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Como sabemos, hoy en día la controversia ha disminuido y los cubrebocas son ampliamente usados por la población. Y en apoyo a esta práctica, un artículo aparecido esta semana en la revista “Proceedings of the National Academy of Sciences” de los Estados Unidos proporciona evidencia científica sobre las bondades del cubrebocas como una herramienta simple para frenar el avance de la epidemia de coronavirus. Dicho artículo fue publicado por un grupo de investigadores de universidades norteamericanas -entre los que se encuentra Mario Molina, premio Nobel de Química- encabezado por Renyi Zhang de la Universidad Texas A&M.
En el artículo referido, Zhang y colaboradores presentan un análisis de la evolución temporal del número de infectados por COVID-19 en tres países: China, Italia y los Estados Unidos, que de manera sucesiva han sido epicentro de la pandemia. Como sabemos, la epidemia de COVID-19 se inició en China en el mes de diciembre de 2019 y de ahí se extendió a Italia y a otros países de Europa, y eventualmente a los Estados Unidos y al resto del continente americano. China tomó medidas rápidas y drásticas y logró frenar la propagación del virus en su territorio. Italia y los Estados Unidos, en cambio, tuvieron respuestas menos efectivas y el virus tuvo las consecuencias bien conocidas.
Zhang y colaboradores enfocan su análisis en los cubrebocas y hacen notar que, mientras que China implantó su uso en la primera etapa de la epidemia, simultáneamente con otras medidas agresivas de distanciamiento social y de identificación de personas infectadas, la respuesta al virus en Italia y en los Estados Unidos no fue igual de contundente. De manera específica, los investigadores hacen notar que estos dos países no implementaron todas las medidas de mitigación al mismo tiempo y fue solo hasta el 6 de abril que Italia implantó el uso del cubrebocas en Lombardía –la región más fuertemente afectada por la pandemia-, mientras que en los Estados Unidos, el estado de Nueva York los hizo obligatorios hasta el 17 de abril. El retraso en las medidas para obligar al uso de los cubrebocas con respecto a otras medidas de mitigación, permitió a Zhang y colaboradores evaluar su impacto en la dispersión de la epidemia.
Con argumentos convincentes, a partir de un análisis del crecimiento de infectados antes y después de la implantación de los cubrebocas, concluyen los investigadores que entre el 6 de abril y el 9 de mayo en Italia, y entre el 17 de abril y el 9 de mayo en Nueva York, los cubrebocas evitaron, de manera respectiva, 78,000 y 66,000 nuevas infecciones.
De manera adicional, Zhang y colaboradores llegan a la conclusión que la principal vía de infección es el aerosol -partículas menores a 5 micrómetros- dispersado por una persona infectada al estornudar o toser, e incluso simplemente al hablar, que se mantiene suspendido en el aire por largo tiempo. Aquí habría que recordar que los expertos consideran que la trasmisión del virus puede darse también por gotas de saliva mayores de 5 micrómetros dispersadas por la persona infectada. Estas gotas, por su tamaño, solo logran avanzar distancias pequeñas en el aire antes de caer y depositarse en el suelo o en alguna superficie. Esto último ha dado origen al concepto de “sana distancia”, que dicta mantenerse a una distancia más allá de la cual las gotas se mantienen suspendidas en el aire.
Mantenerse a la “sana distancia”, sin embargo, no evitaría el contagio por la vía del aerosol. En este caso, como explican Zhang y colaboradores, la única defensa practicable nos la proporcionan los cubrebocas y el evitar, en la medida de los posible, lugares cerrados con aglomeraciones y sin ventilación. Y dado que la principal vía de contagio serían los aerosoles, quizá valdría la pena que consideremos seriamente estas opciones de defensa.
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San Luis Potosí
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