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Por lo demás, la actual pandemia ha traído cambios que se augura serán permanentes, al igual que ha acelerado otros que estaban ya en curso. Se espera, por ejemplo, que el llamado trabajo en casa se haga más común, lo mismo que las reuniones virtuales de trabajo y las compras en línea. Vendrían también cambios menos obvios. A saber, y a manera de ejemplo, habría una tendencia a que el modelo de transporte aéreo basado en “hubs” -aeropuertos de grandes proporciones que concentran el tráfico aéreo y lo distribuyen hacia aeropuertos más pequeños- sea sustituido por un modelo de tráfico de punto a punto -no a través de un “hub”-, con el fin de limitar la concentración de grandes multitudes de personas y evitar contagios.
Esperaríamos, por supuesto, que una epidemia que acabe con un porcentaje sustancial de la población lleve a cambios irreversibles. En ese sentido, se considera que la epidemia medieval de peste bubónica en Europa contribuyó al fin del régimen feudal y al advenimiento de la Edad Moderna.
Tomando en cuenta todo lo anterior, resulta de actualidad comentar un artículo aparecido esta semana en la revista “Past and Present”, publicado por Peter Sarris de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido. En dicho artículo, Sarris refuta a Merle Eisenberg de la Universidad de Princeton y a Lee Mordechai de la Universidad de Maryland, quienes consideran que el impacto y significado de la epidemia conocida como Plaga de Justiniano ha sido exagerado por los historiadores y que dicha epidemia fue en realidad “similar a uno de nuestros brotes de influenza”.
Habría que recordar que la Plaga de Justiniano fue una pandemia de peste bubónica que se detectó por primera vez en el puerto de Pelusio en el delta del río Nilo en el verano del año 541 de nuestra era, y en menos de un año se propagó hasta Constantinopla -hoy Estambul-, de donde se extendió hacia el Medio Oriente, Europa y el norte de África. Habría también que recordar que en ese tiempo Constantinopla era la capital del Imperio romano de Oriente, gobernado por Justiniano I.
Como menciona Sarris en su artículo, un testigo de primera mano de la situación ocasionada por la Plaga de Justiniano fue el historiador Procopius, quien estaba presente en Constantinopla cuando arribó la epidemia. Procopius escribió sus impresiones en la obra “Historia de las Guerras”, que tenía como propósito relatar las guerras libradas por Justiniano. De acuerdo con Procopio y otros historiadores, en su etapa más álgida, la epidemia cobraba más de 10,000 víctimas por día, en una ciudad de medio millón de habitantes, la mitad de los cuales habían quizá ya sucumbido por la enfermedad. El mismo emperador Justiniano habría enfermado, aunque pudo recuperarse.
Además de los relatos de testigos de primera mano, hay otras evidencias históricas que dan cuenta de la magnitud de la catástrofe que sufrió el imperio de Justiniano. En este sentido, Sarris menciona que, en una ley del año 544, Justiniano intentó imponer límites a los salarios de artesanos y trabajadores agrícolas que “intentaban aprovecharse de la escasez de mano de obra por la pandemia para obtener salarios más altos, o más altos precios por los bienes y servicios que ofrecían”. En otra ley del año 544, “Justiniano trató de evitar que los arrendatarios de las tierras de la Iglesia negociaran rentas más bajas, mientras que al mismo tiempo permitía que la Iglesia alquilara tierras a perpetuidad para fomentar el cultivo continuo de la tierra”. Así, de acuerdo con los argumentos de Sarris, la Plaga de Justiniano estuvo lejos de ser una gripa intrascendente y tuvo un impacto social y económico importante.
En cuanto a nuestra propia pandemia, y al margen de los cambios que inevitablemente nos dejará como herencia, estamos considerablemente mejor equipados -en recursos y conocimientos- para defendernos; esto, en comparación con aquellos que sufrieron pandemias siglos atrás. O sea que en ese sentido tenemos ventajas. Si bien habría que aprovecharlas al máximo.
Interesante
541
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Historia
Historiografía
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Plaga de Justiniano
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San Luis Potosí
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