El primer laboratorio científico de la historia

Una lección que aprender



Para un país con tantas carencias como el nuestro ¿vale la pena invertir en ciencia? Sobre todo porque en la medida en que las herramientas e instrumentos para la investigación científica se han hecho cada vez más sofisticados, su costo se ha incrementado de manera concurrente. Para quienes nos dedicamos a este tipo de actividad la respuesta es obvia: la inversión que podamos hacer para desarrollar la ciencia en México será altamente redituable en el futuro. Con relación a esto último podemos argumentar lo que sigue.

El objetivo de la investigación científica es determinar las causas de los fenómenos naturales. Esto tiene consecuencias prácticas, pues el entender qué es lo que origina un fenómeno nos permite ejercer un cierto grado de control sobre el mismo. Por ejemplo, sabemos que en las noches estrelladas la temperatura ambiente tiende a bajar en comparación con las noches nubladas y con esto una planta puede helarse. Este fenómeno lo explica la física tomando en cuenta que la planta emite hacia el cielo de manera continua energía por radiación, lo que tiende a disminuir su temperatura hasta posiblemente helarse. En una noche nublada, no obstante, dicha radiación es reflejada por las nubes y esto permite que pueda ser reabsorbida por la planta limitando su disminución de temperatura; muy al contrario de lo que sucede en una noche sin nubes, cuando la radiación se pierde hacia el espacio. Dotados de este conocimiento, podríamos diseñar un procedimiento –o tecnología– para prevenir la helada colocando una tela sobre la planta que simule una nube y obstruya la vista del cielo.

Así, el conocimiento científico nos permite desarrollar tecnologías –algunas de ellas muy sofisticadas– para resolver problemas de todo tipo, y un ejemplo dramático al respecto nos lo da la actual pandemia de coronavirus. Como sabemos, el pasado mes de diciembre dio inicio en varios países una campaña de vacunación en contra del COVID-19, empleando vacunas desarrolladas en un tiempo récord mediante ingentes cantidades de dinero y sofisticados conocimientos científicos.

Para acelerar el desarrollo de las vacunas, el gobierno de los Estados Unidos puso en marcha el pasado mes de mayo el programa “Warp Speed” al que destinó más de 10,000 millones de dólares. Mediante este programa, dicho gobierno otorgó fondos por miles de millones de dólares a cinco compañías farmacéuticas para gastos de investigación, desarrollo y producción de las vacunas. El apoyo se dio, no obstante, con una condición: que los Estados Unidos tuvieran acceso prioritario a las vacunas. Como consecuencia de esto, a la fecha los Estados Unidos disponen de 200 veces más vacunas de las que dispone México, y la situación no parecería que será muy diferente en el futuro. En estas condiciones, hay el peligro de que la pandemia de coronavirus desaparezca en forma natural antes de que se logre inmunizar al total de la población del país.

Tendríamos así que haber invertido recursos considerablemente mayores durante el desarrollo de las vacunas con el fin de asegurar números más altos. O bien, que hubiéramos contado con la infraestructura científica y tecnológica para desarrollar nuestras propias vacunas. Esto habría requerido de inversiones a largo plazo que desafortunadamente no estamos acostumbrados a hacer.

La pandemia de coronavirus nos muestra las ventajas de invertir en ciencia, con todo y lo cuantioso de los recursos que demanda, habida cuenta que la tecnología actual descansa fuertemente en el conocimiento científico. Un país sin ciencia es un país sin tecnología, y por lo mismo es un país obligado a importarla, con todas las desventajas que esto pudiera representar en un momento dado.

Y lo que podemos mencionar para México con respecto al desarrollo de vacunas contra el coronavirus, es igualmente válido para otros campos científicos y tecnológicos de importancia central para el país. Después de todo, México es la quinceava economía del mundo.

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