El primer laboratorio científico de la historia

Acción a distancia



Se dice que Napoleón Bonaparte consideraba que su esposa Josefina era su estrella de la buena suerte y que llevaba consigo una imagen suya en sus campañas militares. Sea esta historia cierta o falsa, lo que sí sabemos es que la suerte no estuvo del lado de Napoleón en la batalla de Waterloo. Dicha batalla se llevó a cabo en el mes de junio de 1815 -cuando, por cierto, ya se había divorciado de Josefina- y en la misma sufrió una severa derrota que marcó el final de sus días en Europa.

Ciertamente, la suerte no estuvo del lado de Napoleón en la batalla de Waterloo. O quizá dicho de manera más apropiada, el clima no estuvo de su lado y sí del lado de los ingleses y prusianos. En efecto, según un artículo publicado en junio de 2005 en la revista Weather por Dennis Wheeler y Gastón Demarée, el 17 de junio de 1815 y las primeras horas del día siguiente llovió intensamente en Waterloo, quedando el campo de batalla convertido en un lodazal. Esto dificultó el accionar de las tropas francesas que retrasaron el inicio de las hostilidades, dando tiempo para el arribo de las tropas prusianas y así dar una ventaja decisiva a los aliados. El mal tiempo habría de este modo influido de manera determinante en el resultado de la batalla y marcado el curso de Europa por los siguientes cien años.

Con respecto a las condiciones meteorológicas que prevalecieron la noche previa a la batalla de Waterloo -que inició a la 11:20 horas del día 18 de junio- y las consecuencias que acarrearon, Wheeler y Demarée citan a Victor Hugo quien en Los Miserables escribe: “De no haber llovido en la noche del 17-18 de junio de 1815 el futuro de Europa habría sido diferente…Un inusual cielo nublado fue suficiente para ocasionar el colapso de un mundo”.

Que el inusual clima fue uno de los factores que determinaron el resultado de la batalla de Waterloo es una conclusión que es apoyada por un artículo publicado esta semana por Matthew Genge del Imperial College London en la revista Geology. Genge asocia las fuertes lluvias a la erupción del volcán Tambora en la isla Sumbawa en Indonesia -la de más potencia jamás registrada-, dos meses antes de la batalla de Waterloo. La erupción del volcán produjo cerca de 100,000 víctimas fatales y una disminución de la temperatura del planeta por la enorme cantidad de ceniza volcánica que dispersó en la atmósfera. La obstrucción de la luz solar por la ceniza flotante hizo que 1816 fuera conocido como “el año que no tuvo verano”.

Según afirma Genge, de manera convencional los expertos asumen que las nubes volcánicas ascienden en la atmósfera de la misma manera como asciende una masa de aire caliente -es decir, debido a que es menos denso que el aire más frío de las capas superiores-. De este modo, de manera convencional los expertos consideran que nubes volcánicas pueden alcanzar una altura máxima de unos 50 kilómetros, dado a esa altura y de manera natural, la temperatura del aire es mayor que el de las capas inferiores de la atmosfera.

Genge, no obstante, afirma en su artículo que las nubes volcánicas están cargadas de electricidad y que esto les da un impuso adicional para subir a mayores alturas. Apoya sus conclusiones por medio de cálculos de computadora que muestran que, dependiendo de su tamaño, las partículas volcánicas pueden alcanzar alturas superiores a los 100 kilómetros.

La existencia de partículas cargadas de electricidad en las capas superiores de la atmósfera, según afirma Genge, provoca disturbios eléctricos en las mismas que pueden incrementar el volumen de lluvias. Y este habría sido el caso del 17-18 de junio de 1815, víspera de la batalla de Waterloo.

Corrió así Napoleón con una muy mala suerte en lo que fue su última batalla -mala suerte que, estaríamos de acuerdo, no habría tenido nada que ver con su divorcio- pues de manera inoportuna para él, justamente dos meses antes de su batalla en Waterloo, ocurrió la explosión volcánica más grande de la que se tenga memoria.

No esperaríamos, por supuesto, que Napoleón, pensara de manera supersticiosa que el éxito de una batalla dependiera de algo más que de las circunstancias objetivas de la misma. Después de todo no estaba en absoluto alejado del pensamiento científico y, por ejemplo, en su campaña de Egipto llevó consigo a un grupo de 167 científicos y eruditos, algunos tan notables como el físico y matemático Joseph Fourier. Además, como sabemos, en dicha campaña se descubrió la piedra de Rosetta, que a la postre dio la clave para descifrar los jeroglíficos egipcios.

Aun así, no esperaríamos que Napoleón, a doscientos años de distancia, hubiera podido concebir que una erupción volcánica ocurrida dos meses antes a 10,000 kilómetros de distancia hubiera podido ocasionar su derrota en la batalla de Waterloo. Y aun hoy en día, para el común de las personas, ciertamente resulta un hecho sorprendente.

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