Hogar, dulce hogar

Afortunados que somos



La pandemia de Covid nos ha recordado algo que en cierto modo nuestra generación había olvidado: que existen patógenos letales que de cuando en vez producen epidemias de grandes proporciones que nos pueden poner en peligro de muerte. Ciertamente, sabíamos de epidemias y de enfermedades mortales como el ébola. Éstas, sin embargo, no eran percibidas como un peligro generalizado, como sí lo ha sido el Covid. Afortunadamente, el Covid hizo su aparición hasta el siglo XXI, cuando el conocimiento científico sobre el origen de la enfermedad ha hecho posible la generación de vacunas en un tiempo récord y ha atenuado drásticamente su impacto en la salud de la población.

En el pasado nuestros ancestros no tuvieron la misma suerte, y en este sentido dos de las tres epidemias de peste bubónica que se han dado en los últimos dos mil años constituyen el ejemplo más mortífero. La primera de estas epidemias ocurrió en los siglos VI-VIII d.C. en el Imperio Romano de Oriente y es conocida como la plaga de Justiniano, y que podría haber matado hasta a un 25 por ciento de la población. La segunda epidemia se desarrolló en los siglos XIV-XIX y se inició con la llamada muerte negra, durante la cual habría fallecido la mitad de la población de Europa. Una tercera epidemia de peste bubónica, actualmente en curso, se ha extendido lo largo de los últimos tres siglos.

En su novela histórica “Diario del año de la peste”, el escritor Daniel Defoe relata el clima que vivió Londres en el año 1665 durante la epidemia de peste bubónica que azotó a la ciudad y que habría matado a un cuarto de su población. Defoe no vivió estos acontecimientos personalmente, pero se asume que supo de ellos por un pariente, que sí los presenció. La novela de Defoe constituye así un recuento creíble de los infortunios de los londinenses.

La plaga de Londres, por otro lado, jugó un papel inesperado y crucial en el desarrollo de la física y de la ciencia en general. En efecto, como parte del confinamiento social decretado por el rey inglés para mitigar la propagación de la enfermedad, la Universidad de Cambridge tuvo que cerrar sus instalaciones. Esto obligó a Isaac Newton -el físico más importante de la historia y a la sazón en la Universidad de Cambridge- a mudarse por dos años a Woolsthorpe, su lugar de nacimiento. Ahí, en aislamiento forzado, Newton descubrió la ley de gravitación universal, que tuvo un impacto profundo en el desarrollo del método científico.

Siendo la bacteria “Yersinia pestis”, el patógeno causante de la peste bubónica, la responsable de las dos pandemias más mortíferas de la historia, se han llevado a cabo muchos esfuerzos para entender su evolución desde su primera aparición hace 5,000 años. Desafortunadamente, como se documenta en un artículo aparecido la pasada semana en la revista “Communications Biology”, la empresa no ha sido fácil. El artículo fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Katherine Eaton de la Universidad McMaster, en Canadá.

En su investigación, Eaton y colaboradores llevaron a cabo un análisis de 600 secuencias genómicas de Yersinia pestis recogidas a lo largo de todo el mundo. Las muestras estudiadas corresponden, tanto a las primeras apariciones del patógeno hace 5,000 años, como a todas las epidemias posteriores. Pudieron distinguir los investigadores cinco poblaciones de bacterias para las cuales fueron capaces de obtener información acerca de su evolución. Llegan a la conclusión que las cepas del patógeno que dieron origen al inicio de una epidemia, tal como la muerte negra, no fueron recientes en su momento, sino que se gestaron con una anticipación de decenas o cientos de años antes del brote.

Eaton y colaboradores concluyen que la evolución de la Yersinia pestis a lo largo de la historia es en extremo compleja y que para descifrarla es necesario no solamente tener en cuenta la evidencia genética, sino que también hay que considerar los contextos histórico, ecológico, social y cultural.

No es de sorprender que resulte difícil esclarecer el rumbo que siguió la peste bubónica a lo largo de cinco milenios. Lo sorprendente es que, a pesar de la distancia en el tiempo, podamos tener información acerca de esta evolución, así resulte incompleta. Por lo demás, habríamos de sentirnos afortunados que el conocimiento científico y la disponibilidad de antibióticos nos haya blindado, en buena medida, de los horrores de las epidemias del pasado. Y que la pandemia de peste bubónica haya tenido participación en el desarrollo del método científico que la ha combatido.

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