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La coca es usada lo mismo como planta medicinal -para aliviar dolores del estómago, por ejemplo- que para combatir la fatiga y mitigar las exigencias del hambre. Para aquellos no habituados a las alturas andinas de 3,500 metros en adelante, la coca se emplea también para combatir el llamado “Mal de montaña”.
Tenemos así que la coca tiene múltiples usos -alejados de los que usualmente asociamos a los estupefacientes- y tradicionalmente ha formado parte de las culturas andinas. En estas circunstancias, a los pobladores de las regiones altas de Sudamérica les resultan fuera de lugar las exigencias de los países importadores de cocaína de erradicar el cultivo de la coca como un medio para combatir el consumo de la droga entre sus respectivas poblaciones. Tenemos así dos visiones encontradas sobre un mismo asunto.
Ciertamente, los habitantes del altiplano boliviano pueden intentar fundamentar su posición con argumentos varios. Pueden incluso hacer uso de los resultados de un artículo aparecido esta semana en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences”, referente a descubrimientos arqueológicos en un sitio conocido como la “Cueva del Chileno” localizada en el sur de Bolivia, cerca de la frontera con Chile. Dicho artículo fue publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Melanie Milles de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, e incluye investigadores de la Universidad Mayor de San Andrés en Bolivia y de la Universidad Estatal de Pensilvania.
En dicho artículo, Milles y colaboradores describen el hallazgo en la Cueva del Chileno de una bolsa de cuero, a la que le fue asignada una antigüedad de aproximadamente 1,000 años empleando técnicas de radiocarbono. Esta antigüedad corresponde, según los autores, al periodo de desintegración de la cultura Tiahuanaco, que se extendió en el altiplano boliviano desde la región del lago Titicaca, hasta el norte de Chile y Argentina. En el interior de dicha bolsa los arqueólogos encontraron varios objetos: dos tabletas de madera para inhalar sustancias -decoradas con figuras antropomorfas-, un tubo de madera finamente esculpido e igualmente para inhalar sustancias, dos espátulas de hueso, una banda tejida policromática para la cabeza, y fragmentos de plantas secas amarradas con hilos de lana y fibras. La bolsa de cuero también contenía una bolsa fabricada, de manera inusual, con tres hocicos de zorro en la que se encontraron restos de varias sustancias.
Para identificar dichas sustancias, Milles y colaboradores rasparon el interior de la bolsa y obtuvieron una pequeña muestra de las mismas. Un análisis químico empleando técnicas sofisticadas encontró restos de al menos cinco sustancias psicoactivas, incluyendo cocaína y las dos componentes principales de la ayahuasca, una bebida con propiedades alucinógenas empleada en Sudamérica con propósitos ceremoniales. El hallazgo muestra que, al menos desde hace mil años, en el altiplano boliviano se usaba la coca, lo mismo que drogas alucinógenas y que los objetos encontrados en la Cueva del Chileno probablemente constituían los instrumentos de trabajo de un chamán.
Igualmente, dado que las sustancias identificadas en la Cueva del Chileno se obtienen de plantas que no crecen en la región, sino en tierras más bajas en el caso de la coca y en la Amazonía en lo que se refiere a los ingredientes de la ayahuasca, el hallazgo muestra la existencia hace mil años de rutas de tráfico entre las tierras bajas y el altiplano boliviano. El consumo de la coca en Bolivia tiene de este modo raíces ancestrales y a no dudar los bolivianos tienen argumentos de sobra para defender su producción de hoja de coca.
El asunto no es tan simple, sin embargo, pues tal parece que el mercado de la cocaína en los países desarrollados ha generado un crecimiento de las áreas de cultivo de la planta de coca en Bolivia más allá de lo estrictamente necesario para el consumo de la población boliviana. De hecho, este crecimiento es uno de los motivos de controversia en el marco de las elecciones presidenciales programadas en Bolivia para el próximo mes de octubre.
Como sabemos, el actual presidente boliviano Evo Morales accedió a la presidencia de Bolivia en 2006 apoyado por los cultivadores de coca -él mismo es dueño de una parcela de cultivo-. Durante su mandato -ha tenido dos reelecciones y va por una tercera este año- se ha impulsado el cultivo de coca en la región de Chapare que coincidentemente es donde Morales tiene su base política. También, de manera coincidente, el gobierno de Morales construyó un aeropuerto internacional en esta región, el cual tiene un movimiento muy reducido. Los críticos del presidente, además, aseguran que algo así como el 90 por ciento de la coca producida en el Chapare -que no sería adecuada para acullicar- tiene como fin la producción de cocaína para exportación y que en esto el aeropuerto semivacío cumple una función.
De tener razón los críticos de Morales, el asunto de la coca boliviana es complejo y su posible defensa tendría que invocar argumentos más allá de los que podría ofrecer un resultado como el de MIlles y colaboradores. Ciertamente, en asuntos de tal complejidad la ciencia tendría poco que ofrecer.
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