Hogar, dulce hogar

Peccata minuta



Imagine que a bordo de una máquina del tiempo viajamos cuatrocientos años hacia el pasado. Ciertamente, encontraríamos un mundo muy diferente. Y no solamente porque en 1619 no había ni automóviles, ni computadoras, ni internet, ni antibióticos, ni rayos X, por mencionar solamente algunos de los desarrollos tecnológicos de los que gozamos en la actualidad, sino también porque la concepción de mundo que se tenía hace cuatro siglos era radicalmente distinta a la actual.

Con referencia a esto último, hace cuatrocientos años Katharina Guldenmann fue sometida, a sus 68 años de edad, a un juicio por brujería en una ciudad del sur de la actual Alemania, acusada por una mujer de haberla envenenado después de una disputa. El juicio duro seis años, uno de los cuales Katharina lo sufrió en prisión encadenada al piso de su celda y bajo tortura sicológica, con amenazas de someterla a tormento físico si no confesaba. Al final fue absuelta de los cargos en 1621, pero murió a los seis meses después de ser liberada por los maltratos que padeció en la cárcel.

El juicio de Katharina no habría trascendido -decenas de miles de brujos y brujas fueron quemados en Europa en los siglos XVI y XVII- de no haberse tratado de la madre de Johannes Kepler, uno de los astrónomos más destacados de la historia, quien ayudó a establecer el modelo actual del Sistema Solar, según el cual el Sol ocupa la posición central, con los planetas, incluyendo a la Tierra, orbitando a su alrededor. De hecho, fue Kepler quién defendió a su madre durante el juicio y logró su absolución.

Juntamente con Nicolas Copérnico, Tycho Brahe, Galileo Galilei e Isaac Newton, entre otros, Johannes Kepler fue participante destacado de la revolución científica ocurrida en la Europa de los siglos XVI y XVII, la cual dio origen a la ciencia tal como la conocemos. Antes de esta revolución, para la explicación de un determinado fenómeno físico se daba gran peso a las opiniones y puntos de vista de pensadores del pasado -algunos de un pasado muy lejano, como era el caso de algunos pensadores griegos-. En contraste, según el método desarrollado en los siglos XVI y XVII, la explicación de un fenómeno debe basarse en la experimentación y para esto es necesario desprenderse de cualquier prejuicio que se pudiera tener acerca de dicho fenómeno.

La ciencia que encabezó la embestida contra las ideas prevalecientes fue la astronomía, en la que Kepler jugó un papel central. A saber: estableció que los planetas siguen órbitas elípticas y no órbitas circulares alrededor del Sol, que los alejan y acercan del centro de giro en cada revolución. El que las órbitas planetarias sean elípticas y no circulares fue en su momento un cambio más drástico de lo que parece. En efecto, según prejuicios de la época de Kepler, las órbitas de los planetas deberían ser circulares y seguir ciertas relaciones de tamaños para los diferentes planetas. De otro modo, serían imperfectas e incompatibles con la supuesta perfección del cielo.

Así, Kepler tuvo que desprenderse de ideas preconcebidas y admitir que las órbitas son elípticas y no circulares, basado en lo que le decían las mediciones de gran precisión acerca del movimiento de los planetas que había heredado de Tycho Brahe.

Los enfoques de Kepler acerca de la naturaleza del mundo, sin embargo, podrían no haber sido siempre así de racionales. Al menos es lo que sugiere un artículo aparecido el pasado 26 de mayo en la revista “Talanta”, publicado por un grupo de investigadores de Israel e Italia, encabezados por Gleb ZIlberstein de la compañía Spectrophon, Rehovot, Israel. En dicho artículo, ZIlberstein y colaboradores presentan evidencia en el sentido que Kepler pudo haber sido un practicante de la alquimia, disciplina, que si bien se dice dio origen a la química moderna, fue esencialmente anticientífica. Esto último dado que los conocimientos de la alquimia eran secretos y compartidos solo por un grupo de iniciados, en contraste con la práctica científica que demanda que los resultados científicos se difundan de manera libre para que públicamente sean criticados, y aceptados o desechados según sea el consenso.

La evidencia que ZIlberstein y colaboradores ofrecen sobre las prácticas alquimistas de Kepler fueron obtenidas mediante un análisis de un manuscrito suyo que está guardado en los archivos de la Academia de Ciencias de Rusia en San Petersburgo. Dicho manuscrito fue sometido a pruebas químicas empleando instrumentos sofisticados que revelaron la presencia de oro, plata, plomo, y mercurio, metales que están asociados a la práctica de la alquimia. Según ZIlberstein y colaboradores, esto sugiere que, si bien Kepler pudo no haber sido un gran entusiasta de la alquimia, sí la habría practicado en alguna medida. Así, los metales encontrados en el manuscrito podrían haber sido llevados hasta ahí mediante sus dedos o las mangas de su ropa.

¿Practicaba Kepler la alquimia? Los resultados de ZIlberstein y colaboradores apuntan en esta dirección, pero como ellos mismos lo señalan, no hay más datos que así lo indiquen. Sin embargo, no sería sorprendente que así lo hubiera hecho, pues se sabe que otros científicos de su misma estatura intelectual, como Brahe y Newton, sí estaban interesados en la alquimia.

Al margen de estos intereses, explicables por la época de transición que les tocó vivir, la contribución de Kepler, Brahe y Newton, y otros de su misma altura, en favor de una concepción racional de mundo fue decisiva. En particular, para desechar -si no en todo el mundo, al menos en buena parte del mismo- la práctica bárbara de la quema de brujas.

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