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Pero aparte de un nombre fuera de lo común, los dickinsonia tenían también una apariencia inusual, según lo evidencian las impresiones en roca que han dejado estos organismos y que han sido descubiertas por los paleontólogos en varios lugares del planeta. Los dickinsonia tenían un cuerpo ovalado dividido en dos partes aproximadamente simétricas y segmentadas en forma transversal. No contaban con un sistema digestivo, por lo que posiblemente absorbían su alimento a través de su cara inferior anclados en el fondo del mar en una cama de bacterias. Tenían un cuerpo blando, desprovisto de esqueleto o caparazón, y alcanzaban tamaños desde unos pocos centímetros hasta un metro y medio. Para tener una descripción más completa del extraño aspecto de los dickinsonia se pueden consultar un buen número de sitios de Internet con fotografías de las huellas que han dejado.
Hace unos 540 millones de años dio inicio el periodo Cámbrico, durante el cual se produjo un explosión en la diversidad de vida en la Tierra que en los siguientes cientos de millones de años condujo a la aparición de los animales superiores. Los dickinsonia son anteriores a dicha explosión y en este contexto los paleontólogos han tenido dificultades para colocarlos en la línea evolutiva de la vida.
De hecho, se ha discutido si los dickinsonia fueron animales, plantas o incluso una especie de amibas gigantes. Se ha discutido también si constituyen antecedentes directos de las formas de vida que se desarrollaron en el periodo Cámbrico, o si fueron un experimento evolutivo que resultó fallido.
Un artículo aparecido esta semana en la revista Science apoya, de manera convincente según los especialistas, a aquellos que afirman que los dickinsonia son miembros del reino animal. Dicho artículo fue publicado por un grupo internacional de investigadores de Australia, Rusia y Alemania, encabezados por Ilya Bobrovskiy de la Universidad Nacional Australiana en Camberra, Australia.
En su artículo, Bobrovskiy y colaboradores describen los resultados de una investigación llevada a cabo con especímenes fósiles de dickinsonia y de andiva –otro organismo de la biota precámbrica–, con el propósito de determinar si era posible encontrar en los restos fósiles evidencia de material orgánico asociado que demostrara su origen animal.
Cabe mencionar que Bobrovskiy realizó la investigación como parte de su tesis doctoral y, según revela en una entrevista, cuando se la propuso al que sería su asesor éste no se mostró muy convencido de que tendría éxito. Y no obstante lo animó a llevarla a cabo. El problema básico era que en los 550 millones de años que habían transcurrido, los supuestos materiales orgánicos se habrían descompuesto sin dejar rastro.
Bobrovskiy y colaboradores, sin embargo, no estaban a la caza de los compuesto orgánicos originales sino el producto de su descomposición. Es decir, estaban buscando los restos “fósiles” de dichos materiales. Y para sorpresa de todos, los encontraron.
Según lo relata Bobrovskiy en una entrevista, para obtener los restos fósiles para su estudio “tuvo que viajar en helicóptero hasta una remota región del mar Blanco en el norte de Rusia”, y una vez ahí “descender colgado de cuerda por el borde de un acantilado para desprender bloques de piedra, arrojarlos hacia abajo, lavarlos y repetir el proceso hasta encontrar los fósiles que buscaba”.
Una vez que consiguió sus muestras, Bobrovskiy regresó a Australia para analizarlas. Para este propósito deprendió una muy delgada capa de la superficie del fósil y la sometió a análisis químicos sofisticados. Estos análisis identificaron la presencia de materiales orgánicos que indicaban que los tejidos originales del organismo que produjo el fósil contenían moléculas de colesterol, lo que demostraba que dicho organismo pertenecía al reino animal.
Así, apuntan Bobrovskiy y colaboradores, los dickinsonia con 558 millones de años de antigüedad se convierten en los animales más antiguos en la faz de planeta cuya existencia ha sido demostrada. Concluyen también que “la presencia de animales dickinsonianos alcanzando tamaños de 1.4 metros revela que la aparición de una biota precámbrica en el récord fósil no es un experimento independiente con animales de cuerpo grande, sino un preludio a la explosión cámbrica de vida”.
Y por nuestro lado, viendo los toros desde la barrera, no nos queda sino asombrarnos de que sea posible, empleando los métodos y las técnicas de la ciencia –además de la voluntad decidida de un investigador–, obtener información acerca de la naturaleza de organismos que vivieron en una época inconcebiblemente lejana y que por su aspecto pensaríamos procedentes de otro planeta. Así lo pensaríamos de no ser porque ahora sabemos que probablemente son parte esencial de una explosión que ha repercutido hasta el presente.
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