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Los expertos no tienen una explicación sólida para esta diferencia, pero algunos la atribuyen, entre otros factores, al hecho de que en Japón es tradicional el uso de mascarillas para cubrir la nariz y boca como un medio para minimizar la posibilidad de contagio de enfermedades respiratorias en la temporada invernal. Uno de estos expertos es Jeremy Howard de la Universidad de San Francisco, quien es el iniciador de una campaña para el uso de mascarillas faciales para mitigar los contagios en la presente epidemia de coronavirus.
Howard hace notar que en países orientales en donde es común el uso de mascarillas faciales, lo que incluye a Japón, Hong Kong, y Singapur, la velocidad crecimiento de la epidemia de COVID 19 ha sido considerablemente menor que en países occidentales como Italia y España, en donde no es tradicional el uso de estas mascarillas.
En ese sentido, George Gao, director general del Centro para la Prevención y el Control de Enfermedades de China, en una entrevista concedida a la revista “Science” el pasado 27 de marzo, afirmó que en su opinión “El gran error en los Estados Unidos es no usar mascarillas faciales”, pues “el virus es trasmitido por gotas de saliva a corta distancia”.
En contra de la opinión de Gao, en algunos países occidentales se ha desincentivado el uso de mascarillas faciales por la eventualidad de que sean adquiridas por la población de manera masiva y se genere una escasez de mascarillas para uso médico. El argumento es que las mascarillas faciales no protegen al que las lleva, además de que un uso inadecuado de las mismas podría en realidad resultar contraproducente. Se argumenta, por ejemplo, que podría generar un falso sentido de seguridad que llevaría a descuidar otras medidas importantes.
A pesar de sus posibles desventajas, se sabe que las mascarillas faciales ayudan a minimizar la dispersión de virus. Aun más, un artículo aparecido el pasado viernes en la revista “Nature Medicine” encuentra que esto es posible no sólo con respecto a gotas de saliva relativamente grandes que viajan una pequeña distancia antes de caer al suelo -y de ahí el concepto de “sana distancia”-, sino también con respecto a gotas más pequeñas que permanecen suspendidas en el aire por más tiempo y que se dispersan con los virus a mayores distancias. El artículo de referencia fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Nancy Leung de la Universidad de Hong Kong.
El trabajo reportado por Leung y colaboradores tuvo como propósito estudiar la dispersión de coronavirus, virus de la influenza y virus de la gripe común y se llevó a cabo antes de la aparición de la actual epidemia de coronavirus. No se estudió por tanto el virus del COVID-19. Consideran los investigadores, sin embargo, que sus resultados se extienden al coronavirus de la actual pandemia.
Encuentran Leung y colaboradores que las mascarillas quirúrgicas ayudan a la limitar la dispersión del coronavirus y del virus de la influenza, pero no el de la gripe común. El uso extendido de mascarillas faciales -quizá no de la clase utilizada por el personal médico- ayudaría de este modo a limitar la dispersión del coronavirus, tanto por personas con síntomas como por infectados asintomáticos. Y no solamente de los virus de corto alcance, sino también de aquellos que viajan más allá de la sana distancia.
Por lo demás, en cuanto se refiere a la actual epidemia, más vale que sosobre y no que fafalte.
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