El primer laboratorio científico de la historia

Una causa local y un efecto global



El mundo, sin duda, se nos ha hecho chico de diversas maneras. Podemos, por ejemplo, viajar en vuelo comercial desde Sidney, Australia, hasta Nueva York –casi la mitad de la circunferencia del planeta– en poco más de 19 horas. Esto hubiera sido impensable hace apenas un centenar de años. En otro orden de ideas, la emisión de gases de invernadero a la atmósfera por la quema de combustibles fósiles ha incrementado la temperatura del planeta en aproximadamente 1 grado centígrado en poco más de 150 años. Un incremento de esta magnitud no es en sí extraordinario dados los cambios en el clima de nuestro planeta ocurridos a lo largo de las últimas decenas de miles de años. Sí lo es, sin embargo, por la rapidez con la que ha ocurrido.

La facilidad con la que podemos trasportarnos por miles de kilómetros a lo largo de la superficie de la Tierra y la influencia que hemos tenido sobre su clima, son dos hechos que demuestran que, efectivamente, el planeta se nos ha hecho pequeño. Podemos mencionar otras evidencias al respecto: la red Internet que permite la comunicación, prácticamente instantánea, entre dos lugares separados por miles de kilómetros, y la enorme isla de basura plástica del océano Pacífico con una extensión casi igual a la de nuestro país.

El achicamiento del planeta es producto de desarrollos tecnológicos de diversa naturaleza, ya sea de comunicaciones, de transporte, de generación de energía o de manufactura, entre otras. Una tecnología capaz de hacer lucir a la Tierra con un tamaño todavía más reducido es la tecnología nuclear, desarrollada a partir de los descubrimientos científicos realizados en las primeras décadas del siglo pasado. Como bien sabemos, la tecnología nuclear es capaz de liberar energía en cantidades sin precedentes, y puede ser usada para producir bombas nucleares con un poder destructivo también sin precedentes.

Las primeras bombas nucleares fueron desarrolladas por los Estados Unidos hacia el final de la Segunda Guerra Mundial y, en una acción que ha sido altamente controvertida, fueron usadas en contra de la población civil japonesa, destruyendo las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. La Unión Soviética pronto desarrolló su propia capacidad para la fabricación de este tipo de bombas y con esto dio inicio la llamada Guerra Fría. A lo largo de la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética desarrollaron bombas termonucleares con un poder miles de veces más grandes que las explotadas sobre las ciudades japonesas, y acumularon arsenales con decenas de miles de bombas nucleares.

Se suponía que el tamaño del arsenal nuclear con el que contaban los Estados Unidos y la Unión Soviética, que llevaría a la destrucción de los dos países -y del mundo, por extensión- en el caso que uno atacara al otro, aseguraría que ninguno tomaría una iniciativa en este sentido. De cualquier modo, sin embargo, se desarrolló el concepto de “invierno nuclear”, que sobrevendría a una eventual guerra nuclear entre los dos países que pondría en serio peligro a los sobrevivientes, lo mismo que a otras especies en la Tierra.

Con la desaparición de la Unión Soviética se dio fin a la Guerra Fría y con esto se disminuyó el riesgo de un enfrentamiento nuclear a escala global. No obstante, y dado que al menos ocho países cuentan con armas nucleares, existe la posibilidad que se den enfrentamientos nucleares a escala regional. Particularmente, preocupa a los expertos la posibilidad de un enfrentamiento nuclear entre la India y Pakistán, ambos poseedores de arman nucleares y que mantienen un conflicto por la región de Cachemira.

Un artículo aparecido esta semana en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” de los Estados Unidos hace un análisis del impacto que sobre nuestro planeta, en particular en la producción de cereales, tendría un conflicto nuclear entre la India y Pakistán. El artículo fue publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Jonas Jagermeyr de la Universidad de Chicago.

Jagermeyr y colaboradores consideran un enfrentamiento en el que cada país lanza 50 bombas nucleares del tamaño de la lanzada sobre Hiroshima, lo que representa un uno por ciento de arsenal nuclear a nivel mundial. Los investigadores asumen que, como resultado del bombardeo de las ciudades, los fuegos resultantes lanzan a la estratósfera 5 millones de toneladas de hollín. Éste se extenderá por toda la atmósfera, absorbiendo la luz solar y produciendo un descenso en la temperatura del planeta por un grado centígrado a lo largo de cinco años.

El descenso de temperatura afectará la producción de maíz, trigo, soya y arroz, que descenderá un 11 por ciento en promedio. El efecto sobre los cultivos de cereales será más pronunciado en las regiones del medio oeste de los Estados Unidos, lo mismo que en Canadá y particularmente en Rusia. Paradójicamente, sin embargo, serán más afectados países no desarrollados localizados más al sur y que dependen de la importación de cereales de los países desarrollados. En este sentido, unos 70 países en desarrollo, con una población de 1,300 millones de habitantes, verán reducidos su disponibilidad de cereales en un 20 por ciento.

De este modo, un conflicto nuclear regional con apenas el uno por ciento del arsenal nuclear mundial, ocasionaría hambrunas a nivel global. Una muestra más de la pequeñez y debilidad del planeta, y de nuestra capacidad para infringirle daños. Incluso mediante una tecnología relativamente antigua. Pero ciertamente de un gran poder destructivo.

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