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Como sabemos, dependemos de la radiación solar para mantener la temperatura de la superficie de nuestro planeta. Dicha temperatura está determinada por el balance entre la radiación solar que es absorbida por la Tierra, y la radiación que es re-emitida al espacio por diferentes mecanismos. Por medio de uno de estos mecanismos la superficie del planeta emite radiación infrarroja que cruza la atmósfera y escapa hacia el espacio.
Ciertamente, no resulta obvio que la Tierra emita radiación infrarroja. Esto, no obstante, es una ley física que podemos comprobar fácilmente acercando la mano a un objeto con una temperatura de algunos cientos de grados centígrados –sin tocarlo, por supuesto–. La emisión de radiación por la superficie de la Tierra no es aparente porque su temperatura es de sólo algunas decenas de grados centígrados. Dicha emisión, sin embargo, está presente, si bien es relativamente débil.
El balance entre la radiación absorbida por la Tierra y la radiación emitida al espacio ha sido perturbada en los últimos doscientos años por el efecto invernadero producido por el uso acelerado de combustibles fósiles. En este respecto, sabemos que la quema de estos combustibles genera dióxido de carbono que se incorpora a la atmósfera generando una capa de aire que refleja parte de la radiación infrarroja; radiación que de otra manera escaparía al espacio. Así, en balance, más energía solar es retenida por la Tierra con el consecuente incremento de temperatura global.
De acuerdo con todo lo anterior, la solución preferente para paliar el incremento global de temperatura pasa por la disminución de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, ya sea removiéndolo de la misma o controlando su emisión en el futuro.
No obstante, como no es obvio que esto vaya a ocurrir al corto plazo, se han propuesto medidas emergentes como la de la dispersión de dióxido de azufre en la estratósfera mencionada con anterioridad. Dado que el dióxido de azufre tiene la propiedad de reflejar la radiación solar, dispersarlo en la estratósfera tendría el efecto de disminuir la cantidad de energía solar que llega a la superficie de la Tierra. Esto contribuiría a estabilizar e incluso revertir el calentamiento global.
¿Es técnica y económicamente factible alterar artificialmente y de manera apreciable el balance energético de la Tierra? Este es el caso, al menos de acuerdo con un artículo aparecido esta semana en la revista “Environmental Research Letters” publicado por Wake Smith y Gernot Wagner de la Universidad Yale en los Estados Unidos.
Wake y Smith se dieron a la tarea de evaluar la posibilidad real de dispersar en la estratósfera la cantidad de dióxido de azufre necesaria para reducir a la mitad el ritmo de crecimiento que está experimentando la Tierra por la emisión de gases de invernadero. Según Wake y Smith los gases de azufre tendrían que ser elevados y dispersados a una altura de 20 kilómetros y para este propósito analizaron todas las posibles opciones, incluyendo aviones comerciales y de investigación, aviones militares, globos aerostáticos y cohetes .
Descartaron los aviones comerciales pues concluyeron no podrían llegar a la altura necesaria, ni aun modificándolos. Hay, por otro lado, aviones militares caza que podrían alcanzarla pero no tendrían la capacidad necesaria para completar la misión. Los globos aerostáticos podrían hacer el trabajo pero a un costo demasiado alto. Lo mismo sucede con los aviones para volar a grandes alturas desarrollados por la NASA y con los cohetes. Wake y Smith concluyen así que no existe por el momento el vehículo adecuado para dispersar el dióxido de azufre en la atmósfera y que tendría que ser desarrollado. Según Wake y Smith esto podría hacerse a un costo relativamente bajo de alrededor de los 2,350 millones de dólares.
Wake y Smith consideraron un programa de 15 años que iniciaría en 2033. Se construirían 95 aviones a un costo total de 9,500 millones de dólares más los 2,350 del desarrollo de prototipo, los cuales realizarían alrededor de medio millón de operaciones. El costo total del programa por los 15 años, incluyendo la operación, sería de alrededor de 36,000 millones de dólares.
De estar Wake y Smith en lo correcto, el costo de dispersar dióxido de azufre en la estratósfera en cantidades suficientes para tener un efecto apreciables en la temperatura de la Tierra es relativamente bajo. El proyecto, no obstante, es altamente controvertido por los efectos secundarios que podría acarrear. Una disminución en la insolación solar, por ejemplo, tendría un impacto negativo en la agricultura y en la producción de alimentos. De la misma manera, habría menores incentivos para limitar las emisiones de gases de invernadero a la atmósfera, causante del problema que se pretende resolver.
Disminuir la insolación solar para resolver el problema climático es entonces equivalente a, por ejemplo, tomar píldoras para adelgazar después de una opípara comida. Una solución en una situación desesperada, sin duda alguna.
Interesante
Azufre
Dióxido de azufre
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Location:
San Luis Potosí
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