El primer laboratorio científico de la historia

Los trabajos por venir



La obsolescencia de ciertas habilidades profesionales en la medida que avanza la tecnología -y la consecuente desaparición de los puestos de trabajo asociados- no es, por supuesto, algo nuevo. Durante la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, el trabajo manual y habilidades artesanales fueron sustituidas por máquinas para la fabricación industrial. Más recientemente, la aparición de las computadoras personales y los editores de texto han hecho en gran medida obsoletas las habilidades tradicionales de una secretaria para tomar dictado y escribir textos. Al mismo tiempo, sin embargo, las nuevas tecnologías han creado nuevas especializaciones profesionales y puestos de trabajo para sustituir a los perdidos.

En el contexto anterior, no es de sorprender que, en la medida en que avanzan las tecnologías de la robótica y la inteligencia artificial, se pierdan puestos de trabajo en líneas de producción industrial y en el sector de servicios y que al mismo tiempo se generen nuevos puestos de trabajo basados en dichas tecnologías. Un artículo aparecido en la edición de junio de la revista “Journal of Archeological Science” nos da un ejemplo ilustrativo al respecto. Dicho artículo fue publicado por Leszek Pawlowicz y Christian Downum de la Universidad del Norte de Arizona.

En su artículo, Pawlowicz y Downum reportan los resultados de una investigación que tuvo como objetivo determinar, por un método novedoso, la posibilidad de clasificar cerámicas fabricadas por pueblos indígenas del norte de Arizona durante el periodo que abarca los años 825 y 1,300 de nuestra era. Dichas cerámicas son conocidas como loza blanca de Tusayan. Como explican los autores, las vasijas de cerámica de Tusayan están pintadas con motivos geométricos en colores negro y café oscuro, y han sido tradicionalmente clasificadas en siete tipos principales, de acuerdo a su estilo de decoración. Sin embargo, argumentan Pawlowicz y Downum, a pesar de su utilidad, esta clasificación adolece de los mismos problemas de tipologías de otros lugares arqueológicos. Entre otras cosas, fue diseñada con criterios subjetivos y para propósitos que ya no se consideran válidos.

Dadas las anteriores circunstancias, Pawlowicz y Downum se propusieron evaluar el uso de un algoritmo de inteligencia artificial para clasificar la cerámica de Tusayan, el cual emula crudamente el proceso que sigue el cerebro humano para analizar información visual. Para entrenar al algoritmo, los investigadores lo alimentaron con miles de fotografías de fragmentos de dicha cerámica. Una vez entrenado, se evaluó su capacidad para clasificar un conjunto de fragmentos de cerámica de Tusayan, que no contenía ninguno de los fragmentos empleados en su entrenamiento. Para establecer una comparación con sus contrapartes humanos, Pawlowicz y Downum pidieron a cuatro arqueólogos, con amplia experiencia en la cerámica de Tusayan, que también clasificaran los fragmentos de cerámica proporcionados al algoritmo.

Los resultados de experimento fueron notables, pues el algoritmo aprendió a identificar la cerámica en un tiempo relativamente corto, con una precisión que igualó a la de dos de los expertos voluntarios y superó a la de los otros dos. Adicionalmente, fue capaz de explicar cuáles fueron los criterios que empleó para dar su clasificación en cada caso, algo que los expertos humanos tienen dificultad en precisar. Para aclarar esto último, supongamos que se nos presenta una fotografía y se nos dice es de alguien a quien conocemos bien, pero que en realidad corresponde a otra persona muy parecida. Es posible que reconozcamos este hecho al instante sin ninguna duda, pero que al mismo tiempo tengamos dificultades para explicar el porqué de nuestra seguridad.

Así, de acuerdo con los resultados de Pawlowicz y Downum, las computadoras y sus algoritmos de inteligencia artificial pueden hacer el trabajo de análisis y clasificación de objetos arqueológicos con mayor precisión y rapidez que los humanos. Tienen, además, la virtud de no cansarse, lo que es, ciertamente, una ventaja para llevar a cabo un trabajo que es de suyo largo y tedioso. Así, a primera vista, amenazarían con quitarle el trabajo a los arqueólogos.

No sería el caso, sin embargo, de acuerdo con Pawlowicz y Downum, quienes no piensan que las computadoras y sus algoritmos puedan resolver todos, o aun la mayor parte, de los problemas de clasificación de las cerámicas. Pero sí que son, potencialmente, herramientas poderosas para mejorar la objetividad, replicabilidad, velocidad y eficiencia en la clasificación del diseño de las cerámicas. Y en ese sentido, abren nuevas posibilidades de especialización para los arqueólogos, amenazados, como todo el mundo, con quedarse sin trabajo por el avance tecnológico.

Comentarios

  1. Creo que un arqueólogo siempre tendrá vigencia.

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  2. Una variante del tema fuera de la arqueología la plantea el hecho que en la detección de cáncer en mamografías se requieren herramientas de inteligencia Artificial para procesar la abundancia de imágenes generadas, Radiólogos claman por tecnologías que suplan la falta de especialistas

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