El primer laboratorio científico de la historia

Guía para pensarlo dos veces



Como sabemos, la pandemia de coronavirus en curso ha ocasionado una desaceleración económica a nivel global. Esto, a su vez, según la organización “Global Carbon Project”, ha llevado en el año 2020 a una reducción de siete por ciento en la emisión de gases de invernadero a la atmósfera, en comparación con las emisiones de 2019. Esta reducción, es la más grande observada desde que se mantienen records.

Al mismo tiempo, producto de esta pandemia se han incrementado actividades tales como el trabajo en casa, las teleconferencias y el consumo de videos de entretenimiento vía el Internet, que son a su vez generadoras de gases de invernadero. En efecto, todas estas actividades requieren de energía eléctrica, parte de la cual se genera en centrales termoeléctricas que consumen combustibles fósiles. Y aun la energía eléctrica generada a partir del sol o del viento, requiere de quemar combustibles fósiles para fabricar los necesarios paneles solares o molinos de viento, según sea el caso. La red Internet depende también de bancos gigantes de computadoras y memorias para almacenar datos cuya fabricación requiere de combustibles fósiles. De hecho, aunque resulta un poco sorprendente, los expertos estiman que la Internet contribuye con alrededor del 3.7 por ciento de la emisión global de gases de invernadero, porcentaje que es equivalente a la contribución correspondiente de la industria de la aviación.

Un artículo aparecido esta semana en la revista “Resources, Conservation and Recycling” nos da una perspectiva sobre el impacto en la emisión de gases de invernadero sobre las diferentes actividades propias de la red Internet. Dicho artículo fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Renee Obringer, de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, empleando datos de 13 países distribuidos a lo largo del planeta, incluyendo a México.

Obringer y colaboradores consideran también el uso del agua y del suelo por la red Internet, el cual, argumentan, debe considerarse de manera conjunta con la generación de gases de invernadero para evaluar su impacto ambiental. Hacen notar, por ejemplo, que para el procesado y la transmisión de datos por Internet, Brasil genera 68 por ciento menos gases de invernadero que el promedio mundial, pero se encuentra un 210 por ciento por arriba de dicho promedio en cuanto al uso del agua. Esto es debido a que Brasil obtiene un 70 por ciento de su electricidad a partir de centrales hidroeléctricas. Así, dependiendo del origen de su energía eléctrica, otros países tendrán números muy diferentes.

Por otro lado, más allá de estadísticas y de números, nos sería de mucha utilidad saber las posibilidades que tenemos, como usuarios de la red, de contribuir a mitigar su impacto ambiental. Y sobre esto Obringer y colaboradores nos ofrecen algunas guías.

Por ejemplo, si recibimos videos de ultra alta definición por cuatro horas al día, generaremos en un mes 53 kilogramos de dióxido de carbono –el más abundante de los gases de invernadero–. Si, por el contrario, disminuimos la calidad del video a estándar reduciremos dicha generación a 2.5 kilogramos, ahorrando el equivalente al dióxido de carbono producido durante un viaje de 150 kilómetros en automóvil. Obringer y colaboradores hacen notar que si esto se multiplica por 70 millones de usuarios, el ahorro será sustancial. En cuanto al uso del agua, si 100,000 usuarios redujeran la calidad de los videos que reciben se ahorraría suficiente líquido para crecer 185 toneladas de papa.

Así, según Obringer y colaboradores, algunas acciones simples pueden ayudar a mitigar el impacto ambiental de la red Internet. Entre estas acciones mencionan: apagar el video en una reunión virtual, disminuir la calidad de los videos de entretenimiento, disminuir el tiempo de juegos, limitar el tiempo en redes sociales, borrar correos electrónicos y archivos almacenados en la nube –dado que para esto se requieren bancos de memorias– y darse de baja de grupos de correo electrónico.

Por supuesto, todo lo anterior es más fácil decirlo que hacerlo realidad con los costos actuales de trasmisión de datos por Internet. Si estos costos fueran suficientemente altos, quizá lo pensaríamos dos veces antes de decidir si realmente queremos enviar tal o cual imagen o video. O si para la película que queremos ver es suficiente una resolución estándar.

Por lo demás, en tanto los costos sigan a la baja, quizá debamos considerar que, según la NASA, el pasado 2020 es, juntamente con 2016, el año que ha experimentado en promedio la temperatura más alta desde que se mantienen records.

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