El primer laboratorio científico de la historia

Animación suspendida



Arthur C, Clarke imaginó en su novela “2001: Una odisea del espacio” una misión de cinco astronautas a la luna Jápeto de Saturno para hacer contacto con extraterrestres quienes habrían sido responsables del desarrollo de la inteligencia humana. Como Saturno está muy lejos -a la sonda Cassini de la NASA le tomó casi siete años en llegar hasta allá- la nave espacial de la misión era tripulada solamente por dos astronautas, mientras que los otros tres viajaban en un estado de hibernación. Quien haya leído la novela o visto la película de Stanley Kubrick basada en la misma, sabrá que solamente uno de los dos tripulantes logró llegar a su destino, y que tres los astronautas en hibernación murieron sin haber recuperado nunca la consciencia.

Sin bien la novela de Clarke y la película de Kubrick -que hizo época- son fascinantes, si las hemos traído aquí a colación es en referencia al estado de hibernación en el que viajaban tres de los astronautas. Esto, habida cuenta que esta semana se publicitó en los medios de comunicación el trabajo que un grupo de investigadores médicos, encabezado por Samuel Tisherman, está llevando a cabo en la Universidad de Maryland sobre el desarrollo de técnicas de hibernación para tratar casos de urgencias médicas. El trabajo en cuestión fue presentado por Tisherman el lunes pasado en un simposio llevado a cabo en la Academia de Ciencias de Nueva York, y divulgado esta semana al público en general por la revista “New Scientist”.

Dicha revista cita a Tishemarn diciendo: “Quiero aclarar que no estamos tratando de enviar gente a Saturno. Estamos tratando de ganar tiempo para salvar vidas”. En este sentido, Tisherman y colaboradores están empleando técnicas de hipotermia profunda para intentar salvar la vida de personas que han sufrido lesiones traumáticas, como heridas de bala o arma blanca, que los ponen al borde de la muerte. Los candidatos para la intervención han de haber perdido más de la mitad de la sangre y su corazón dejado de latir, lo que da solamente minutos para llevar a cabo una operación e intentar salvarles la vida.

Según el procedimiento de Tisherman y colaboradores, una vez que el herido arriba al hospital se reduce rápidamente su temperatura corporal hasta unos 10-15 grados centígrados reemplazando toda su sangre con una solución salina fría. Esto lo lleva a un estado de hibernación, o animación suspendida como se le conoce, en el que se suprime casi por completo la actividad cerebral y con esto la demanda de oxígeno. Esto último es esencial para la supervivencia del paciente, pues al quedar el cerebro sin flujo de oxígeno por más de cinco minutos se produce un daño neuronal irreversible. En contraste, mediante la animación suspendida, el cirujano cuenta con unas dos horas para realizar la operación. Una vez terminada ésta, la temperatura corporal del paciente se eleva lentamente hasta su valor normal y se restablece su ritmo cardiaco.

Tisherman y colaboradores pretenden comparar los resultados obtenidos con diez pacientes que reciban el tratamiento de animación suspendida, con aquellos obtenidos con otros diez pacientes que sigan el tratamiento tradicional. Si bien a la fecha los investigadores no han proporcionado información sobre dicha comparación, el tratamiento de animación suspendida se ha llevado a cabo con cuando menos un paciente.

Existen casos aislados de personas que accidentalmente han entrado en un estado de animación suspendida y que han regresado a la vida sin daño neurológico. Un caso notable es el de la sueca Anna Bagenholm, quien en 1999 sufrió un accidente cuando esquiaba, quedando atrapada por 80 minutos en agua helada bajo una capa de hielo. Sufrió una hipotermia severa y al ser recatada su temperatura corporal era de 13.7 grados centígrados. Tuvo, además, un paro cardiaco después de 40 minutos de quedar atrapada. La víctima despertó después de diez días del accidente, paralizada del cuello hacia abajo. No obstante, se recobró casi totalmente después de dos meses en una unidad de cuidados intensivos.

De manera afortunada, no sufrió Bagenholm daño neurológico a pesar del tiempo pasado sin oxigenación del cerebro. Esto indicaría que su temperatura corporal descendió rápidamente, disminuyendo la actividad cerebral y la demanda de oxígeno, antes de que sobreviniera el paro cardiaco. Habría así regresado a la vida desde un estado de animación suspendida cercano a la muerte.

¿Se desarrollarán en el futuro técnicas para que los humanos puedan entrar en un estado de animación suspendida por tiempo indefinido? Si así fuera, podrían realizarse viajes espaciales de larga duración como el imaginado por Arthur C. Clarke, con astronautas en estado de hibernación al cuidado de la computadora de a bordo. Y podrían también hacerse realidad posibilidades más inquietantes. Por ejemplo, alguien con una enfermedad incurable podría ser puesto en animación suspendida hasta que se desarrolle una cura para su mal. Si esto ocurre en, digamos, cincuenta años, encontrará al volver a la vida un mundo muy diferente. ¿Podrá adaptarse? Y ni que decir que esta posibilidad será una opción sólo para los más ricos, exacerbando de este modo las diferencias sociales.

Pero todo depende de que grupos como el de Tisherman y colaboradores tengan éxito en sus emprendimientos. Lo que está todavía por verse.

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