El primer laboratorio científico de la historia

Vecinos distantes



Como nos enseñan en la escuela primaria, la Tierra gira alrededor del Sol, al igual que los otros siete planetas del sistema solar. Esto no siempre fue así. Es decir, si bien los planetas siempre han girado alrededor del Sol, hubo tiempos en los que se pensaba que el Sol giraba alrededor de la Tierra. De hecho, esto es lo que nos parece en primera instancia cuando observamos que en las primeras horas de la mañana el Sol emerge del horizonte, se eleva a una máxima altura al mediodía y termina por desaparecer por el oeste al atardecer. Una explicación alternativa es que, independientemente de quien gira alrededor de quien, la Tierra gira alrededor de su eje de modo tal que la cara que expone al Sol está continuamente cambiando. Como sabemos -otra vez como nos lo enseñan en la escuela- esta es la explicación correcta.

De manera natural, esta segunda explicación no fue en su momento la primera opción porque nos sacaba de una posición privilegiada como el centro del Universo. Esta situación empezó a cambiar en el siglo XVI con el advenimiento de la ciencia moderna que nos ayudó a deshacernos de prejuicios y nos convenció que el mundo es más fácil de entender si renunciábamos ser el centro del Universo. Una vez que lo aceptamos, nos quedó claro que los planetas, incluyendo a la Tierra, giran alrededor del Sol, y los satélites alrededor de sus respectivos planetas. Y con lo que aprendimos fuimos capaces de colocar satélites artificiales alrededor de la Tierra, e incluso alrededor de otros planetas en el sistema solar.

Giordano Bruno fue un personaje que vivió el proceso que nos colocó fuera del centro del Universo. Con muy poca fortuna, pues fue ejecutado en la hoguera en el año 1600 por sostener opiniones que la Iglesia Católica consideró heréticas. Entre estas opiniones, Bruno creía en la multiplicidad de los mundos, según la cual las estrellas que vemos en el cielo son mundos con planetas similares al nuestro, habitados por seres semejantes a nosotros. No estaríamos así solos en el Universo, de modo tal que, no solamente perderíamos nuestra posición como centro del Universo, sino también nuestra exclusividad como seres inteligentes.

La multiplicidad de los mundos no era sino una hipótesis que Bruno no tenía manera de comprobar. Sin embargo, dada el inmenso número de estrellas en nuestra galaxia y asumiendo que la aparición de la vida es un proceso que ocurre al azar, podemos esperar que Bruno haya tenido razón y que la vida, incluso inteligente, haya, efectivamente, aparecido en una multiplicidad de mundos.

Con esto en mente, a lo largo de las últimas cinco décadas, el proyecto SETI ha escudriñado el cielo en busca de señales de radio que pudieran interpretarse como provenientes de una civilización extraterrestre, sin un resultado conclusivo hasta la fecha. Algunos expertos han considerado también la posibilidad de que una civilización extraterrestre pudiera haber ya detectado señales artificiales que hayan escapado de nuestro planeta y que le hubieran revelado nuestra presencia en el Universo. Esto es analizado en un artículo aceptado para su publicación en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, publicado por un grupo de investigadores encabezado por Ramiro Saide de la Universidad de Mauricio, en la isla Mauricio, localizada enfrente de la costa de Madagascar.

En su investigación, Saide y colaboradores calcularon la intensidad de las ondas de radio emitidas por las antenas de comunicación de las redes de teléfonos celulares. En este sentido, hay que considerar que estas redes han crecido rápidamente en las últimas décadas, al punto tal que en la actualidad el número de teléfonos celulares supera al número de habitantes del planeta. Hay que considerar también que, si bien dichas antenas están extendidas por toda la superficie de la Tierra, su distribución no es homogénea, de tal manera que la radiación que escapa hacia el espacio en dirección a un punto en el cielo, varía de manera periódica con la rotación de la Tierra. Al respecto, las regiones del mundo que más contribuyen a las ondas de radio emitidas son Europa Occidental, la costa este de Asia y la costa oeste de los Estados Unidos.

Concluyen, Saide y colaboradores que, a pesar del crecimiento vertiginoso que han tenido los teléfonos celulares, las ondas de radio que han escapado de nuestro planeta no habrían sido detectadas por una civilización que se encuentre dentro de un radio de diez años luz de nuestro planeta y que cuente con un nivel tecnológico equivalente al nuestro. Podría no ser el caso, sin embargo, si cuenta con un nivel tecnológico superior.

En todo caso, podremos ser detectados por nuestros teléfonos celulares en la medida que crezca, en el futuro inmediato, la potencia de ondas de radio emitidas. Algo en lo que, con seguridad, Giordano Bruno hubiera mostrado mucho interés.

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