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Según datos de CONAGUA, del 15 de febrero del presente año, el ochenta por ciento del territorio nacional está afectado por algún grado de sequía. En este sentido, CONAGUA considera cinco categorías, que en orden ascendente de afectación son: anormalmente seco, sequía moderada, sequía severa, sequía extrema y sequía excepcional. Las áreas de nuestro país con la máxima categoría de sequía se encuentran, sobre todo, en los estados de Chihuahua, Sonora, Durango y San Luis Potosí. En nuestro estado, toda la región huasteca sufre de sequía excepcional. El municipio de San Luis Potosí, por su parte, está afectado por sequía extrema.

El agua es un insumo que nos es indispensable, de modo que la sequía nos obliga a sustituir el agua que no nos proporcionan las lluvias. En este respecto, sabemos que el agua que usamos se clasifica fundamentalmente de dos tipos: superficial y subterránea. Las fuentes de agua superficial las constituyen los ríos, lagos o presas que se alimentan de la lluvia, mientras que el agua subterránea está almacenada en roca porosa en el subsuelo. Dicha agua representa, aproximadamente el 30 por del total del agua utilizada.

La extracción del agua subterránea, sin embargo, puede resultar en un abatimiento del nivel de un acuífero si el agua se extrae a una mayor velocidad que la velocidad de recarga natural del acuífero, lo que sabemos ocurre en una infinidad de casos. En efecto, basta considerar que uno de los efectos de la sobre extracción del agua subterránea es el hundimiento del suelo y la formación de grietas, de lo cual tenemos numerosos ejemplos.

Mas allá de casos anecdóticos, un artículo aparecido el pasado mes de enero en la revista “Nature” nos da cuenta de los resultados de un estudio llevado a cabo para documentar la tendencia de los niveles de agua en las últimas décadas de pozos de agua en 40 países. El artículo fue publicado por un grupo de investigadores encabezado por Scott Jasechko de la Universidad de California en Santa Barbara.

Jasechko y colaboradores compilaron y analizaron datos de estadísticas nacionales para determinar cómo han cambiado los niveles de agua de 170,000 pozos en 1,693 acuíferos. Encontraron que, a lo largo del presente siglo, un 71 por ciento de los pozos disminuyó su nivel de agua. En un 36 por ciento de los acuíferos dicho nivel disminuyó a una velocidad de más de 10 centímetros por año, mientras que en un 12 por ciento esta velocidad superó los 50 centímetros por año. En contraste, solamente un 6 por ciento de los acuíferos aumentaron su nivel de agua por más de 10 centímetros por año, mientras que el 1 por ciento lo hizo por más de 50 centímetros por año.

De manera adicional, los investigadores compararon estas tendencias con las observadas a lo largo de las dos últimas décadas del siglo pasado y encontraron que en un 30 por ciento de pozos la velocidad con que disminuyó el nivel de agua se hizo más rápida en el siglo presente. Así, encuentran Jasechko y colaboradores que el problema ha crecido en la medida en que transcurrió el tiempo.

Por otro lado, los investigadores encuentran que dicho problema tiende a ser peor en las áreas de cultivo en climas árido o semi-árido. Asimismo, encontraron una correlación entre la disminución de las precipitaciones pluviales a lo largo del año y el abatimiento del nivel de los acuíferos. En este sentido, podríamos quizá esperar que la recarga de un acuífero sea más lenta por la ausencia de lluvias, al mismo tiempo que su explotación se incremente para suplir al agua superficial faltante.

A pesar de sus resultados pesimistas con respecto al abatimiento creciente de los niveles de los acuíferos, el estudio de Jasechko y colaboradores también llama al optimismo. Así, los investigadores encuentran casos en los que dicho abatimiento se ha desacelerado o incluso revertido mediante políticas adecuadas de explotación del acuífero. Advierten, sin embargo, que la velocidad con las que están creciendo la profundidad de los pozos, en los casos en que esto está ocurriendo, es mayor que la velocidad con la que dicha profundidad está disminuyendo en los casos de éxito.

De uno u otro modo, habría que reconocer que las consideraciones sobre el abatimiento de los niveles de los acuíferos pasan en estos momentos a un segundo plano, pues lo urgente por ahora es reponer el agua que la naturaleza nos está escamoteando. Pero no habría que echar en saco roto el estudio de Jasechko y colaboradores en cuanto pase el apuro.

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