Hogar, dulce hogar

Contaminación de altos vuelos



El 2 de septiembre de 2004, el submarino de exploración Alvin se sumergió a una profundidad de 2,200 metros en el límite de la placa tectónica Juan de Fuca en el océano Pacífico, enfrente de la costa del estado norteamericano de Washington. Como parte de sus actividades, el submarino recogió muestras de fauna marina del fondo del océano y las llevó a la superficie. Para sorpresa de los investigadores que las examinaron, las muestras incluyeron 38 especímenes de molusco de la especie “L. gordensis”, que es propio de un sitio localizado en el límite de la placa de Gorda, más de 600 kilómetros hacia el sur y a 2,700 metros de profundidad.

El descubrimiento fue, ciertamente, sorprendente, pues el sitio en la placa Juan de Fuca en el que fueron encontrados los moluscos “L. gordensis” no cuenta con las condiciones ambientales propias para su desarrollo. En efecto, se sabe que dicha especie prospera en la placa de Gorda, en un sitio en donde existen las llamadas chimeneas hidrotermales que proporcionan los nutrientes que necesita para su desarrollo. En el lugar en el que fueron recogidos los 38 especímenes de “L. gordensis”, en contraste, no existen dichas chimeneas.

El misterio pronto fue develado: los especímenes encontrados en la placa Juan de Fuca en realidad no eran propios de ese lugar, sino que fueron llevados ahí por Alvin que dos días antes hacia hecho una sumersión en la placa de Gorda, en donde también recogió muestras de fauna local. Se trató entonces de un descuido de quien se encargó de limpiar el dispositivo de Alvin para recoger muestras y dejó restos de la operación anterior. Por lo demás, en descarga del culpable, habría que añadir que nadie pensaba que un organismo pudiera ser llevado a la superficie desde una profundidad de 2,700 metros, para enseguida ser sumergido hasta 2,200 metros y finalmente vuelto a llevar a la superficie, y que no muriera en el proceso. Los moluscos “L. gordensis”, sin embargo, fueron capaces de superar todo este maltrato, aparentemente sin daño, y viajar entre dos puntos aislados en el fondo del mar soportando condiciones ambientales extremas.

Lo anterior nos sirve como punto de partida para comentar un artículo aparecido está semana en la revista ”BioScience” en el que se discute la posibilidad de que ocurra una contaminación interplanetaria, ahora que la exploración espacial ha tomado un nuevo impulso. Dicho artículo fue publicado por un grupo internacional de investigadores encabezado por Anthony Ricciardi de la Universidad McGill en Canadá.

Las condiciones ambientales para un viaje interplanetario son extremas y, ciertamente, los humanos y otros organismos superiores no podrían soportarlas a menos que fueran fuertemente resguardados en un medio ambiente artificial en el interior de una nave espacial. Si bien los moluscos “L. gordensis” tampoco lograrían sobrevivir a un viaje interplanetario sin la debida protección, su ejemplo nos demuestra que hay organismos que pueden soportar condiciones extremas sorprendentes. Y en ese sentido, habría que recordar que un estudio llevado a cabo en 2018 por científicos japoneses demostró la supervivencia de un cierto tipo de bacterias expuestas durante tres años a las condiciones del espacio, en el exterior de la estación espacial internacional. Como apuntan Ricciardi y colaboradores: “Este resultado muestra que es viable transportar células vivas entre la Tierra y Marte”.

Aun si la probabilidad de una contaminación interplanetaria fuera pequeña, en caso de darse podría tener grandes consecuencias. En este respecto, Ricciardi y colaboradores comentan que “la situación es análoga al de los desastres extremos, naturales o tecnológicos -por ejemplo, un terremoto de grandes dimensiones o la fusión del núcleo de un reactor nuclear- que, aunque son típicamente raros, tienen potencialmente consecuencias inaceptables que merecen salvaguardas únicas”.

En todo caso, para los especialistas la invasión de un planeta por organismos extraños tendría consecuencias difíciles de anticipar y las mismas podrían significar una catástrofe mayor. Habría motivo para preocuparnos si la invasión se diese en un planeta a cientos de millones de kilómetros de distancia. Más habríamos de preocuparnos si dicha invasión ocurriese en nuestro propio planeta, pues el flujo de microorganismos podría ocurrir por dos vías: desde la Tierra hacia otros planetas, y desde otros planetas hacia la Tierra; esto último en la medida en que se intensifique el regreso de las naves espaciales enviadas para explorar otros cuerpos del sistema solar. Así, nuestros mejores aliados serán las duras condiciones del espacio que imponen barreras para el flujo de microorganismos. Barreras que esperemos sean lo suficientemente altas.

Comentarios

  1. El artículo me pareció muy interesante. Será que se tiene que hacer algo al respecto.

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