El primer laboratorio científico de la historia

Hace cien años



Al acercarse el final de cada año es costumbre hacer un recuento de los principales avances y descubrimientos científicos y tecnológicos ocurridos a lo largo de los últimos doce meses. En esta ocasión, por ejemplo, el “Smithsonian Magazine” destaca algunas actividades espaciales, incluyendo las tres misiones enviadas a Marte por los Estados Unidos, China y los Emiratos Árabes Unidos, el nuevo telescopio espacial de la NASA y el despegue del turismo espacial. Destaca, igualmente, el desarrollo de píldoras para tratar el Covid, el descubrimiento en China de lo que podría ser una nueva especie humana arcaica, y los efectos negativos que el cambio climático está produciendo en los bancos de coral.

Los avances científicos tecnológicos se han ido acumulando desde hace cuatro siglos, incrementando nuestro conocimiento de la naturaleza, lo que ha posibilitado el desarrollo de tecnologías que han cambiado radicalmente, y en tiempo récord, nuestro estilo de vida. En este contexto, resulta interesante trasladarnos cien años hacia el pasado, hasta el final de 1921, y preguntarnos por desarrollos científicos o tecnológicos sobresalientes que se llevaron a cabo en dicho año.

Para obtener una respuesta, una buena fuente de información es la revista británica “Nature”, que se ha publicado desde 1869. Así, hojeando “Nature”, encontramos en el número del 27 de octubre de 1921 un artículo con el título “Speaking films” publicado por Alexander Rankine del “Imperial College London” en el que describe una técnica para hacer películas sonoras. Como sabemos, en la década de los años veinte del siglo pasado el cine era una industria consolidada basada en películas mudas, cuya proyección se acompañaba con música u otros sonidos grabados. No obstante, y a pesar del éxito del cine mudo, ya desde finales del siglo XIX se dieron intentos para agregar sonido sincronizado –en particular, diálogos– con las escenas proyectadas.

El principal problema para hacer una película sonora era la sincronización de la imagen con el sonido. Sin esta sincronización la proyección resultaba poco creíble o aún risible. Así, si la imagen y el sonido se grababan en medios diferentes, era necesario que ambos empezasen a reproducirse de manera simultánea, lo cual no necesariamente ocurría –dependiendo de la habilidad del operador–. Además, si por alguna circunstancia hubiera que reparar la cinta de la película eliminándole algún tramo y volviéndola a unir, el problema de sincronización con la banda sonora se incrementaba de manera considerable.

De manera alternativa, la sincronización de la imagen y el sonido podría lograrse de manera automática grabándolos en el mismo rollo de película. Esto último, discutido en el artículo de Rankine, fue la solución que finalmente adoptó la industria cinematográfica. Dicha solución requirió de desarrollos tecnológicos que, si bien no estaban todavía lo suficientemente maduros en 1921, no hubo que esperar mucho para verlos cristalizar en la década de los años treinta.

Hace cien años, sin embargo, había quienes dudaban que el cine sonoro tuviera algún futuro. Por ejemplo, un comentario al artículo publicado por Rankine, aparecido el 10 de octubre de 2021 en “Nature” firmado por Lough Pendred, lo pone de este modo: “Si bien el problema mecánico de sincronización podría ser resuelto, hay una dificultad más seria que podría perdurar y que puede ser mejor descrita como psicológica. Hay que recordar que, tanto por las imágenes como por el sonido, una película busca engañar a los sentidos humanos. Al ojo se le engaña haciéndolo creer que ve personas reales en movimiento. Por otro lado, si la película falla en engañar al sentido de la vista, falla también en lograr el efecto psicológico. De la misma manera, el sonido de la película trata de engañar al sentido del oído. A menos que realmente creamos que estamos oyendo a Enrico Caruso, el placer y el efecto solo serán parciales”.

Y prosigue Prended: “Ahora, mi propia experiencia es que se puede engañar a un sentido, pero no a dos al mismo tiempo. Se puede engañar al ojo con las imágenes o al oído con el sonido, pero si se intenta engañarlos a ambos de manera simultánea se fracasará y ambos engaños se destruirán”. Pendred apoya sus argumentos con una experiencia personal: una película sonora en la que aparecía una persona bailando al ritmo de un banjo, la cual no le pareció creíble en absoluto. A toro pasado, cien años después, sabemos que Prended estaba equivocado de cabo a rabo y que el cine sí es capaz de engañar a nuestros ojos y oídos y transportarnos a un mundo imaginario.

Por lo demás, la historia del cinematógrafo –con apenas cien años de vida– nos muestra lo mucho que puede cambiar el estilo de vida de tanta gente en un tiempo tan corto. Todo gracias a la ciencia y la tecnología que de ella resulta.

Comentarios

  1. Es increíble como en tan corto tiempo la tecnología avanzó tanto, todavía recordamos a los pioneros del cine sonoro Charles Chaplin, Oliver & Stanley el gordo y el flaco, y hoy de verdad que la industria revolucionó como muchas otras cosas en un periodo relativamente corto!

    ResponderBorrar
  2. Sorprende desde saber que lo que percibimos en una película "moderna" puede concebirse como un engaño a la vista y el oído, y como la tecnología después avanzó y seguramente avanza integrando otros sentidos particularmente el tacto, empezando con las percepciones desde proyecciones en 3a dimensión a la realidad virtual pasando por las intensas vivencias en salas avanzadas de proyecciones, que incorporan vibraciones y sensaciones de salpicaduras. Ni hablar de la tendencia a "vivir" en el mundo digital. Metaverso y sus competencias.

    ResponderBorrar
No se le olvide presionar "PUBLICAR" para que su comentario se grabe!!!

Publicar un comentario