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Como sabemos, en su novela Shelly relata la historia de Víctor Frankenstein, estudiante de medicina de la Universidad de Ingolstadt, quien se interesó en la química y por la fisiología del cuerpo humano y que se obsesionó por descubrir el secreto de la vida. Para este propósito, Frankenstein hizo experimentos uniendo partes de cadáveres hasta fabricar un “engendro” al que logró darle vida. No proporciona Shelly detalles de la fabricación de dicho “engendro”. En particular, no sabemos si utilizó la electricidad para darle vida como se muestra en la película de Boris Karloff de 1931, pero intuimos que así haya sido dado que se trataba de algo altamente novedoso en esos momentos.
De un modo u otro, al margen de los recursos que habría imaginado Shelly para crear a su “engendro”, la reanimación de la materia muerta estaba muy lejos de las posibilidades de la tecnología hace 200 años. De hecho, todavía lo está ahora, aunque pareciera ser que los especialistas han dado pasos importantes en esa dirección como lo demuestra un artículo publicado al inicio del presente mes de agosto en la revista “Nature” por un grupo de investigadores encabezados por David Andrijevich de la Escuela de Medicina de Yale, en los Estados Unidos.
En efecto, en dicho artículo se reportan resultados de experimentos durante los cuales se indujo un paro cardiaco a un grupo de cerdos, para posteriormente buscar revivirlos. Como explican Andrijevich y colaboradores: “Después de que cesa el flujo de sangre o de exposiciones isquémicas equivalentes, comienza en las células de los mamíferos una dañina cascada de procesos moleculares que eventualmente las llevan a su muerte”. No obstante, en el caso que nos ocupa y en contra del deterioro natural, después de una hora de que cesaron los latidos del corazón, los investigadores pudieron reactivar en seis horas el funcionamiento de algunos de los órganos de los animales, como el cerebro y el corazón, que incluso mostró cierta actividad eléctrica y de contracción. Para lograr esto, emplearon la tecnología “OrganEx”, patentada por el grupo de Yale, por medio de la cual, les fue administrado a los cerdos un coctel formado por su propia sangre y 13 sustancias más, incluyendo anticoagulantes y supresores del sistema inmunitario.
Los resultados de Andrijevich y colaboradores no implican que los cerdos volvieron a la vida después de estar muertos por una hora. De hecho, no se pudo detectar una actividad cerebral que indicara que los animales habían recobrado la consciencia. No obstante, dichos resultados podrían apuntar hacia otro tipo de consecuencias. Por ejemplo, se podría anticipar un incremento en el número de órganos disponibles para trasplante.
Al mismo tiempo, por otro lado, si resulta que el deterioro de los tejidos orgánicos puede ser revertido aun después de la muerte tal como ahora la entendemos, la distinción entre la vida y la muerte se vuelve difusa, lo que introduce también otro tipo de consideraciones. Así, por ejemplo, se tendría que redefinir que es lo que significa un estado de muerte cerebral irreversible y los criterios para declarar muerta a una persona y si, en dado caso, es candidato para donar sus órganos.
En conclusión, a dos siglos de que Mary Shelly en un frio día de verano concibiera un “engendro” de más de dos metros de altura -que posteriormente fuera bautizado con el nombre de su creador- no tenemos aun la tecnología necesaria para hacerlo realidad y no es más que un personaje de películas y obras de ficción. Así, “Frankenstein o el moderno Prometeo” seguiría siendo por lo pronto la primera novela de ciencia ficción, como algunas veces se le califica.
¿Por cuánto tiempo lo seguiría siendo? La fecha es incierta pero posiblemente no demasiado lejana.
Interesante
Cerebro
Ciencia ficción
Corazón
Frankenstein o el moderno Prometeo
Ingolstadt
John William Polidori
Mary Shelley
Materia
Muerte
Órgano
Víctor Frankenstein
Vida
Location:
San Luis Potosí
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