El primer laboratorio científico de la historia

Lo difícil hecho fácil



¿Qué tanta confianza le merecen las computadoras? O más propiamente dicho ¿qué tanto confía en los programas o algoritmos que corren en las mismas? Es posible que la mucha o poca confianza que le inspiren dependa de cada aplicación en particular. Por ejemplo -si fuera el caso-, muy probablemente confíe en que los impuestos que le descuentan de su salario mensual, que con seguridad es calculado por un algoritmo de computadora, haya sido fijado correctamente. En contraste, es posible que se muestre más cauteloso con respecto al algoritmo que guía a los automóviles autónomos, los cuales, como sabemos han sido protagonistas de accidentes fatales. Igualmente, habría una cierta probabilidad de que se preguntara por lo acertado del diagnóstico médico que le habría extendido una computadora después de que le hiciera saber los síntomas de su enfermedad.

Lo cierto es que en lo sucesivo tendremos que acostumbrarnos a que las computadoras y sus algoritmos jueguen un papel cada vez más importante en nuestras vidas. Los algoritmos que controlan el movimiento de los automóviles sin conductor, por ejemplo, con seguridad progresarán a tal grado que en un futuro cercano será más seguro viajar en uno de estos automóviles que en uno manejado por un humano -si bien habría que reconocer que en algunos casos como el de nuestra ciudad, en donde el tráfico es altamente desordenado y las calles están llenas de baches y de zanjas que tardan meses en desaparecer, dichos algoritmos se encontrarán con desafíos importantes.

De un modo u otro, sin embargo, nos acostumbraremos a los algoritmos y seremos cada vez más dependientes de ellos. Y en ese sentido cabe preguntarnos por el grado de confianza que nos inspiran, pregunta que busca contestar un artículo aparecido esta semana en la revista “Scientific Reports” y que tiene como autores a un grupo de investigadores de la Universidad de Georgia encabezado por Eric Bogert.

En su artículo, Bogert y colaboradores reportan los resultados de un estudio diseñado para determinar el grado de confianza que inspiran los algoritmos en comparación con la opinión de un grupo de personas. Para este propósito reunieron a un grupo de 1,500 voluntarios en forma virtual y les pidieron contar el número de personas que aparecían en una serie de fotografías que fueron divididas en dos grupos. Además de las fotografías, a los voluntarios se les proporcionaron los números correctos de personas en cada imagen, con la anotación de que habían sido obtenidos por un algoritmo entrenado con 5,000 imágenes en un primer grupo de fotografías, y por un grupo de 5,000 personas en el segundo. En ningún caso se proporcionaron dos números de personas para una misma fotografía.

De manera natural, en la medida que se elevaba el número de personas en una fotografía, creció la probabilidad de que los voluntarios no las contaran y en su lugar basaran sus estimaciones en los números que les fueron proporcionados. En estas circunstancias, Bogert y colaboradores encontraron que los voluntarios tendieron a usar más las sugerencias proporcionadas por el algoritmos -que son percibidos como particularmente capaces para manipular números- que en el juicio de otras personas.

No tendríamos así reticencia, de estar Bogert y colaboradores en lo correcto, en aceptar la intromisión creciente de los algoritmos en nuestra vida diaria. Intromisión que, por otro lado, apenas comienza.

Con respecto a esto último, si bien según la llamada paradoja de Moravec, lo que es fácil para los humanos y que requiere habilidades sensomotoras -podar un rosal, por ejemplo- es extremadamente difícil para un algoritmo. Estaríamos así lejos de que una computadora pueda emular totalmente a un ser humano. No obstante, en otras actividades que resultan difíciles para los humanos -demostrar un teorema matemático, jugar ajedrez, o realizar cálculos matemáticos con grandes números, por ejemplo-, las computadoras nos rebasan y lo harán más ampliamente en el futuro cercano.

Así, habilidades profesionales que son valiosas en la actualidad tenderán a ser obsoletas en la medida que sus puestos de trabajo asociados sean tomados por asalto por los algoritmos. Sería el caso, por ejemplo, de las profesiones centradas en actividades administrativas. En contraste, paradójicamente no lo sería de profesiones tales como la jardinería o aquellas que demanden de habilidades sensomotoras.

Comentarios

  1. recuerdo un documental donde se debatía sobre los carros autónomos. Tesla, en ese caso, defendía su postura diciendo que sus carros en proporción han generado menos accidentes fatales que conductores humanos. La respuesta era que de cualquier manera eran vidas humanas y no estadísticas, así que cada vida perdida contaba para repensar si los carros autónomos están verdaderamente listos para el público.

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  2. Hace algunos años mis profesores usaban el ejemplo de "abrir una puerta" como una de las actividades que los robots (o los algoritmos) difícilmente podrían realizar. Para mi sorpresa, en 2018, Boston Dynamics presentó un robot que abre puertas y hasta espera que su compañero cruce la puerta para después cerrarla ¡El futuro nos alcanzó!.

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