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La mañana del 1 de noviembre de 1755, fiesta de Todos los Santos, Lisboa fue sacudida durante varios minutos por una serie de sismos de gran magnitud. Buscando protección, los lisboetas acudieron a la Plaza del Comercio, un amplio espacio situado enfrente del río Tajo. Ahí, observaron como las aguas de río retrocedían, solo para regresar cuarenta minutos después con olas gigantescas de seis a veinte metros. Los terremotos, el maremoto que les siguió y los incendios ocasionados en buena medida por las velas encendidas para la celebración de Todos los Santos, destruyeron casi por completo a la ciudad y produjeron decenas de miles de muertos.
El terremoto del día de Todos los Santos es célebre, no solamente por la magnitud de la devastación que produjo, sino también por sus repercusiones filosóficas en el marco del movimiento intelectual conocido como la Ilustración. Por ejemplo, en su novela satírica “Cándido, o el optimismo” Voltaire se refirió al terremoto de Lisboa para atacar el punto de vista en boga según el cual “vivimos en el mejor de los mundos posible”, de modo que el terremoto habría ocurrido porque tenía que ocurrir, Rousseau, por su lado, afirmó que la devastación de Lisboa fue debido al hacinamiento de la población, y que no habrían ocurrido tantas muertes si las construcciones no hubieran sido tan altas. En cuanto a la posibilidad de que el terremoto fuera un castigo divino por el mal comportamiento de los lisboetas, habría que preguntarse por la razón de que hubiera ocurrido en un país católico, precisamente el día de Todos los Santos.
Por lo demás, discusiones filosóficas aparte, el terremoto de Lisboa es notable porque se considera que fue el primer sismo que se enfocó con un criterio científico. En efecto, sucedió que el rey de Portugal José I -quien sobrevivió al terremoto, pero quedó fuertemente afectado por una claustrofobia que le impedía permanecer en espacios cerrados- encargó al marqués de Pombal la reconstrucción de la ciudad. Siguiendo su encargo, el marqués diseñó una ciudad con calles más anchas, y edificios más bajos y resistentes a los sismos. Además, recopiló entre los habitantes de la ciudad información sobre las características del sismo con preguntas tales como ¿Cuánto tiempo duró el sismo? ¿Cuántas réplicas se sintieron? ¿Cuáles fueron los daños causados? Si bien estas preguntas son hoy en día básicas para caracterizar un terremoto, resulta sorprendente que se hayan realizado en el siglo XVIII, cuando no estaba claro si los terremotos tenían una causa natural o eran resultado de un castigo divino.
Habiendo aceptado un origen natural para los sismos, la pregunta importante, tanto en la actualidad, como en el siglo XVIII, es si éstos pueden ser predichos con la suficiente antelación para alertar a la población. Desafortunadamente, aun hoy, a tres siglos del terremoto de Lisboa, no hay manera de predecir un sismo, si bien los especialistas están haciendo grandes esfuerzos en esta dirección. Un ejemplo es el artículo aparecido esta semana en la revista “Nature Communications”, que tiene como autores a Társilo Girona de la University of Alaska Fairbanks y Kyriaki Drymoni de la Ludwing-Maximilian Universitat en Munich.
Según Girona y Drymoni, la ocurrencia de un sismo de gran magnitud podría anunciarse hasta con tres meses de anticipación por una anormal actividad sísmica de baja magnitud. Basan sus conclusiones en el estudio de dos sismos de gran magnitud: el sismo de Anchorage, Alaska de 2018, que tuvo una magnitud de 7.1, y la secuencia de sismos ocurrida en 2019 en Ridgecrest, California, con magnitudes entre 6.4 y 7.1.
Estudiando los récords de actividad sísmica de baja intensidad en el sur de California y en la región centro-sur de Alaska, Girona y Drymoni encuentran una actividad anormal, previa a la ocurrencia de los terremotos de gran magnitud. Dado que no es simple detectar patrones anormales en la actividad sísmica de baja intensidad, los investigadores emplearon un algoritmo de análisis de inteligencia artificial. Encuentran que tres meses antes del sismo de Alaska, el algoritmo les indica una probabilidad de 80 por ciento para que ocurriera un sismo de gran magnitud en los siguientes 30 días. Dicha probabilidad se incrementa hasta un 85 por ciento pocos días antes de la ocurrencia del sismo. Resultados similares se observaron para los sismos de California.
Asumiendo que los resultados obtenidos con los dos terremotos son de carácter general, el algoritmo de Girona y Drymoni podría ser usado para la predicción de sismos en otras áreas geográficas. Notamos, sin embargo, que la predicción se daría en términos de probabilidades y no de certidumbres. Habría así que balancear las ventajas y desventajas de la predicción y considerar los costos de movilización de la población que tendría la predicción fallida de un sismo. Y en ese sentido, no habría que desechar las recomendaciones de Juan Jacobo Rousseau casi tres siglos atrás: no vivan tan hacinados, ni hagan edificios tan altos.
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