El primer laboratorio científico de la historia

Desastre climático



Hace unos 2,600 años en Mesopotamia, en lo que hoy es territorio de Irak y Siria, ocurrió un acontecimiento sorprendente: en apenas treinta años después de alcanzar su máximo esplendor y extensión territorial, el imperio asirio, el más poderoso de su tiempo, fue conquistado por una coalición de medos y babilonios. Hasta su colapso, el imperio asirio -o neo-asirio- había tenido una vida de tres siglos y en su máxima extensión abarcó desde Egipto y el mar Mediterráneo, hasta el golfo Pérsico y el occidente de Irán.

El colapso del imperio asirio ha desconcertado a los especialistas. Ha sido atribuido a diversas causas, incluyendo revueltas internas, inestabilidad política, problemas económicos y derrotas militares propinadas por la coalición de medos y babilonios -los cuales, sin embargo, estaban muy lejos de tener la fortaleza militar de los asirios-. Un artículo aparecido esta semana en la revista “Science Advances”, publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Ashish Sinha de la Universidad Estatal de California, propone una explicación adicional.

De acuerdo con Sinha y colaboradores, el colapso del imperio asirio fue debido al cambio climático. Específicamente, a sequías severas que afectaron a la productividad agrícola y que se prolongaron por décadas. Llegan a esta conclusión después de llevar a cabo un estudio para determinar el clima que ha prevalecido en el norte de Irak a lo largo de los últimos 4,000 años.

Para este propósito midieron la composición de isótopos de oxígeno y de carbón de estalagmitas encontradas en una cueva en el norte de Irak cercana al sitio en el que se localizó Nínive, la capital del imperio asirio. Como sabemos, las estalagmitas son estructuras cónicas que se forman gradualmente capa por capa en el piso de una cueva, por el agua que cae desde el techo arrastrando minerales disueltos. A partir de la composición de isótopos de una estalagmita, es posible determinar las condiciones climáticas que prevalecieron en el momento de su formación. Así, horadando una estalagmita y midiendo su composición de isótopos para diferentes profundidades, Sinha y colaboradores pudieron determinar cuál fue el clima en el pasado.

Por otro lado, si bien la medición de las composiciones de isótopos nos da información sobre el clima en tiempos pretéritos, no nos permite conocer el momento preciso en que ocurrieron tales o cuales condiciones climáticas. Para averiguarlo, Sinha y colaboradores aprovecharon que el agua filtrada por el techo de la caverna tiene trazas del elemento uranio, el cual se sabe que es radiactivo y que decae -al azar pero en un tiempo promedio bien conocido- en el elemento torio. Las diferentes capas de las estalagmitas tienen entonces atrapados uranio y torio en diferentes proporciones, más torio y menos uranio en cuanto más antigua sea la capa.

Así, determinando estas proporciones, Sinha y colaboradores fijaron la antigüedad de cada capa de la estalagmita y combinando esta información con la obtenida a partir de las mediciones de isótopos de oxígeno y carbono, obtuvieron un panorama completo del clima que prevaleció en el norte de Irak en el momento de la desintegración del imperio asirio.

De acuerdo con sus resultados, el norte de Irak disfrutó condiciones climáticas excepcionales y propicias para la agricultura por un periodo de unos 200 años. Este periodo corresponde al esplendor y expansión del imperio asirio. A este periodo, sin embargo, y coincidiendo con el colapso de dicho imperio, la región sufrió de una sequía extrema por varias décadas que habría afectado gravemente a la agricultura. El clima habría de este modo jugado una doble partida para los asirios: por un lado, habría creado condiciones excepcionales para su expansión, y por el otro, de manera abrupta habría llevado las cosas al extremo opuesto, provocando su colapso como sociedad.

Si bien encuentran Sinha y colaboradores una correlación entre las condiciones climáticas, y el desarrollo y colapso del imperio asirio, reconocen que no necesariamente dicha correlación implica una relación de causa-efecto. Arguyen, no obstante, que la fuente de los productos agrícolas que sostenían al imperio asirio se localizaba justamente en el norte de Irak, en donde ocurrieron los cambios climáticos extremos que reportan en su artículo.

Ciertamente, no es posible evitar poner a los resultados de Sinha y colaboradores en el contexto actual de cambio climático en el que se encuentra nuestro planeta y terminaríamos citando un párrafo de Sinha y colaboradores en un artículo aparecido en el sitio en línea “The Conversation”: “El cambio climático llegó para quedarse. En el siglo XXI tenemos lo que no tuvieron los asirios: una comprensión retrospectiva y una abundancia de datos climáticos. Un crecimiento no sostenible en regiones políticamente volátiles y con problemas de agua, es una receta para el desastre, bien probada a lo largo del tiempo”.

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