El primer laboratorio científico de la historia

Esclareciendo el pasado



Entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888 aparecieron degolladas cinco mujeres en el barrio londinense de Whitechapel. Con esto nació la leyenda de “Jack el Destripador”, producto tanto de la brutalidad de los asesinatos como de su cobertura mediática por la prensa amarillista de la Inglaterra victoriana que buscó cultivar el morbo del público.

La historia es bien conocida: cinco mujeres fueron atacadas en la calle en horas de la madrugada -con la excepción de la última víctima que fue encontrada muerta en su recámara- por un asesino que nunca fue identificado. Todas las víctimas fueron encontradas degolladas; cuatro de ellas, además, con heridas en el vientre. De estas últimas a tres les fueron extraídos algunos órganos internos, incluyendo órganos sexuales. Y por encima de todo, el asesino, que se habría dado el lujo de enviar una carta retadora a la policía acompañada de un pedazo de riñón supuestamente de una de las víctimas, nunca fue descubierto. Se dieron así circunstancias favorables para que se perpetuase la leyenda de Jack el Destripador.

Así las cosas, a lo largo de los últimos 130 años se han dado iniciativas por parte de diferentes actores para identificar al asesino de Whitechapel, en algunos casos alcanzando sorprendentes conclusiones. Por ejemplo, se ha identificado a Jack el Destripador con el príncipe Alberto Víctor, nieto de la reina Victoria y asiduo visitante de los bajos fondos londinenses. De manera alternativa se le ha identificado con el médico de la reina, quien habría actuado para ocultar las andanzas Alberto Víctor en los barrios bajos de Londres, durante las cuales engendró hijos con mujeres que habría que eliminar para prevenir posibles extorsiones. Se le ha identificado también con el pintor Walter Sickert e incluso se ha sugerido que el asesino no fue un hombre sino una mujer.

Otras hipótesis más aterrizadas incluyen sospechosos que lo fueron también durante las indagaciones que llevó a cabo la policía en su momento, pero que nunca pudieron se imputados por falta de pruebas. Entre éstos se incluye al pseudo médico estadounidense Francis Tumblety, que resultaría una opción atractiva por los supuestos conocimientos que habría tenido de la anatomía humana, útiles para la extracción de los órganos internos de las víctimas. Se incluye también a Aaron Kosminski, un judío polaco que experimentaba un odio patológico hacia las mujeres y que fue internado en un hospital siquiátrico al año siguiente de los acontecimientos de Whitechapel.

Esta última hipótesis es respaldada por un artículo publicado esta semana en la revista “Journal of Forensic Sciences”, por Jari Lohelainen y David Miller, de las universidades de Liverpool y de Leeds, en forma respectiva. De acuerdo con Lohelainen y Miller, la suya es la primera investigación sobre la identidad de Jack el Destripador que ha sido publicada después de haber sido evaluada y aprobada por otros científicos que no participaron en la misma, que es la práctica estándar en toda investigación científica.

Para alcanzar sus conclusiones, Lohelainen y Miller llevaron a cabo una investigación del ADN mitocondrial de algunas manchas de sangre y fluidos seminales observadas en un chal de seda que habría sido encontrado en la escena de crimen de Catherine Eddowes, una de las mujeres asesinadas en Whitechapel. Los investigadores presumían que la sangre y el semen provenían, en forma respectiva, de Eddowes y de su victimario, que asumían era Kosminski. Para probarlo, compararon el ADN encontrado en el chal con el de parientes vivos de ambos, Eddowes y Kosminski, encontrando que en ambos casos coincidían. De esto modo, se demostraría por un lado que el chal estuvo efectivamente en la escena de crimen y que Kosminski era el asesino.

No todo el mundo estuvo de acuerdo, sin embargo. Así, por ejemplo, un artículo de divulgación -no de investigación- aparecido en días pasados en la revista “Science” critica a Lohelainen y Miller por no publicar en forma detallada los resultados de sus determinaciones de ADN. Al respecto, dichos investigadores arguyen que la Ley de Protección de Datos del Reino Unido prohíbe publicar información detallada del ADN de individuos vivos. Otros científicos, no obstante, sostienen que las secuencias de ADN mitocondrial no representan un riesgo contra la privacidad de las personas y que Lohelainen y Miller deberían de publicar sus resultados de manera detallada. De otro modo no se podrían juzgar. Los expertos hacen notar también que, con base en el ADN mitocondrial solamente se podrían excluir sospechosos. Así, según el artículo de “Science”, el ADN encontrado en el chal podría ser efectivamente de Kosminski, pero igualmente lo podría ser de otros miles de personas que vivieron en Londres en esa época. Todo lo anterior sumado a que no se ha demostrado fehacientemente que el chal de referencia estuvo realmente en la escena de crimen.

Así, si bien los resultados de Lohelainen y Miller representan un avance significativo hacia el establecimiento de la identidad de Jack el Destripador, todavía quedan dudas por disipar. De hecho, no hay seguridad de que la conozcamos algún día. Lo cual, por otro lado, ciertamente solo tiene una importancia relativa.

Al margen de lo anterior, podemos concluir que con su trabajo Lohelainen y Miller nos demuestran las impresionantes capacidades de análisis de las que dispone la ciencia moderna, que permiten arrojar luz sobre acontecimientos que ocurrieron hace más de cien años, partiendo apenas de algunas manchas en una tela.

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