte del cuerpo, apenas se inició hacia el final del siglo XIX. Hay una buena razón para que así haya sido, dado que los anestésicos usados en las operaciones quirúrgicas hicieron su aparición sólo hasta mediados del siglo XIX. Antes de esto, para que alguien decidiera someterse a una operación quirúrgica tendría que haber tenido una muy buena razón, mucho más allá del simple deseo de lucir de manera diferente.

La situación cambió cuando fueron posibles las operación quirúrgicas sin dolor y con esto la cirugía estética se expandió y se convirtió en un negocio. En particular, en los Estados Unidos se habría generado un cierto mercado para la cirugía de nariz por el deseo de las minorías étnicas de lucir como el grueso de la población blanca. Por esta y por otras razones, y de acuerdo con estadísticas de la Asociación Americana de Cirugía Plástica Estética, en el año 2016 se llevaron a cabo en los Estados Unidos alrededor de 150,000 cirugías cosméticas de nariz.

Para saber como lucimos y contar así con elementos de juicio para tomar o no la decisión de someternos a un cirugía cosmética, tenemos a nuestra disposición espejos, y cámaras fotográficas y de video. Estos dispositivos nos dan una imagen objetiva de nuestra apariencia física que, no obstante, corresponde a una cierta perspectiva y que subjetivamente evaluamos en función de la misma. En otras circunstancias y desde otro ángulo de visión, la evaluación subjetiva que hiciéramos de nuestra apariencia física pudiera ser diferente.

Con relación a esto último, es interesante hacer notar que la práctica extendida de las auto-fotografías o “selfies” está produciendo una curiosa demanda de cirugías cosméticas de nariz, al menos en los Estados Unidos. En efecto, de acuerdo con la Academia Americana de Cirugía Facial Plástica y Reconstructiva, en 2017 el 55% de los cirujanos plásticos reporta saber recibido solicitudes de cirugía nasal de pacientes que consideran que su nariz es demasiado grande a juzgar por sus fotografías “selfie”. En 2016, sólo el 16% de los cirujanos plásticos reporta haber recibido solicitudes similares, por lo que la demanda por cirugías nasales está en rápido crecimiento.

El tamaño aparente de la nariz en una fotografía depende, por supuesto, de la distancia a la que se tome. Esto es una simple consecuencia de que, como bien sabemos, las cosas que están más cerca del punto de observación crecen en tamaño relativo con respecto a los objetos más alejados. Así, la nariz, que está sensiblemente más cerca de la cámara que el resto de la cara en una fotografía “selfie”, aparenta tener una mayor tamaño.

Una cuantificación del efecto de agrandamiento aparente de la nariz fue publicado esta semana en la revista “JAMA Facial Plastic Surgery” por un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad Rutgers en Nueva Jersey, encabezados por Boris Paskhover. De acuerdo con Paskhover y colaboradores, al tomar una fotografía de una cara típica a una distancia de 30 centímetros, la nariz aparenta tener un tamaño 30% más grande con respecto a una fotografía tomada a una distancia de cuando menos 1.5 metros. Así, como lo espejos con distorsión, las “selfies” producen una imagen deformada de la cara que retratan y de esto el fotógrafo debe estar consciente.

El efecto de las “selfies” sobre la demanda de operaciones quirúrgicas nasales resulta sin duda sorprendente, y completamente inesperado, como lo han igualmente sido otros efectos que han producido los teléfonos inteligentes. Al respecto, pensemos, por ejemplo, en el fenómeno común y sorprendente que se produce cuando un grupo de personas están al mismo tiempo juntas y aisladas viajando en el ciberespacio por medio de sus teléfonos celulares.

Por otro lado, para beneficio de aquellos que estén preocupados por el tamaño de su nariz en las fotografías “selfies” –que, presumiblemente, estarían destinadas a vivir en el ciberespacio– se les recomendaría que procuren tomarlas a una distancia más grande. Si esto último no es aceptable, queda la posibilidad de editarlas digitalmente. O, como recurso extremo, someterse a una cirugía nasal, lo que presumiblemente mejoraría su apariencia física en el mundo virtual, pero la empeoraría en el mundo real. Y, llegado a este punto, el fotógrafo/cibernauta tendría que decidir cual de los dos mundos tendría prioridad.

Por otro lado, y al margen de las cavilaciones anteriores, tal parece que el desarrollo y combinación de anestésicos, técnicas quirúrgicas nasales y teléfonos inteligentes ha dado un giro inesperado.

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